CAMAGÜEY.- Mientras el Ejército Rebelde luchaba por consolidarse, en las áreas urbanas del país se constituían comandos del 26 de Julio con el propósito de establecer focos de resistencia capaces de realizar acciones efectivas contra la estructura de la dictadura. En Camagüey el Movimiento, luego de algunos tropiezos organizativos iniciales, comenzó una activa etapa de preparación de arriesgadas misiones, como la dirigida por el capitán de milicias Pedro Delgado Alfonso (Léster). 

Pero no llamarse a engaño, para la época la fuerza militar de la dictadura no operaba a ciegas ni por su cuenta como algunos pueden suponer. Mantener este criterio sería subestimar la capacidad de los recursos de la tiranía y minimizar la valentía y estrategias del movimiento revolucionario en las ciudades.

Basta adentrarse en los testimonios y los archivos del Ejército Constitucional, en los del Buró de Represiones de Actividades Comunistas (BRAC), del Servicio de Inteligencia Regimental (SIR) y del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), para reconocer la audacia de los combatientes clandestinos para infiltrarse a través de redes tendidas en las calles, centros de trabajo, escuelas y sociedades siempre alertas para operar contra revolucionarios y simpatizantes de su causa. No pocos oficiales de los institutos armados de la dictadura fueron entrenados y asesorados por órganos de seguridad de los Estados Unidos en las academias militares norteamericanas, entre estas los centros de instrucción de la Agencia Central de Inteligencia y de la Agencia de Inteligencia de la Defensa.

De aquellos días, Alfredo Sarduy Valdés, uno de los integrantes de aquel comando y tenazmente buscado por la policía, recuerda: “A nosotros nos localiza la policía por Domingo, que era la persona más cuidadosa del mundo, con mucha experiencia en esta labor. Resulta que él hace contacto con un individuo que se le acerca para ingresar en el Movimiento, pero ni siquiera conoce a derechas y confía en él. Le cree un cuento que le hace. Uno dice ahora, ¿pero cómo es posible que haya sucedido?. Pues ocurrió”.

A partir de allí todo se precipitó, hasta el encuentro armado del 31 de diciembre de 1957 en el reparto La Norma donde mueren Domingo López Loyola y Rodolfo Ramírez Esquivel; Alfredo es capturado junto a Lester,  y por una serie de increíbles factores no son asesinados y sí remitidos a la cárcel en espera de un juicio que nunca se dio.

Durante su estancia en prisión Sarduy y Léster elaboraron varios planes para escapar. Uno de ellos fue combinarlo con otros presos de confianza dispuestos a ayudarlos. “El golpe se produciría en horario de visitas. Asaltar la cárcel desde adentro y tomar las armas de la armería, pero como nunca nos sacaron al salón el asunto quedó allí”.

La fecha del juicio se dilató, incluso desde el Regimiento 2 Agramonte remitieron un certificado oficial al presidente del Tribunal de Urgencia notificando que por motivos de servicio los militares citados no podían asistir a juicio, “pues por órdenes superiores se encuentran fuera del territorio realizando otras funciones”. De esta forma el capitán ayudante de esa jefatura, José Nápoles, excusó la presencia del Teniente Antonio Hernández para su comparecencia. Hernández, jefe del BRAC, era uno de los principales investigadores del caso y autor de numerosas detenciones y asesinatos.

 

El juicio a los revolucionarios fue suspendido en ocho ocasiones: 20 y 25 de marzo, 15 de abril, 2 de mayo, 3 de junio, 6 y 22 de julio, y 6 de agosto.

“Nosotros ya teníamos esta idea de fuga, incluso desde un principio sabíamos que tenía que ser en el trayecto de ida al Tribunal, —narró años después el propio Lester Delgado— el proyecto era sencillo y su principal golpe de efecto estaba en la sorpresa. Junto con Sarduy hicimos variantes y siempre vimos que había posibilidades de éxito. Aprovechamos la detención de Marrero, a quien yo conocía por ser miembro de uno de los grupos de acción, para pasarle un mensaje a la dirección del Movimiento. Al quedar en libertad, y sin comunicarle nuestra intención, le dimos a Marrero la tarea de contactar con la jefatura del 26 de julio en la provincia. Entonces nos envían a Noel Fernández”.

