Abel Santamaría Cuadrado cumpliría 95 años este 20 de octubre pero fue asesinado, tras sufrir salvaje tortura, luego de participar en el asalto al Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953, acción revolucionaria encabezada por el abogado Fidel Castro, en la cual él fungía como segundo al mando.

A los 25 años que solo alcanzó a vivir, el joven nacido en 1927 en el batey Constancia, localidad rural de Encrucijada, antigua provincia de Las Villas, mostró que más allá de la importancia de su cargo se había convertido en “el alma del movimiento”, según atestiguaría después el líder máximo en el juicio que se le siguiera, tras la masacre de la mayoría de los asaltantes y su captura por los esbirros batistianos.

Fidel también lo describió como el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes. Palabras justas destinadas a un cubano bisoño que se había desempeñado en todos los frentes de la actividad revolucionaria, en auge tras el cuartelazo de Fulgencio Batista en 1952.

Por ejemplo, se implicó de lleno en el fortalecimiento de la organización y disciplina de las células o grupos creados, la difusión de la propaganda, promoción de manifestaciones de calle, la preparación militar, y la incesante búsqueda de fondos financieros destinados a la adquisición de armamentos, uniformes, sin descuidar el soporte de los medios de transporte de aquellos que irían hacia las ciudades de Santiago de Cuba y Bayamo, en la provincia de Oriente.

Fue la persona encargada del alistamiento del futuro cuartel general de la acción del 26 de julio en Santiago, La Granjita Siboney, y las sedes de alojamiento transitorio, tanto en esa urbe como en Bayamo.

Con razón se le considera el alma de todo ese gran despliegue, destinado en principio a desencadenar una insurrección popular armada contra la dictadura, que encendiera nuevamente la llama de la Revolución y al mismo tiempo honrar al Héroe Nacional cubano, José Martí, en el año de su centenario.

Además de coincidir con Fidel en el dinamismo y el estilo de trabajo, los unían las mismas convicciones políticas y de principios, que preconizaban el combate frontal contra la tiranía, mediante la lucha armada como alternativa principal para obtener la libertad y cumplir el sueño martiano y de los demás padres fundadores.

Desencantados de las últimas tendencias del ala más derechista del Partido Ortodoxo donde militaron, también habían enriquecido su bagaje ideológico con lecturas de obras de Carlos Marx y Vladimir Ilich Lenin, con las cuales eran afines, al tiempo que aprendían de los métodos de lucha de corrientes progresistas y de izquierda, todavía sin hacerlo público. Ambos estaban convencidos de que la Revolución por reanudarse, vencería todos los obstáculos y triunfaría.

Cuando después de Fidel, Abel habló a los asaltantes en la aurora del 26 de julio en Santiago, les dijo:

«...es necesario que todos vayamos con fe en el triunfo nuestro mañana, pero si el destino es adverso estamos obligados a ser valientes en la derrota, porque lo que pase allí se sabrá algún día. La historia lo registrará y nuestra disposición de morir por la Patria será imitada por todos los jóvenes de Cuba. Nuestro ejemplo merece el sacrificio y mitiga el dolor que podemos causarles a nuestros padres y demás seres queridos: ¡Morir por la Patria es vivir!».

Un encuentro casual, mientras ambos participaban en el homenaje de un compañero caído el primero de mayo de 1952, en el cementerio de Colón, unió para siempre a los dos revolucionarios, conocidos en la clandestinidad como Alejandro (Fidel) y Benigno (Abel).

El pequeño apartamento en las calles 25 y O, en el Vedado capitalino, alquilado por Abel y su hermana Haydée tiempo después de su llegada a La Habana, sirvió como punto de las reuniones preparatorias encabezadas por Fidel.

Ambos hermanos villareños estaban en el vórtice de la organización, junto a otros compañeros como Jesús Montané, Melba Hernández, Raúl Gómez García y Boris Luis Santa Coloma, asiduos visitantes a su vivienda.

Desde el primer momento Abel es designado segundo jefe del Movimiento, y es miembro de su comité civil y militar. También todo lo referente al asalto al cuartel Carlos Manuel de Céspedes, de la localidad bayamesa, señalado para la misma fecha, estaba bajo su responsabilidad.

Los 158 hombres y dos mujeres participantes -Haydée y Melba-, salen en la madrugada de ese día dispuestos a cumplir su cometido o morir. Abel Santamaría asume la misión de intentar ocupar el Hospital Civil Saturnino Lora, situado frente a la puerta principal del Regimiento, no sin cierta inconformidad que hace saber a su jefe. Quería una responsabilidad más riesgosa.

Fidel no acepta e impone su autoridad, aun cuando Abel consideraba que si alguien debía sobrevivir era el líder del Movimiento.

El extraordinario Abel Santamaría era un joven alegre, de naturaleza bondadosa, con un afán irreductible por la superación y el conocimiento, y con gran sed de justicia.

Había llegado a la capital cubana en 1947, con solo 20 años, buscando mejores oportunidades para su vida, procedente del pueblito natal, donde trabajó en la industria azucarera, en compañía de sus padres, humildes emigrantes españoles, y de sus cuatro hermanos.

En La Habana se alojó primeramente en un cuarto que compartía con un primo, quien lo ayudó a encontrar su primer trabajo en la textilera Ariguanabo, como contable. Ganó por oposición la matrícula en la Escuela Profesional de Comercio, que incrementó sus destrezas en ese oficio, y en el Instituto de Segunda Enseñanza, con el fin de hacerse bachiller.

Estudiaba y laboraba con ahínco y grandes sacrificios. Luego pudo encontrar una ocupación mejor remunerada en la Agencia que representaba la comercialización de los autos Pontiac. Esto le posibilitó comprarse a plazos un automóvil de uso y alquilar el apartamento del Vedado. Trajo entonces a Haydée a vivir con él.

Su primera militancia política fue dentro de las filas ortodoxas, inspirado como muchos jóvenes de su tiempo en el intachable Eduardo Chibás. Sin embargo, su luz lo llevó más lejos, hasta el mismo corazón de las filas de la Generación del Centenario y el asalto al Cielo materializado en la acción histórica del Moncada.