CAMAGÜEY.- Una de las maneras más fáciles de sentir el pulso de la historia es a través de los grandes héroes que la construyen. La levantan y aploman con denodados esfuerzos, como lo hizo Julio Antonio Mella, para que Cuba fuera un monumento a la soberanía. Y en el afán para conseguir ese objetivo deja una estela de huellas de luz por la Universidad de La Habana, en las calles que lo observaron en huelga, contra las injusticias, y hasta en la ciudad de Camagüey, donde vivió pasajes significativos durante su breve, pero prolija existencia.

Los andares Mella por la tierra de los tinajones, el chico habanero de estampa atlética que naciera un 25 de marzo de 1903, son desconocidos por la mayoría de los cubanos. Luego de la capital, esta demarcación tiene la dicha de ser la segunda más frecuentada por él. Una de sus razones se apuntaló en el fortalecimiento de la unidad obrera y en las actividades por las exigencias de sus derechos, pero la otra respondía a un nombre: Oliva Margarita Zaldívar Freyre.

“Olivín”, como le llamaban a esta camagüeyana, provenía de una familia con un elevado desenvolvimiento económico que se trasladó a La Habana, en 1920, para que la muchacha efectuara los estudios del nivel medio superior. En la Universidad, de esa provincia, se graduó en la carrera de Derecho y Filosofía y Letras. Allí conoció al joven Julio, una persona que correspondía con su carácter independiente, irreverente y justiciero.

Aún sin el consentimiento del padre de la dama, el 19 de julio de 1924, los novios contrajeron nupcias. “Oscar Zaldívar (…) consideraba que Mella no le convenía a su hija, consideraba que lo iban a matar cualquier día por sus ideas comunistas (…) Sin embargo, los recién casados viajaron de luna de miel a la ciudad de Camagüey y se alojaron en la residencia familiar situada en la avenida de los Mártires No. 135, hoy 372 del residencial barrio de La Vigía”, rezan los investigadores Adys Cupull y Froilán González, en su libro Julio Antonio y Natasha Mella. Reencuentro al final del camino.

Sobre las particularidades de la estancia de los desposados en el inmueble, reconvertido hoy en funeraria, abunda el historiador Francisco Luna Marrero: “Cuando la familia de Olivín se traslada a La Habana alquilan la casa a una escuela episcopal, y la emplean como un albergue para sus estudiantes. Dejan dos cuartos sin alquilar, y en ellos descansa la pareja. Durante ese tiempo, ellos recorren la ciudad, y realizan visitas como a la tía que vivía en López Recio, Graciela Zaldívar, primera mujer fiscal y una de las abanderadas del movimiento feminista en Camagüey y en Cuba”.

Poco más de un año de aquel feliz suceso, el 27 de noviembre de 1925, Mella es arrestado por la policía. Y luego de negársele la liberación bajo fianza, el fundador de la Federación Estudiantil Universitaria inició una huelga que se extendió por 18 días. Su salud se deterioró demasiado. Estuvo al borde de la muerte. Pero gracias a los reclamos, presiones nacionales e internacionales y al apoyo de su esposa, el 23 de diciembre de 1925, abandonó las penurias de la cárcel. No obstante, la amenazante sombra de los esbirros machadistas no cesaría.

Después de una dura permanencia en la prisión, la recuperación de Mella era necesaria. Por ese motivo, Oliva Margarita lo trae de nuevo al territorio de El Mayor, Ignacio Agramonte, y se hospedan “en el hogar de Ángela Mariana. Corría un gran riesgo y sus amigos temieron fuera asesinado. Recomendaron la salida inmediata del país”, apuntan en su título de Adys y Froilán, quienes señalan su posterior partida a Centroamérica y la vorágines política que terminó con su deportación a México. Lo acompañó la integridad revolucionaria que le aportaron los obreros camagüeyanos.

“Llega el momento en que Mella arriba a una elevada madurez política, cuando comprende que no se puede cambiar la universidad si no se transforma el país. Por eso tiene contacto con el movimiento obrero de Camagüey y dentro de él, especialmente con el dirigente Enrique Varona, fundador y dirigente del sindicato de la Unión de los Ferrocarriles del Norte de Cuba, que se extendía desde Las Villas hasta Puerto Tarafa.

Varona logra por primera vez, por el vínculo entre ferroviarios y azucareros, organizar grandes huelgas desde Santa Clara a Guantánamo. Julio reconoce su importante rol en la lucha de esa clase humilde trabajadora que producía o transportaba nuestro azúcar, lo respeta, e incluso lo llama líder de los grandes ejércitos rojos al enterarse de su asesinato por la tiranía”, refiere Luna Marrero.

Un 10 de enero de 1929, tres sicarios pagados por el gobierno de turno de Cuba, cegaron la vida del joven Mella. El libro de Cupull y González, así lo recoge: “En la calle Abraham González y Morelos, en Ciudad México, cuando en compañía de Tina Modotti regresaban al domicilio, le dispararon por la espalda. Sus últimas palabras fueron: “Machado me mandó a matar. Muero por la Revolución. El asesinato fue planeado por el comandante Santiago Trujillo, jefe de la Policía Secreta del Palacio Presidencia”.

No obstante, como él mismo expresara, hasta después de la muerte somo útiles. Y no se equivocó porque hombres de sus dimensiones, más que útiles, son esenciales para recordarnos cuánto podemos hacer por la Patria, son imprescindibles para indicarnos que en su herencia los camagüeyanos y los cubanos, no solo hallaremos el sentimiento de proximidad o de orgullo, sino también las pequeñas acciones que engrandecen a una nación.