CAMAGÜEY.- Buena parte de la iconografía de la Revolución Cubana tiene los rostros de Fidel y el Che. Aunque no coincidieron en Camagüey luego del triunfo de enero de 1959 la tierra de Ignacio Agramonte se precia de guardar estampas marcadas por el nacido en Rosario, Argentina, y que muriera en Bolivia el 9 de octubre de 1967.
Durante la Invasión a Occidente, las huestes del Ejército Rebelde reeditaron la hazaña de Antonio Maceo y Máximo Gómez para darle el jaque mate a la dictadura de Fulgencio Batista. Las características geográficas de Camagüey la convertían en una región que los colocaba en desventaja en el combate. Por un período de 21 días, anduvo el Che, al frente de la columna No. 8 Ciro Redondo, sorteando los peligros de estas llanuras.
Su hermano de armas, Camilo Cienfuegos, conoció muy bien las dificultades al atravesar el territorio agramontino. Fue una prueba de fuego y en su diario quedan planteadas las vicisitudes, como la escasez de alimentos y la posibilidad del combate a la vuelta de la esquina que los mantenían con la pisada atenta y el fusil en ristre. El 7 de septiembre de 1958, el Che y sus hombres entraron por Arrocera Bartes y luego de superar el Monte Los Verracos, enfrentaron a las tropas batistianas en La Federal.
Laguna Baja, San Miguel del Junco, Jiquí Castrado, el marabuzal de San Antonio, las fincas La Victoria, Laguna de Guano y Las Noriegas, y otros parajes como Tembladeras, San Nicolás, Laguna las Tumbas y Laguna Ojo de Agua, presenciaron el arribo de los libertadores que se dirigían a Occidente. En el poblado de Cuatro Compañeros, los soldados de la Revolución tuvieron el próximo cara a cara con las fuerzas de los gobiernos títeres de aquel entonces, el 14 de septiembre.
Desde el sitio de Cayo Toro, el 28 de septiembre, quedaron las puertas abiertas para la continuidad del plan invasor hacia la provincia de Ciego de Ávila. Una vez materializado el triunfo de la Revolución, el regreso del Guerrillero Heroico aconteció el 14 de abril de 1959, en un acto de reafirmación organizado en el parque Finlay.
El pueblo de Camagüey volvió a ver al héroe rebelde en la simbólica Plaza Méndez, el 20 de septiembre de 1960, donde constató el apoyo de los hijos de Agramonte a la Primera Declaración de La Habana, realizada el día 2. Ante miles de integrantes de las Milicias Nacionales, Guevara responsabilizó a los Estados Unidos de la precaria situación económica, política y social de los países de América del Sur y del Caribe. Mientras se refería a la defensa de los principios patrios, hasta las últimas consecuencias, los milicianos levantaron al unísono sus armas al cielo, secundando sus palabras.
El progreso de la nación constituía para el Che uno de sus mayores desvelos. Y sabía que la provincia de Camagüey resultaba clave en tales propósitos. Por eso inició un ciclo de conferencias en octubre de 1961, para funcionarios y los Consejos Técnicos del Ministerio de Industrias. “Hay que elevar el nivel cultural y técnico de toda la clase obrera (…) ¡Produzcamos! ¡No repartamos la miseria!”, dijo en esa oportunidad, convencido del potencial inequívoco de aquellas tierras, que apreciaba con la mirada de un hombre de futuro.
El cultivo de la caña de azúcar, principal renglón productivo por aquel entonces, lo hizo recalar, en 1963, otra vez en los campos de esta demarcación. Su objetivo era el de impulsar la mecanización en la recogida de esa planta y laboró con un prototipo de una cosechadora, desde centrales en la zona norte. Días después inauguró una fábrica de alambre con púas en Nuevitas y auguró un ascenso en sus polos productivos.
Para Camagüey y el mundo entero serán eternas las estelas de recuerdos que el Che dejaba a su paso. Su asesinato en La Higuera, Bolivia, mientras cumplía la inmensa misión de pelear por la libertad de los pueblos latinoamericanos, fue la transformación del rebelde, del amigo y del guerrillero incansable, en la figura paradigmática que todavía nos alumbra con una estrella en la frente.