CAMAGÜEY.- Elda Fexas Martínez nunca sintió miedo. Desde jovencita estaba decidida a enfrentar las adversidades allá en Senado, otrora pueblito azucarero, donde vivió muchos años.

Con el tiempo, esas dos cualidades conformaron en ella una personalidad rebelde, opuesta a las desigualdades de la época y la llevaron a integrarse al Movimiento 26 de Julio como combatiente clandestina.

La infancia transcurrió viendo llegar los camiones y carretas, cargados de cañas al ingenio, y sintiendo el pitazo del central anunciando el cierre de la jornada del día o el cumplimiento del plan de las últimas veinticuatro horas.

Comprobó las diferencias sociales y recuerda la escuela de madera de sus estudios primarios y los conocimientos impartidos por María Bucarano hasta terminar el sexto grado. Entonces pasó a Camagüey a dar continuidad en la enseñanza media y obtener el séptimo y octavo grados en la Academia Fernández, situada en Ignacio Agramonte y San Fernando.

Después conoció que Cuco Fernández fue un activo militante del 26 de Julio y que durante un registro a su casa destruyeron figuras de porcelana y todo cuanto encontraron a su paso los esbirros de Batista.

Un hermano que vivía en Camagüey la acogía de lunes a viernes, y el fin de semana estaba con el resto de los suyos en Senado, hasta que a principios de los ‘50 la familia decidió asentarse definitivamente aquí.

EL PROTAGONISMO DE LA MUJER

Raquel Perón, prima de Elda, le habló que en Senado había un grupo de jóvenes que querían participar en la lucha revolucionaria, pero que estaban solos, sin ninguna orientación.

Para Elda fue la oportunidad para hablar con Tony Ginestá, jefe de acción y sabotaje en Camagüey. —Sí, cómo no, que seleccionen un jefe de grupo y vengan a verme—, fue la respuesta  del hombre que comandó el 9 de abril de 1958 el asalto a la planta eléctrica de Camagüey.

La testimoniante refiere que en la librería Lavernia, situada en Ignacio Agramonte (antes Estrada Palma) entre López Recio y República, trabajaban tres mujeres: Mercedes Rodríguez, La China y otra que no recuerda el nombre, y que su contacto con Ginestá fue a través de las dos primeras. Elda pertenecía a la Resistencia Cívica del 26 de Julio, dirigida por Otto Lavernia.

Lavernia, además de la librería, poseía a un costado del inmueble una cafetería, y en la calle Capdevila, en un lateral del Museo Ignacio Agramonte, una imprenta en la cual confeccionaban todo tipo de material gráfico, incluida propaganda revolucionaria.

Elda habló con toda franqueza a Ginestá de que quería incorporarse a labores de mayor riesgo y así fue que se integró al grupo de acción y sabotaje, vendió bonos para recaudar dinero para el movimiento, confeccionó banderas y brazaletes, acopió alimentos enviados a los rebeldes en la Sierra Maestra… Ese quehacer revolucionario transcurrió en todo secreto trabajando como oficinista en la fábrica de bombas de agua Hermanos Steere.

“Mi primera actividad revolucionaria la hice el 10 de marzo de 1952, el día del golpe de estado de Batista. Salimos un grupo de muchachos de la Escuela de Comercio, donde estudiaba, en manifestación hasta el gobierno provincial, en Cisneros y Hermanos Agüero. Estuvimos como hasta las tres de la tarde”.

Una sonrisa pícara acompaña sus palabras: “A esa hora me aparecí en la casa y mamá preocupada porque no regresaba. Yo andaba en estos trajines. Desde jovencita era simpatizante de la ortodoxia y de Chibás”.

UNA BUENA MEMORIA

La noche del 8 de abril de 1958, víspera de la huelga del día siguiente, convocada para todo el país, Elda salía de su casa en la calle Horca 82, junto a un joven santiaguero que no conocía, viajó con Ginestá en un auto por la ciudad, donde este concretaría los preparativos para la acción que buscaba que las raíces del régimen temblaran.

Todo estuvo listo hasta un botiquín de urgencia con medicamentos. Elda fue entrenada como sanitaria por Ana Hilda Trincado, enfermera profesional y esposa del jefe del comando.

Otro momento azaroso ocurrió el domingo 18 de noviembre de 1958. Vivían en el número 14 de calle Horca. Fue el último registro en grande que practicaron en su casa. Agentes del Brac (Buró de Represión Anticomunista) irrumpieron en el hogar y fuerzas militares ocuparon los alrededores. Buscaban a Norberto Llano, combatiente clandestino, apodado con el nombre de Remache.

No encontraron a la persona, pero sí un estandarte rojinegro, representativo del 26, que en el centro tenía la inscripción de remache. Arrestaron a la madre de Elda, la condujeron para las oficinas del Brac y después estuvo en el Vivac, centro penitenciario radicado en la calle Lugareño. No hubo delación.

Ella salió a “zapatear” al hermano que se suponía que estuviera en casa de la novia, hasta localizarlo y recomendarle que no regresara a la suya, narrándole lo sucedido y la detención de la mamá.

En la fábrica Steere se mantuvo hasta 1963 como jefa de contabilidad. El nacimiento de su hija Niurka provocó buscar un lugar más cercano para trabajar y en ese mismo año ingresó a laborar en artes gráficas hasta julio de 1975, en que a petición de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) pasó a la dirección provincial de la organización femenina.

¿Te sentiste útil en el trabajo de la FMC?

—Claro que sí. Fíjate que no me querían dar el traslado cuando solicité la liberación por enfermedad. Decían que yo tenía un buen trabajo como miembro del secretariado provincial en la esfera de economía y servicios.

“A veces estábamos trabajando y se presentaba un problema en los municipios y había que salir a cualquier hora. El trabajo era muy agitado, sobre todo por el amplio territorio que abarcábamos hasta que en 1976 se produjo la división político administrativa”.

Aunque habla con orgullo del pasado, sabe la importancia del rol femenino en todos los tiempos. “Ahora mismo tienes el ejemplo de las mujeres científicas que dan el fuerte contra la pandemia, y en todos los frentes, en la agricultura, en los trabajos de ingeniería… Hoy hay que seguir seguir trabajando con el mismo espíritu por el bienestar que necesita el pueblo”.

En enero de 1990 al cumplir los 55 años presentó en la delegación del Comité Estatal de Normalización (CEN) los trámites para la jubilación y en poco tiempo recibió la chequera. Estuvo 38 años de vida laboral activa, pero de su mente, con 86 años, no se aparta la búsqueda constante de cómo ayudar a la Revolución.