CAMAGÜEY.- A Gabriel lo conozco desde hace años. A nuestras familias las une el mismo pueblo, de esos en los que la gente se crían como si fueran hermanos. Sin embargo, la noticia de que estaba trabajando en la Zona Roja del Hospital Militar Octavio de la Concepción y de  la Pedraja de esta ciudad me sorprendió, ¿un ortopédico en el enfrentamiento directo a la COVID-19? Algo no me cuadraba. A la par de la preocupación de saber como estaba, y que hacía allí adentro, me revolvió también el bichito periodístico.

Y sí, el doctor Gabriel Arredondo Carr, a 29 años, dejó a un lado la especialidad que eligió y se metió allí, donde pelean la muerte y la vida. “Mi función es realizar la investigación epidemiológica, encuestar a los pacientes, sacar la mayor la cantidad de contactos posibles para aislarlos y así evitar la propagación de la enfermedad. Además, indico los PCR cuando corresponden”, explicaba, y del lado de allá del teléfono, mi orgullo era mayor.

Cuando pequeño le decía a su mamá que quería ser médico e imaginó siempre salvar vidas, pero confiesa que nunca pensó vivir semejante experiencia: “Yo quería estudiar cirugía, hoy soy especialista de primer grado en Ortopedia, pero cuando llegó la COVID no había quien realizara la labor de Epidemiología y me tocó.

“En la primera rotación teníamos 65 pacientes ingresados, dos salas llenas, había que indicarles los exámenes que exactos porque iban al IPK en La Habana y había que optimizar recursos. Me exigían minuciosidad, sacar hasta el último contacto. Aquí atendimos pacientes de Ciego de Ávila que llegaban con problemas en la encuesta y me llamaban desde aquella provincia, también algunos tenían contacto con camagüeyanos y había que preguntar una y otra vez.

“En ocasiones los pacientes se hacían difíciles, te ocultan datos y había que volver a entrevistarlos y sacarles hasta lo que no quieran decirte. Pero la clave de los resultados de la provincia estuvo en que se logró aislar a la mayor cantidad de contactos de los positivos. Además de que hay personas muy preparadas, dentro y fuera de la zona roja asesorando los tratamientos, valorando los casos al detalle”.

Gabriel tuvo proximidad con casi todos los pacientes positivos que se ingresaron en la provincia, “varias veces me expuse al virus, pero teníamos los medios para protegernos, no serán los últimos modelos, los que se usan en el primer mundo, pero están allí y hasta ahora nadie de nuestro personal médico se ha contagiado con los que tenemos. Estamos conscientes que el más mínimo descuido implica un riesgo para todos, incluso hasta para nuestros compañeros de trabajo, pues dormimos juntos.

“Aquí uno está pendiente del otro, si alguien ve que vas a hacer un paso mal, enseguida te corrigen. A veces el estrés de estar trancado, tenso, el calor… te hace descuidar detalles y te dicen: ‘oye, las gafas’, o lo que te falte. Gracias a que nos hicimos una gran familia pudimos salir adelante. No se puede cometer errores, el más mínimo lo pagas con tu salud o con tu vida”.

Su grupo de unas 110 personas aproximadamente —cuenta el muchacho de Cantarrana, el hijo de Maquito y Viviana— fue el que con más paciente confirmados trabajó: “entré la primera vez en el momento que aquello estaba crítico, Camagüey tenía varios casos, más los de Ciego de Ávila. Un trabajo muy agotador. En la segunda vuelta fueron menos casos pero siempre hay que cuidarse, la COVID se oculta en cualquier lugar.

“Muchos, como yo, eran muy jóvenes, y todos se sentían comprometidos con la tarea del momento: salvar. Es una manera de corresponder al país que te formó. Me atrevo a generalizar que todos los que hemos enfrentado a la COVID-19, incluso algunos voluntarios de otros sectores, lo hicimos desde el orgullo de estar aportando algo a Cuba, como otras generaciones de cubanos.

Este nuevo coronavirus no es cosa de juegos, asegura, “mucha gente dice en la calle que eso mata viejitos nada más, pero nosotros vimos ponerse mal allí a personas de todas las edades. Es una enfermedad muy contagiosa, peligrosa, que en pocas horas hace una neumonía que puede terminar hasta con el más fuerte. Por eso hay que tratar de no enfermar, usar los medios de protección y cumplir con el deber de cuidar a tus semejantes. No es tu vida la única que está en riesgos, la familia, los abuelos, los padres, los amigos, el compromiso es con todas esas personas, a ellos hay que cuidarlos también”.

Gabriel espera los resultados de su PCR en aislamiento, ansioso ya por regresar a casa, y decirles a sus padres que cumplió con ellos. Los sabe orgulloso, porque se cuidó como tantas veces le decían mientras estaba en la Zona Roja. Su madre, que se pasaba las noches despierta como para acompañarlo, ahora y solo por ahora, podrá dormir tranquila. Pues ya él piensa en que si tiene que regresar a desafiar la muerte, por tercera vez, lo haría, por él, por los suyos, y, como Martí, también le dirá a Viviana: “Mirame, madre, y por tu amor no llores: Si esclavo de mi edad y mis doctrinas Tu mártir corazón llené de espinas, Piensa que nacen entre espinas flores”.