CAMAGÜEY.- Ignacio Agramonte, incorporado a la lucha el 11 de noviembre de 1868 en el ingenio Oriente, en Sibanicú, era del criterio de congregar nuevamente a los grupos dispersos por distintas zonas del Camagüey a raíz del alzamiento en Las Clavellinas el día 4. Tal propósito entrañaba erradicar el mal pacificador que alentaba Napoleón Arango, que podía dar al traste con la Revolución.

Este último había sido nombrado jefe militar del movimiento revolucionario en el territorio, dado el prestigio y la posición independentista asumida de antemano por él y sus hermanos Augusto y Arístides.

Bajo esta condición decide, de manera inconsulta, ir a Oriente con el pretexto de tomar experiencia de la guerra. Allá logró contactar con el Padre de la Patria, pero para tratar de persuadirlo de las posibilidades de negociar con el Gobierno español.

La reacción de Céspedes fue rotunda al manifestar su decisión de luchar hasta las últimas consecuencias por la independencia de Cuba.

Aun así, Napoleón no cejó en su empeño. En Manzanillo dialoga con el Conde de Valmaseda, entrevista que, según apuntan historiadores, fue decisiva en la determinación del jefe español de trasladarse inmediatamente a nuestra provincia, convencido de que por mediación de su interlocutor convencería a los camagüeyanos para que abandonaran las armas y retornaran a sus hogares.

Entretanto, en España caía del trono la reina Isabel II, resultado de la Revolución de Septiembre, cuyos principales líderes, reunidos en la ciudad de Cádiz, proclamaron un gobierno de base popular.

Por ello el general Francisco de Lersundi, Capitán General de la colonia, presentó su dimisión tras afirmar:

“La isla de Cuba es española, mande quien mande en la península, y para España es preciso defenderla y conservarla, cueste lo que cueste”.

Es esta situación la que aprovecha Arango para convocar a una nueva reunión en Las Clavellinas, el día 18 de noviembre, y exponer ante los revolucionarios que España podría garantizar un programa de reforma, por lo que no era preciso continuar la contienda. La mayoría de los patriotas no aceptaron las propuestas, e incluso Ignacio Mora de la Pera lo calificó como un acto ilegal al no estar presente la legítima representación del Camagüey.

Aquella reunión propiciaba que Valmaseda desembarcara por Vertientes al mando de una nutrida fuerza de 1 100 infantes, 100 caballos y 100 piezas de artillería, quienes pudieron realizar el recorrido hasta la ciudad de Puerto Príncipe, sin inconveniente alguno.

Llegadas las doce de la noche del 26 de noviembre en el paradero de Las Minas, patriotas y otras personas se congregan para escuchar sobre las reformas políticas que ofrecía Valmaseda por conducto de Napoleón.

Testimonios del trascendental suceso apuntaron que en medio de aquel conglomerado, Ignacio Agramonte contemplaba al orador con desprecio y que, una vez concluida la intervención, pidió la palabra para aclarar la realidad, a todas luces mal interpretada por quienes pecaban de ilusos al esperar reformas españolas.

Agramonte rememoró su estancia en Barcelona, las rebeliones que allí se produjeron; nombró a los que en Cuba abusaron del poder y en la Metrópoli abogaron por las cortes y la “autoridad del pueblo”.

Napoleón mantenía el argumento de que en España lo que se había producido era una crisis y una vez superada sobrevendrían los beneficios.

Hubo murmullos de aprobación y hasta aplausos. Entonces nuestro Mayor vuelve en pro de la necesidad de la guerra, su voz se alza oportuna, clara y precisa:

“Acaben de una vez los cabildeos, las torpes dilaciones, las demandas que humillan. Cuba no tiene más camino que conquistar su redención arrancándosela a España por la fuerza de las armas”.

Quienes momentos antes habían aplaudido a Arango, ahora comprendían la veracidad del insigne patriota.

“A la palabra resuelta de Ignacio Agramonte se debió en gran parte la salvación de la Revolución Cubana”, apuntó el nieto, Eugenio Betancourt Agramonte, en su libro escrito en memoria del abuelo.

En el Centenario de la caída en combate de Ignacio Agramonte, nuestro Comandante en Jefe, al referirse al trascendental momento, y luego de pronunciar emocionado aquellas mismas palabras de El Mayor, expresó:

“...logra hacer prevalecer sus criterios y arrastrar a sus compañeros a la lucha, y se consolida el levantamiento armado en Camagüey. Ese fue el primer servicio extraordinario prestado por Ignacio Agramonte a la lucha por la independencia.
“Habría sido terrible para el resto de los revolucionarios, posiblemente no se habría producido el alzamiento en Las Villas, y con toda seguridad España, concentrando sus fuerzas, habría podido aplastar, en un tiempo relativamente corto, a los patriotas orientales, si no se hubiese consolidado el levantamiento armado en Camagüey (...) fue incuestionablemente obra y mérito de Ignacio Agramonte”.