La cuenta regresiva para el inicio de la guerra de Estados Unidos contra España comenzó en enero de 1898, con la entrada a la bahía habanera en “visita amistosa” del acorazado Maine, que el martes 15 de febrero tras una explosión se convirtió en un amasijo de hierros retorcidos que emergían del fondo de la dársena.
Murieron 254 hombres, más de la mitad de toda la tripulación, y la prensa norteamericana promovió una extraordinaria campaña para acusar a la península ibérica de ser la responsable del siniestro y en consecuencia iniciar una contienda bélica contra esa nación.
Tal reacción la estimularon el diario New York Journal, de William Randolph Hearst, y el New York World, de Joseph Pulitzer, que vendieron tiradas millonarias en las cuales reflejaban los más disparatados argumentos para convencer a la opinión pública estadounidense de la necesidad de ir a la guerra contra España bajo la consigna “recuerden el Maine”.
Fue muy ilustrativo el telegrama respuesta del New York Journal a un fotógrafo que estaba en La Habana, quien se lamentaba de la falta de acontecimientos bélicos y su deseo de regresar, a lo que Hearst contestó: “Por favor, quédese. Usted proporcione las imágenes. Yo pondré la guerra”.
Cuatro días antes del siniestro el buque-yate de Hearst visitó la capital cubana y ancló muy próximo al “Maine”. Sus fotógrafos tomaron fotos de la nave y el magnate nunca aportó razones de peso para explicar esa coincidencia, lo que engrosó uno de los enigmas que acompaña el hecho hasta nuestros días.
Las investigaciones sobre el incidente realizadas por norteamericanos e hispanos por separado, establecieron dos versiones contrapuestas. La comisión de Washington consideró que el estallido fue externo y causado por una mina naval, lo que imputó a la Metrópoli hispana como principal responsable.
La comisión española sustentó que la explosión fue interna por la auto combustión de los depósitos de carbón, que hizo detonar los contiguos pañoles de municiones, explicación que apareció como posible entre la mayoría de las indagaciones emprendidas durante el siglo pasado, incluyendo la de una comisión presidida por el almirante Hyman G. Rickover, de la armada estadounidense, en 1976.
Sin embargo, el diferendo no lo apoyaban solamente vocingleros magnates de la prensa, sino que respondía a los intereses políticos más agresivos de La Unión, deseosa de una campaña bélica contra el decadente imperio ibérico para desalojarlo del área de influencia estratégica en la región del Caribe, en Cuba y Puerto Rico, y de su colonia de Filipinas en el Pacífico, zonas de suma importancia para el emergente imperialismo estadounidense.
Después de oír el informe de la comisión sobre el hundimiento del “Maine” que pedía la declaración de guerra, el presidente McKinley sancionó el 20 de abril de 1898 una resolución conjunta de las cámaras en la que se reconocía la beligerancia de Cuba y se exigía a España renunciar a la soberanía sobre la Isla en el plazo de tres días.
Washington entró en el conflicto contra Madrid al bloquear las aguas cubanas el 21 de abril de 1898, e iniciar bombardeos con sus naves a posiciones hispanas. Utilizó, entre otros, el pretexto de la voladura en cuestión y llevó a vías de hecho la intervención para frustrar la contienda independentista, organizada por José Martí y que era librada exitosamente por el Ejército Libertador.
La explosión del buque resultó providencial para los planes de consolidación del emergente imperialismo norteamericano, etapa estudiada por el entonces joven revolucionario ruso Vladimir Ilich Lenin y que por esa vía debió conocer la gesta independentista de los cubanos.
El futuro líder de la Revolución Bolchevique al despedir en 1911 el duelo de su amigo cubano Pablo Lafargue, yerno de Carlos Marx, definió el verdadero significado de los acontecimientos alrededor de la voladura del “Maine” al decir que Lafargue era de una tierra cálida y heroica donde se había consumado “la primera guerra imperialista del mundo”.