En la víspera de la Nochebuena de 1841 vino al mundo el niño Ignacio Agramonte y Loynaz en el seno de una familia principal de la urbe centro oriental cubana de Puerto Príncipe, hoy Camagüey, y aquel 23 de diciembre fue un día en que se alinearon las estrellas para favorecer la llegada de un ser humano virtuoso y patriota como ninguno.

Sin embargo, tuvo el destino de otros héroes de la historia al pasar a la eternidad demasiado temprano.

Con el paso del tiempo, siendo apenas un joven de 31 años convertido en uno de los más brillantes jefes y estrategas de la primera campaña independentista, cayó en combate en los llamados llanos de Jimaguayú, en acción al frente de la famosa caballería camagüeyana, el 11 de mayo de 1873.

Sus compañeros de batalla lo nombraban El Mayor, por sus virtudes combativas que lo convirtieron en símbolo: primer soldado, jefe de campaña y estratega militar excepcional; hombre de honor, virtuoso y puro, abogado tenaz y caballero intachable, amoroso y romántico, en paso fugaz por la vida.

No había nombre más digno que le viniera mejor que ese a quien ganara muy pronto los grados de Mayor General del Ejército Libertador de los cubanos alzados en su zona desde el 4 de noviembre de 1868, luego de empezar los combates el 10 de octubre de ese año.

Agramonte recibió educación primaria en su ciudad natal y luego debió cursar instrucción superior desde 1852 en Barcelona, España, allí lo enviaron sus padres, primero al colegio de Isidoro Prats, en el que estudió Latinidad y Humanidades.

En 1855 optó por el título de Bachiller en Artes, en el colegio de José Figueras, ambos centros pertenecientes a la Universidad de Barcelona, donde ingresa en 1856.

Retorna a Cuba al siguiente año y matricula en la Universidad de La Habana Derecho Civil y Canónico, para graduarse en 11 de junio de 1865. Dos años más permaneció en la Casa de Altos Estudios, pues aunque ejercía como abogado, continuó los estudios correspondientes al doctorado hasta el 24 de agosto de 1867, cuando realizó su último examen.

Tuvo gran suerte en la vida personal al poder disfrutar del amor muy bien correspondido de la joven Amalia Simoni, pundonorosa coterránea, con la cual contrajo nupcias ya viviendo nuevamente en la urbe natal de ambos en 1868, tan patriota como él.

En su primera juventud había sido aficionado a la esgrima, deporte en el que se hizo diestro y contribuyó a su complexión atlética, a pesar de que era alto y delgado. También era hábil en el manejo del rifle, tal vez por incursiones de caza. Sin embargo, nunca recibió instrucción militar.

De modo que sus cualidades de organizador de la Caballería Camagüeyana, que pronto puso en jaque a los españoles en la región central del país, se debieron a su ingenio, conocimientos generales, recia disciplina y organización. Ya en 1871 estaba al mando de las tropas mambisas hasta la jurisdicción de Las Villas.

Conocidas son las desavenencias de estrategia y método surgidas en la marcha de la Revolución con Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria e Iniciador de la primera guerra libertaria. Aunque los historiadores consideran que Céspedes fue el que más cedió, a la hora de establecer las bases de la República en Armas, también Agramonte supo solventar con grandeza de alma y honradez tales desencuentros.

Martí, en 1888, en el periódico El Avisador Cubano de Nueva York, después de varios años de silencio afirmó que solo los extraños, los ambiciosos o los pedantes podían mencionar el nombre de ambos sin temblar: los buenos cubanos, no. Debían reverenciarlos y respetarlos.

Y en aleccionador análisis equilibrado y profundo, reconoció a los dos héroes en su prístino valor, al margen de sus errores y desencuentros. Su actuación y  entrega a la Patria había sido mayor que cualquier yerro y su luz era inocultable.

Los dos héroes renunciaron raigalmente a las bondades de una existencia acomodada y rica, a los fulgores del reconocimiento social que disfrutaban por su cultura y dones espirituales, para entregarse a la emancipación de su tierra y de los hombres esclavizados del terruño que los viera nacer.

Una de las más reveladoras muestras del coraje y el ímpetu que anidaron en Ignacio Agramonte resultó el fulgurante y audaz rescate del brigadier Julio Sanguily.

La jornada de su caída en combate empezó antes de clarear, por la presencia enemiga en los contornos de Cachaza, en los llanos de Camagüey. Arengó a la tropa y enfiló al combate y a la gloria, sin dudarlo.

El Mayor cabalgante por los campos de Cuba hoy día anima al cumplimiento de nuevos objetivos y a la conquista de otras metas, en medio de desafíos actuales. Pero es innegable que sigue junto a los cubanos y sobre todo de los más jóvenes. Combativo y sin tacha.