MADRID, ESPAÑA.- El sol de la tarde abrasaba las calles y los monumentos. La fila se alargaba como una serpiente dorada, y los termómetros marcaban 35 grados. En realidad, nos parecía más alta. A pesar de eso decidimos ir ayer, 25 de julio. No cayó ni lunes ni viernes, pero Madrid celebraba el Día de Santiago Apóstol, el patrón de España. Aquí, los días festivos es gratuita la entrada a los museos, y esa oportunidad nunca se ha de perder. Después de media hora de espera, la cola empezó a moverse y accedimos al Palacio Real.

Al cruzar el umbral, el esplendor se desplegó en cada rincón. No pudimos ver ni la armería ni la farmacia ni la cocina. Las gratuidades encierran sus trampas para quienes intentamos pasarnos de listos, pero tampoco nos vamos a quejar.

Estoy convencida de que incluso en lo que vimos, los ojos no nos alcanzaron para mirar. Mi cabeza, como si no quisiera obedecer las lógicas del cuerpo y el ritmo de la ruta, apuntaba con predilección hacia arriba. Los frescos son impresionantes.

El interior ofrece una bienvenida majestuosa por la Gran Escalera. El personaje que llama la atención al comenzar a ascender es Apolo, el dios griego del sol y las artes, rodeado de figuras alegóricas y mitológicas. Luego, cada sala revela facetas del lujo real.

Las decoraciones y esculturas como testigos de un pasado glorioso, nos hablan en un lenguaje visual tan antiguo como el tiempo mismo. Los ángeles y querubines completan el ambiente celestial.

Para una visitante con el apellido León, como yo, el simbolismo asociado deviene tanto una coincidencia afortunada como un deleite personal. Hay leones en todas partes. Los ves hermosísimos, esculpidos en piedra en la escalera. Los hallas en frescos y decoraciones del techo. Te impresionan por la manera de flanquear el trono dos ejemplares de bronce dorado. Evidentemente, tienen una presencia destacada en la iconografía porque simbolizan la fuerza, la nobleza, el poder y la vigilancia. Los monarcas han querido atribuirlo a su reinado.

Combinar ángeles y leones crea un equilibrio entre lo divino y lo terrenal, subraya la majestuosidad y el poder del entorno real. El Palacio Real de Madrid es conocido por su diversidad en estilos decorativos y la riqueza de sus interiores, que reflejan diferentes épocas y gustos de quienes lo habitaron. Los cambios de fresco a decoraciones con figuras de cerámica, así como las diversas temáticas y colores de los salones, son ejemplos de esta variedad.

El Salón de Gasparini se nos antoja exótico, de exuberante rococó, con tonalidades oscuras combinadas con motivos chinos y frutas. Seda bordada recubre las paredes. A unos pasos quedan el Salón de Porcelana y el Salón Amarillo.

El Salón de la Corona contiene sus tesoros regios: la corona y el cetro. La pregunta inevitable surge: ¿El rey actual utiliza esas joyas en eventos oficiales? No. Aunque la familia real usa algunas insignias ceremoniales, las piezas en exhibición no se utilizan en la actualidad. Quedan como testimonio de la rica herencia monárquica. Tampoco la familia vive allí, aunque sea la residencia oficial. El Palacio Real queda para importantes ceremonias de estado.

Al salir de ahí a las galerías exteriores, podemos husmear en otras áreas, desde la ventana a la Sala de Fumar, a donde tomaban un respiro; o la Sala de Juegos, donde el billar, sorprendentemente está presente desde el siglo XIX.

Por esa zona, en el pasillo, sobresalen la escultura de Isabel la Católica, junto a su esposo Fernando, erguida con majestuosidad. Fueron ellos quienes apoyaron a Cristóbal Colón para el descubrimiento de América.

