CAMAGÜEY.- Así como los apellidos, los nombres también pesan. Debe ser tremenda carga llevar un nombre que trocando sus letras se vuelve un sustantivo tan pesado como lo es amor. Y esa carga dobla su peso cuando se te destina, desde la inscripción, a heredar todas las señas maravillosas de quien te eligió para ser.
Porque Omar es, sobre todo, hijo de Omar. Del padre aprendió que las ideas se defienden con uñas y dientes. Del padre aprendió que es mejor ser “un hombre de bien y no de bienes”. Del padre aprendió que “la familia debe permanecer unida a pesar de las carencias y las dificultades”. Del padre aprendió qué debe significar el amor para un Omar.
Tal vez ese testamento Omar Morera Domínguez, el hijo de Omar Morera Cruz, no haya tenido tiempo de redactarlo y legarlo a sus hijos, en teoría. Sin embargo, en la práctica, aquellos aprendizajes marcan el día a día dentro del hogar que construyó hace ya 25 años.
“A mis hijos siempre les digo que los prefiero a mi lado con necesidades que lejos y yo carente de ellos. Trato de conversar mucho con ambos. Los acompaño en sus elecciones, apruebo lo que decidan para su vida; pero deben ser siempre fieles a sus propias ideas”.
Quien no tuvo todo lo material que quiso de pequeño, pero ha sido millonario en los cariños y el esmero, sabe que solo algunas faltas califican como intolerables. Como la de no cuidarse. Esa sí que Eireisy Varona Corrales no se la perdonaría. Él puede ser muy jefe y llevar pulcro su uniforme de militar afuera; pero adentro la voz de mando es la de su esposa.
“¿Qué no ha faltado en las dos despedidas anteriores? La orden de que me cuide. Dicta como obligatorio volver saludable y con la satisfacción de haber hecho bien mi trabajo; me sabe un poco alocado e hiperquinético”.
En marzo comenzó esta misión. Ni la estancia en Angola se le compara. Más o menos Eireisy creyó que los dos años de Omar en otro continente podrían vencerlo como una carrera de resistencia. La de ahora es una de velocidad; y para esa la preparación resulta más fuerte. Ella, maestra de Educación Física, bien lo sabe.
Pero también sabe que su compañero consigue buenas marcas. Veloz para volverte el punto final de una conversación muy seria en una jarana. Veloz para resolver con calma los conflictos de Omar Alejandro y David Ernesto. Veloz para despejar todas las angustias y bajarles la paz.
Por tres ocasiones Omar ha desafiado al virus en su hospital. Y ya se le puede imaginar salvando gente y haciendo bromas y transmitiendo una calma, indigna de quien lleva el comportamiento a mil por hora. Fuera de todos los registros. Así va por la vida.
“La tarea la asumimos al principio con susto. Además de tratarse de una enfermedad nueva, los datos señalaban un alto número de personal de Salud enfermo y muriendo. Pero a los pocos días nos acostumbramos; nos hemos ayudado como la familia que somos. Ya esta encomienda la vemos con más tranquilidad, como parte de nuestro trabajo habitual. Sabemos que cuidándonos no hay por qué temer”.
Omar debe ser un padre maravilla. Aprendió del mejor. No solo tiene a su cargo a Omar Alejandro y a David Ernesto. También se siente responsable de sus compañeros en el hospital, “en su mayoría muy jóvenes”; de sus pacientes, no importa la edad que tengan.
No sé cómo logrará transmitir “calma y apoyo a los pacientes y sus familias” un hombre de naturaleza desenfrenada y chistosa, quizás esa sea la fórmula. La mamá de Yannier, el primer paciente camagüeyano positivo a la COVID-19, podría contarnos. Ella, que marcó varias veces el número personal del médico chévere y colgó aliviada. De seguro la visita a Jayamá, que se deben en ambas direcciones, será.
También será el título de Omar Alejandro; dentro de dos años contarán con un abogado consagrado. Será la carrera de Ingeniería Mecánica de David Ernesto cuando termine su preuniversitario pues “él tiene claro que aspira a esa profesión”. Serán los desvelos que para siempre traen los hijos. Serán las conversaciones largas para resolver los conflictos. Será lo de in-genio y “locura” hasta la sepultura. Serán las “cosquillas” que a sus 50 sigue sintiendo cuando papá Omar le dice sereno: “macho, siéntate ahí, vamos a hablar”. Será el triunfo que él, otro padre abnegado, ayudará a conseguirnos en esta contienda. Será la vida y el amor; y el peso de un, más bien de dos Omar de “dobladas” proporciones. Sagrada herencia.