CAMAGÜEY.- Luisa no anda bien de salud en estos días. Les achaca a sus años todas las dolencias, pero quienes la rodean y la quieren mucho saben que es exceso de trabajo. Para ella el trabajo es su vida, y punto.

Luisa es más de hacer los deberes que de conversar; sin embargo, cuelga la llamada para la estadística del control diario, y sonríe, como abriendo las puertas de las palabras a nuestra anunciada visita.

Es la tercera vez que la ¿entrevisto? y ya perdí la cuenta de las veces que me recalca: “Yo no trabajo por medallas, distinciones ni reconocimientos… sino porque me gusta lo que hago”. Ahora no repite su evasión a cámaras y micrófonos, quizá porque lejos de una entrevista formal, “dialogamos” sobre nuevos temas de su existencia, por supuesto, laborales.

Es la primera mujer cincuentenaria azucarera de las últimas décadas y acaban de otorgarle la Orden Lázaro Peña de Tercer Grado. “Significa un mayor compromiso con lo que realizo. Eso sí, todo lo que hago mejor se lo dedico a Fidel y a la Revolución”.

Siempre se levanta muy temprano y nunca se acuesta con algo pendiente, por eso con la digitalización aprovechaba lo más que podía la jornada laboral y con lápiz y papel seguía la tarea en casa. Aunque allí dispone de una computadora, por ahora la prescripción médica es que no la use para evitar dolores óseos y musculares.

Habla de los tres nietos y un bisnieto; de cómo en su misión en Venezuela en 2009 sus compañeros la trataban como una madre, al igual que la mayoría de los trabajadores de la Empresa Azucarera de Camagüey donde labora, después de “luchar” en 1962 una plaza en el otrora central Senado, ahora Noel Fernández, y lidiar con gusto por más de cinco años en el “Siboney” con los obreros, sus problemas familiares y los números productivos del ingenio. Desde entonces madrugaba para viajar a diario hasta allá por cuenta propia.

Aunque nació en Santa Teresa, en las afueras de la ciudad de Camagüey vía occidente, confiesa que nunca ha montado un caballo y que tras caerse muchas veces de una bicicleta decidió no aprender a montarla. Sorprende viniendo de Luisa Máxima Pérez Arencibia, una mujer de carácter fuerte, capaz de viajar colgada de las ruedas de cualquier aeronave antes de incumplir una información estadística de la fuerza laboral o recursos humanos vinculada con los trabajadores de un ingenio, centro de acopio, pelotón de corte o dondequiera que haga falta su presencia.

Pocos conocen acerca de su apoyo desde 1976 hasta hace poco a los procesos de rendición de cuenta y elecciones del Poder Popular en El Porvenir, o su participación en los trabajos voluntarios, en las tareas de la Federación de Mujeres Cubanas, cuyas condecoraciones guarda en su intimidad, como las medallas de la Campaña de alfabetización y de los aniversarios de las FAR. Siempre ha trabajado entre relaciones humanas y estadísticas que para ella no representan cifras frías.

Confiesa que es lo que más le gusta hacer y que si volviera a nacer, lo repetiría. En segunda opción sería maestra, algo que va implícito en su vida por la ayuda que ofrece a quien solicita beber de sus conocimientos, sobre todo los jóvenes. Mas, esta vez sin bolígrafo casi y ninguna grabadora, me confesó de sopetón: “De niña quería ser meteoróloga, mirar para el cielo y predecir el tiempo…”.

¿Cómo está el tiempo hoy para usted, después de levantarse temprano y subir los 20 escalones hasta la oficina?

—Bien, hoy me siento bien, y estaré mejor si le sigo haciendo caso a los médicos que me atienden con ese cariño de capital humano que Fidel nos enseñó.