“Dónde se haría y la selección del comando que participaría, estuvo totalmente en manos de Noel, cuenta Sarduy. Algo importante que se tuvo en cuenta desde un principio fue la discreción que nunca se violó, todo estuvo muy compartimentado. Solo lo sabíamos Lester, Noel y yo; ninguno de los que se fueron ese día junto con nosotros conocía lo que iba a pasar, incluso, los que intervinieron en la acción se enteraron solo a última hora”.

En realidad la dilatada presentación de los dos detenidos ante los tribunales respondía a un proyecto que desde un principio preparaban los órganos represivos: asesinarlos a la primera oportunidad. Según los agentes policiales, los tribunales actuaban con demasiada benevolencia y en muchos casos los revolucionarios, a pesar de la demanda de la dictadura, eran absueltos. De allí que se concibió una ejecución extra judicial simulando la evasión de los acusados, especialmente cuando fueran conducidos de la prisión a la sala del Tribunal para, violando todos los derechos del habeas corpus, eliminarles a pesar de que el hecho constituiría un crimen. Es necesario recordar que la Ley de Fuga se aplicó a lo largo de la dictadura de Batista en diferentes regiones del país, pero hasta ese año 1958, no en la provincia de Camagüey, de allí que se hiciera necesario contar con la autorización de los mandos militares.

Durante la primera semana de septiembre el oficio especial y telegrafiado en clave llegó a Camagüey remitido desde la oficina de Dirección del BRAC, presidido entonces por el Mayor General Martín Díaz Tamayo. El soldado operador del equipo en el cuartel Agramonte recibió el radiograma, descifró la clave y redactó el mensaje para llevarlo personalmente al mando del BRAC en la provincia, como era habitual. Un par de horas después, tras concluir su guardia del día en el centro de comunicaciones del regimiento, este hombre se dirigió al Hospital Civil y localizó a Ramona, la madre de Lester, que trabajaba como auxiliar de limpieza y con quien le unía una larga amistad familiar. “¡Oye, dile a los muchachos que no salgan que los van a matar, que no dejen que los lleven porque hay una orden para matarlos!”.

“Desde un principio nosotros sabíamos que eso iba a pasar, relató Lester, pero ya estábamos decididos a irnos, así que este momento no podíamos desperdiciarlo. Yo le digo a Sarduy: ‘oye, ellos tienen un plan y nosotros otro. Ellos nos quieren matar y nosotros queremos irnos. De todas formas estoy seguro que vamos a salir de aquí. Dime si estás de acuerdo. ¿Nos vamos?’. Y él me dice: ‘¡Pues nos vamos!’. No sabíamos dónde iba a ser la acción, ni quiénes serían los conducidos al Tribunal junto a nosotros”.

 

Aquel 16 de septiembre viajaron en el panel diez detenidos con destino al Tribunal. Junto a Sarduy y Léster iban Jorge Aguirre Fernández, 24 años, mestizo y natural de Baracoa, quien vivía y trabajaba en el central Stewart, Ciego de Ávila e iba al Tribunal acusado en la Causa 288 de 1958 por delitos contra la seguridad del estado.

También serían juzgados en la Causa 289 por iguales delitos: Guillermo Ruiz Rodríguez, 32 años, y los hermanos Hernández Hernández, Pedro, de 33 años, Armando, 29, y Paulino, 19, todos de Jagüeyal, en Ciego de Ávila.

Badik Saker Saker, agregado a la Causa 1 de 1958 por los sucesos del 31 de diciembre de 1957.

A última hora sumaron a Tomás Hidalgo Estrada, 28 años, Camagüey, Causa 558 de 1958 por resistencia y falta de respeto a la autoridad y ya condenado a tres años de privación de libertad, cuyo caso se revisaría por el Tribunal, y Antonio Martínez González, 25 años, Bayamo, negro, Causa 513 de 1958 por atentado contra agente de la autoridad.

 

A la una de la tarde del 16 de septiembre se abrieron las puertas de la prisión y los detenidos comenzaron a subir al vehículo mientras el sargento a cargo del traslado, con una tablilla en la mano, los llamaba uno a uno. Cuando se comprobó que todos estaban a bordo dio la orden de partida. Dos cuadras más arriba, al doblar la esquina, el comando de combatientes se alistó para dar inicio a una de las más audaces acciones de la lucha clandestina realizada en Camagüey: el asalto al carro celular.