CAMAGÜEY.- El 18 de abril de 1819 nació uno de los héroes cubanos que llegó a este mundo para hacer historia. Carlos Manuel de Céspedes, fue el nombre que escogieron los padres para el bebé. El cuadro de su infancia y juventud transitó por la excelente educación y modales que le facilitó la vida en el seno de una familia acomodada. Pero la adultez significó un despertar, un giro en sentido contrario a su estatus social y la madurez de sus ideales libertarios, concretado un 10 de octubre de 1868 en su finca Demajagua.

“(…) es útil saber que unas horas antes, en la noche febril de la víspera (…), autorizó, o mejor aún, ordenó a los esclavos de su dotación tocar la tumba francesa como música de fondo o preludio de lo que ya sabían todos (….), la insurrección”, escribe Rafael Acosta de Arriba, en Los silencios quebrados de San Lorenzo, sobre el épico suceso que valida a Céspedes como el Padre de la Patria. Es relevante significar cómo el 23 de enero de 1843, este acontecimiento tuvo un antecedente en la liberación que el camagüeyano Joaquín de Agüero y Agüero otorgó a su servidumbre.

La evolución ideológica del bayamés, en favor de los ideales de la revolución gestada, se aprecia a través de las memorias recogida en sus diarios. Su origen aristocrático o el recuerdo de la buena cocina no resultaron un impedimento para que se internara junto a sus compatriotas, en la manigua, y compartiera los deseos de luchar por la independencia de su país. La Demajagua, su amado cobijo, sería reducida a cenizas por los cañones de la autoridad colonial. Sin embargo, un ascenso espiritual ya se había forjado en sus entrañas.

“A mí, que en la política pertenezco a la escuela avanzada del progreso, que estoy por todas las reformas que la filosofía y la experiencia recomiendan (…), a mí no me pueden espantar las ideas de Bruto y de Dantón aplicadas a nuestra naciente República (…) Derrocada la autocracia española en Cuba (…) La libertad más radical es la piedra angular en que se asienta y en que se sostendrá nuestra República (…) la forma invariable de mi política es y será el respeto absoluto de los derechos del pueblo”, escribió en una oportunidad.

La esencia del texto anterior nos remite a la frase medular y simbólica, “con todos y para el bien de todos”, acuñada más tarde por la pluma de nuestro Héroe Nacional, José Martí. Rafael Acosta, en su libro, prodigo en alabanzas hacia el protagonista del Grito de Yara, ofrece también una visión holística sobre las facultades de Céspedes durante la Guerra Grande.

Para el historiador, es el “hombre abolicionista radical, estimulador del ascenso de negros y mestizos a los más altos grados de la oficialidad mambisa, al primer descubridor de las secretas intenciones del gobierno norteamericano en sus ambiciones sobre Cuba (…) porque según su criterio, no se podía seguir soportando el desprecio de Estados Unidos. “Pobres, pero dignos”, fue su mensaje”.

Una de las premisas que siempre acompañaron la vida de Céspedes fue su confianza en el poder de la palabra y de la cultura. Entre los más notables ejemplos sobresalen los poemas que demostraron la sensibilidad del presidente de la República en Armas y su ideario independentista, desde su juventud. En la mayoría se percibe la huella de lo mejor de nuestra identidad y, en algunos como Contestación, trasluce un amor desmedido por su tierra que desemboca en un fuerte ímpetu por la necesidad de respirar el aires de un país soberano, sin cadenas.

Comprendía la importancia y el rol decisivo de la prensa y sabía que un periódico, al servicio de la insurrección, constituiría una pieza fundamental en el desarrollo de la contienda. “Es hoy la lengua de los pueblos, el que no tiene periódicos está mudo (…) Es preciso hablarle al mundo por la imprenta o morir solo en un rincón. Sin dudas, la publicación Patria, fundada por Martí el 10 de abril de 1892, devino en esa añoranza de transformar la celulosa y la tinta en un soldado más al servicio de la verdadera revolución.

Asegura el investigador Acosta de Arriba, sobre Céspedes, que “pensar a Cuba, mientras se debate por transformarla, fue la divisa de su existencia”. La transformó hasta en los momentos más inesperados. Así lo refleja un pasaje de su diario, redactado siete días antes de morir, en San Lorenzo, el 24 de febrero de 1873, cuando se encuentra con una haitiana que quiere hacerle una petición. Ella lo llama “mi presidente, mi amo”, y él contestó: “hija, yo no soy tu amo, sino tu amigo, tu hermano”. Así, en humilde actitud, inmortalizaría una vez más su imagen de padre de todos los habitantes de esta nación.