A Pablo de la Torriente Brau (1901-1936), le hubiera bastado para quedar entre los innovadores más sobresalientes del relato en el país su obra literaria y periodística, a la que incorporó la narración directa junto al lenguaje y la veta humorística popular para criticar temas muy serios como la guerra imperialista y su iconografía, ejemplificado en su texto “Aventuras del soldado desconocido cubano”.

Concibió su prosa como vía para combatir el sistema neocolonial y la frustración de la llamada Revolución del 33 contra la dictadura de Gerardo Machado, de la que supo caracterizar a sus actores y su principal traidor Fulgencio Batista, entonces un joven sargento líder de un movimiento de clases y soldados que engañó a muchos con sus poses populistas y de izquierda.

Denunció con valentía la esencia oportunista del futuro dictador en 1934 y con una clarividencia casi sobrenatural adivinó su final un cuarto de siglo después al escribir

(…) “ tiene por otro lado, condiciones de demagogo; es orador y proyectista; conoce el secreto de la sonrisa y del brazo en alto; construye, roba y se pule. Desde otro ángulo, sin duda es inteligente (…). En caso de una revolución, si le dan tiempo, pertenece a los que tendrían preparado el avión para huir”.

Al tiempo que escribía, estuvo en las primeras protestas estudiantiles, fue fundador del Directorio Estudiantil Universitario y conoció la represión y el presidio, la clandestinidad y el exilio en New York, primero contra el régimen machadista y después bajo Batista, al tomar el poder por medio de sus títeres en la presidencia Mendieta, con el apoyo de la embajada yanqui.

En esa ocasión no permaneció mucho tiempo en la urbe estadounidense y en julio de 1936, ante la asonada del general Franco contra la República española y el inicio de la guerra civil, partió a España para luchar junto a las Brigadas Internacionales como corresponsal de guerra, pero terminaría como comisario político de un batallón de primera línea del frente.

Menos de cuatro meses de su estancia entre los combatientes anti fascistas hispanos y de las Brigadas Internacionales bastaron para que Pablo se ganara el cariño y el respeto de sus compañeros de armas por su valentía y fuera reconocido como excelente orador que no tenía rival en el lado falangista cuando el combate se trasladaba a la polémica de trinchera a trinchera.

Llevó la cultura al centro de las fuerzas que luchaban, editó una especie de periódico y nombró al poeta español Miguel Hernández como jefe del Departamento de Cultura de una brigada, al tiempo que escribió sus conocidas crónicas y testimonios que serían publicados póstumamente bajo el título Peleando con los milicianos.

Le llamaban el cubano y no podía ser de otra forma, venía de Cuba y todas sus referencias lo vinculaban a la Isla. Conocer el detalle que había nacido en Puerto Rico era demasiado pedir en la impronta que imponían los cortos espacios de diálogo entre los compañeros de armas entre combate y combate, cada vez más encarnizados y sangrientos.

Su última operación combativa la libró en soledad el 19 diciembre de 1936, hace 84 años ,-ese mismo mes el día 12 había cumplido 35 años-. Sus compañeros lo buscaron pues se había ausentado del puesto de mando más de lo habitual y lo encontraron todavía con el cuerpo caliente entre las trincheras en tierra de nadie con un balazo en el pecho y las manos crispadas por el último esfuerzo que realizó para enterrar los documentos que llevaba.

Fue trasladado a Alcalá de Henares, donde se le rindió tributo y se le condecoró con la insignia de capitán, y lo enterraron en el cementerio de Chamartín de la Rosa, en Madrid. Luego, al parecer, sus restos fueron enviados a Barcelona para embarcarlos rumbo a la isla, lo que resultó imposible por la guerra y lo sepultaron en una fosa común sin que hasta el presente se hayan encontrado.

Su amigo y compañero de armas, el poeta Miguel Hernández le dedicó su poema Elegía Segunda, en uno de cuyos versos dice:

"Me quedaré en España/ compañero/ me dijiste con gesto enamorado/ Y al fin sin tu edificio tronante de guerrero/ en la hierba de España te has quedado/”.

Pablo de la Torriente Brau quedó en la historia de Cuba doblemente como combatiente que optó por el fusil en el momento crucial y como brillante intelectual consecuente hasta el final con sus ideas revolucionarias, que dejó un legado de plena vigencia en los momentos actuales.