El Comedor de Gala es una de las salas más impresionantes. Puede acomodar a más de 140 personas en grandes banquetes durante eventos oficiales. En una habitación contigua hay un mueble de azulejos largo. Se llama botellero o “nevera de azulejos”.

También la platería y vajilla son obras de arte. La colección es extensa y variada, abarca desde la platería utilizada en eventos oficiales hasta la vajilla decorada con intrincados diseños. La vajilla de Fernando VII capturó la atención por sus paisajes pintados a mano. Mientras comía con sofisticación y mataba el aburrimiento jugando billar amasaba su estrategia para administrar y controlar sus colonias en un periodo de gran agitación política.

Si no les suena, recuerden que fue este rey el que concedió el título de ciudad para Santa María del Puerto del Príncipe. Tomó esa decisión al final de su primer período de reinado. Tampoco podemos negar que ese detalle de Fernando VII implicaba un reconocimiento oficial de la importancia y el desarrollo de Puerto Príncipe, actual Camagüey. Hoy en día es un importante centro cultural e histórico en la isla, con un segmento proclamado Patrimonio Mundial de la Humanidad.

En la sala donde se exhiben instrumentos musicales, entre ellos un piano, hay en una esquina un mueble con un reloj que adentro contiene otros relojes. En ese repetidor o “reloj de múltiples zonas”, aparece el correspondiente a la Isla de Cuba. El reloj para La Habana, junto con otros elementos del palacio, teje una narrativa sobre la conexión entre España y sus colonias, subraya el alcance global de la monarquía.

A la salida tienen una librería y una tienda de suvenir. Se dice que el dinero recaudado se destina a la conservación, el mantenimiento y la promoción del patrimonio histórico del palacio. De hecho, observamos herramientas de labor constructiva y zonas cubiertas con nylon en diferentes salas del Palacio Real.

Una vez afuera, volvimos sobre nuestros pasos, por un lateral del Jardín de Sabatini, el parque al fondo del palacio. El calor del día se hizo más soportable. Intentando compensar aquella majestuosidad apabullante quisimos perdernos por una calle estrecha, pero igual, de mucho tránsito. Teníamos sed y como para provocarnos a un descanso, se alzó ante nuestros ojos la taberna de Los López.

Aquel nombre evocó el recuerdo de mi abuela paterna, María Cristina López Camacho. En el palacio también estaba su nombre como toda una reina, la reina de Borbón, viuda de Fernando VII, regente de su hija Isabel II hasta que esta alcanzó la mayoría de edad.

La coincidencia en un día lleno de historia y reflexión hizo que el momento fuera aún más significativo. Una caña fría (así le dicen a la cerveza) en un entorno histórico se convirtió en el broche perfecto para una visita memorable.

Mientras saboreaba la cerveza, como la más mundana de los mundanos, pensaba como simple mortal en esa manía histórica de atribuir a los reyes la condición sobrenatural de los grandes elegidos, pues no sé cómo podían vivir entre tantos objetos, preciosos pero ostentosos, decorativos sí, aunque poco o nada utilitarios.

La vida en medio de la ostentación y el lujo de los palacios reales toca un aspecto profundo de la historia y la psicología del poder. Este tema nos plantea las diferentes formas en que se expresa el poder y la riqueza. Para muchos, la monarquía representa un vínculo con la historia y la cultura, mientras que para otros, puede parecer una reliquia en un mundo que busca redefinir la igualdad y la justicia social.

En ese sentido me choca algo que intento comprender: la coexistencia de monarquía en una España que se dice democrática. Como cubana traigo un aprendizaje de lucha histórica de lo que fuera una colonia empecinada por dejar de ser gobernada por reyes de ultramar, para convertirse en una nación independiente y soberana.

Se rigen por presidentes y por reyes. Además, por lo que observo, leo y escucho, ya siento cómo la mentalidad del ciudadano en relación con el sentido de la familia huele a marca de rancio abolengo, porque la gente espera heredar más que a construir con sus propias manos un futuro propio y distinto.