CAMAGÜEY.- Hace unos meses, caminaba por las calles de España bajo un sol inclemente. El termómetro marcaba 42 grados, pero, curiosamente, apenas sudaba. Ya, de vuelta a casa, el calor se siente distinto. Aquí, con temperaturas mucho menores, ando al borde de derretirme, como si el ambiente entero conspirara para agotarnos no solo físicamente, sino también en ánimo.

Para acompañar esta reflexión, he elegido una foto que tomé en el Real Jardín Botánico de Madrid, donde me encontré con una planta que parece desafiar las reglas de la naturaleza. Con sus tallos alargados y su color verde tenue, casi grisáceo, da la impresión de estar seca, de haber sucumbido al implacable sol mediterráneo. Sin embargo, es una planta viva, fuerte, que, como su nombre común sugiere, “flor inmortal”, conserva su forma y belleza aún en las condiciones más duras. En su quietud y resistencia, esta flor nos ofrece una lección.

La Xéranthème fermé no pretende ser inmortal, pero parece haber aceptado su realidad: florecer en medio del calor más severo, mantenerse erguida cuando todo a su alrededor cede. ¿Qué nos enseña a nosotros, que a menudo nos rendimos ante el primer golpe de calor, ante la primera dificultad que nos agota? Quizá no necesitamos ser inmortales, pero sí aprender a resistir, a encontrar belleza en los momentos de mayor desgaste. Así como esta planta, debemos entender que nuestras raíces y nuestro entorno nos definen. Y si no nos rodeamos de lo necesario para florecer —verde, vida, frescura—, nuestras estaciones internas serán interminables veranos de agotamiento.

Allá en España, el paisaje urbano parecía más en equilibrio: árboles, jardines cuidados y parques llenos de verdor que daban vida a cada rincón. Acá, el verdor escasea. Las plantas agonizan en espacios emblemáticos como la Plaza del Carmen o el parquecito frente al Teatro Principal. Lo que debería ser una pequeña fuente de frescura y color, es casi una metáfora de lo que nos falta para sentirnos bien en medio de tanto calor.

Y es que el clima no solo moldea nuestro entorno, también afecta nuestro ánimo. En esta temporada ciclónica, el calor aplastante parece intensificar cada emoción. A veces, por más que nos levantemos con optimismo, el bochorno nos arrastra hacia la irritabilidad sin que podamos evitarlo. No basta con simplemente soportar el calor; necesitamos espacios que nos ayuden a respirar, que nos devuelvan la sensación de alivio.

Cuando vuelvo la mirada a la “flor inmortal” siento que podemos resistir, sí, pero también que esa resistencia puede ser más llevadera si cuidamos de lo que nos rodea. ¿No será momento de rodearnos de más verde, más vida?

Me cuentan que allá en España el clima ya está refrescando, mientras aquí seguimos en medio de temperaturas asfixiantes. Pero si no nos ocupamos de cuidar lo que nos rodea, de embellecer nuestras calles y fachadas con vida y color, no habrá estación en nuestro espíritu que nos alivie este verano constante.