CAMAGÜEY.- Sabino Pupo Milián es uno de esos hombres recordados por su actitud irreverente. Lo rememoramos como un símbolo de intransigencia, de imitable postura ante la opresión, aún bajo el peligro inminente de perderlo todo, en tiempos donde el poder legal hacía aguas ante el monetario. Por allá, en 1948, la empresa azucarera norteamericana en Cuba, la Manati Sugar Company, campeaba a sus anchas y sometía a los campesinos con impunidad… pero no siempre se salía con las suyas.

En aquel mismo año, apareció en la Revista Bohemia, el trabajo Guerra de Nervios en Santa Lucía, del prominente periodista y escritor, Lino Novás Calvo, en el que ofrece detalles de cómo la entidad empleaba los mecanismos indecibles para hacer cumplir sus antojos: “(…) las leyes, las artimañas, las marañas, las nebulosas tácticas de los abogados (…)”.

La institución yanqui argumentaba que poseía los títulos de unas tierras lejanas en Nuevitas, pertenecientes nada más y nada menos que al Marqués de Santa Lucía, Salvador Cisneros Betancourt. Sin embargo, “(...) los derechos más antiguos son, aquí, los (...) que las ocupan. Son los derechos más sagrados: los de los que la trabajan. Más de mil personas viven y trabajan ahí; algunos, desde toda la vida. Ahí han levantado su bohío, hecho su aguada, cavado su pozo, sembrado su maíz (…)”, refiere, Novás Calvo.

LAS CAUSAS NOBLES

De las fértiles tierras de Camalote se alzó el rostro de un guajiro. Emergió la figura de un líder humildísimo que respondía al nombre de Sabino, y que nació en Las Tunas, el 19 de marzo de 1895. Quizá la fuerza de Sabino le venía de la sangre, pues sus tíos fueron unos valientes mambises que cruzaron la trocha de Júcaro a Morón. Quizá la inspiración para encarar al Goliat le llegó de las hazañas del gran Salvador Cisneros, quien entregó toda su fortuna y tierras por la causa independentista, los mismos terrenos que sus pies pisaban y que con su sudor, tanto había honrado.

Apunta Lino Novás cómo las advertencias de los agentes de “la Sugar”, escalaba del verbo, con el “múdese compay”, “lo vamos a trasladar un poco más allá”, o el “firme aquí, amigo”, a la fuerza bruta, que la “amigable” guardia rural ayudaba a concretar. Sabino fue uno de los tantos advertidos, pero con la misma altivez de un viejo mambí, se había negado a renunciar al fértil terreno, que sustentaban a sus 12 hijos.

La frase napoleónica “triunfad siempre, no importa cómo, y siempre tendréis razón”, sirvió de punta de lanza a la compañía estadounidense, que, como es lógico, extendería el cultivo de la caña de azúcar por toda la región. Ni los frijoles, ni el maíz, ni el plátano, esenciales para el comercio y la alimentación del campesinado, tenían cabida en los planes de la Manati. Esos cultivos no les serían rentables para el negocio.

Así que ante la creciente presión, Sabino, vinculado a la asociación campesina, Álvaro Reynoso, fue emergiendo como un líder que logró nuclear a los agricultores en torno a la Asociación Campesina de Santa Lucía. Su voz fue elevándose, tomó fuerza: fue nombrado delegado al Congreso Campesino celebrado en Santiago de Cuba en 1945, un espacio que lo aproximó a la situación de esa esfera en la nación, y le aportó nuevos bríos para exigir las demandas de los oprimidos.

De un simple número, de un tipo común que solo se dedicaba a su siembra, a cultivar para su círculo familiar, Sabino se transformó en un peligro. Su nivel de peligrosidad para los de “la Manati”, era demasiada. Trataban con esa clase de hombres “problemáticos” que no renunciarían jamás a sus principios: “Ni así me dé el central, yo no vendo a mis compañeros”, le dijo al administrador de la compañía, quien le propuso 50 mil pesos y y la entrega de 50 caballerías.

Le ofrecieron un cheque en blanco, y le dijeron que escribiera la cantidad, a cambio de que se apartara del camino: “No existe dinero para comprar la vergüenza del campesino”, respondió. El propio Sabino, se percataba de los riesgos. De que toda acción valiente, puede resultar en un sacrificio. Y le comenta a su esposa: “Cándida, no me gusta esto; no me va a suceder lo mismo que a Niceto Pérez”.

TRAGEDIA

Un 20 de octubre de 1948, el escenario quedó listo, de manera espontánea, para que sucediera lo peor: Pupo Milián fue en compañía de otros campesinos, desarmados, a buscar un ganado que se había escapado a través de una cerca rota. Los animales fueron encontrados, no obstante, junto a ellos estaba el mayoral del ingenio de “la Manati”, Manuel Leyva. Se negó a entregarlos. Portaba un revólver en la mano. Con cinismo dijo que el terreno era de la compañía, y también el ganado. Sabino, se defendió con la palabra, pero el otro ripostó con dos disparos, que lo mataron al instante.

Para lavar el crimen, acusaron a Sabino de cuatrero, de cabecilla de una banda de 30 delincuentes que deseaban saquear a la oprobiosa institución azucarera. Son ya 75 años del vil asesinato de ese adalid del campesinado cubano, de ese paladín del surco que nos deja un legado de honor, la inquebrantable posición de un hombre que no tranza cuando se trata de la prosperidad, de la paz ¿Cuál fue la base de la admiración y la unidad que logró? Su ejemplo.