CAMAGÜEY.- El extrañar tiene caminos enrevesados. En la ausencia, que llaman definitiva y yo me niego a creer, voy encontrando las muchas veces que se me refleja Yury: un gesto, una frase, una foto, una pieza de ropa, un olor… y es doloroso y hermoso el saber que no me suelta la mano, que me abraza porque sé que en la construcción personal de mi carácter tiene la marca de la Yurislenia que me tocó y agradezco.

Mi apodo familiar me lo puso ella, aunque hace mucho nos llamábamos mutuamente “mi churri” por aquello de ser la uña y la churre como nos dijeran en una ocasión. Sin embargo, lo nuestro va más allá de un poco de tierra fácilmente removible, tiene 18 años y es para siempre, es tan largo como nuestras presentaciones: somos compañeras de carrera, amigas de aula, graduadas del mismo curso, compañeras de trabajo, jefa yo, luego presidenta ella… “pero (y léase con todo el énfasis de los afectos), lo más importante, es mi hermana”.

Por eso, este no es un texto para ella sino para mí. No es para la despedida sino para la memoria, porque en cada gesto, huella o sonrisa que los amigos han compartido está una parte de la Yuya que se cosió a mí, para mi regocijo y mis orgullos, en los días buenos y malos de la vida de ambas.

Andamos juntas desde aquellos años universitarios en los que nos decían las urracas por andar de a cinco tomadas de los brazos por los pasillos, porque jamás nos soltamos como hasta hoy como hasta siempre; o el equipo Voltus por nuestra clara formación en V; éramos capaces de un mismo lugar caber todas.

Así pasaba con el equipo de la FEU de la universidad que nos asociaba como una extensión de Yurislenia para lo que fuera. En la oficina de la organización estudiamos hasta tarde, reímos, bailamos, discutimos donde colocar un cuadro en una asamblea, y salíamos en banda cuando nuestra muchacha llegaba seria y nombraba a alguien. Todos esperábamos afuera y la escena se repetía una y otra vez: el susodicho salía con la cabeza baja y ella venía detrás a ponerle el brazo al hombro y soltar una de esas ocurrencias tan suyas, una lección de su bondad y de su virtud.

Por aquellos años convertimos nuestros cumpleaños en efemérides relevantes. Recorríamos desde Nadales hasta Julio Antonio Mella para dar las sorpresas más increíbles, algunas de ellas impublicables, otras tan especiales como reunir a nuestros seres queridos o buscar por todo Camagüey el pantalón negro que una anhelaba. En cada celebración Yury era protagonista, tanto que estableció en cada encuentro aquel momento en que nos regalábamos una carta pública llena de cariños y alguna iniciativa artística con la que nos desatornillábamos de la risa. En el camino nuestras familias se hicieron familias de todas, y por eso hoy compartimos madres, padres, tíos, hermanos, cuñados, por aquel entonces había hasta competencias de en cuál casa nos mimaban más y puntuaba hasta el trago de café de buenos días sin siquiera levantarnos de la cama.

“Miña” era su forma de decirme cuando quería enrolarme en algún proyecto aunque según el tono podía ser la manera de convocar a aquellas tertulias, nuestras asambleas de patriotas, en las que nos arreglábamos el mundo y nos salvábamos.

El asunto de sus correos de entrega de trabajos era “para mi mariposa” porque es mi flor favorita y una de las suyas. Compartimos ese gusto, además, la pasión por Cuba, el Periodismo y Adelante, el temor a la crónica por encargo, la obsesión por los planes de trabajo y el enamoramiento por el Che, de quien en acto pícaro aseguraba, después de nacer sus tesoros,Gabriela y Andrea, haberme dejado ganar la apuesta por su nombre para el hijo que no he tenido.

Hay recetas de cocina que no podré repetir porque se las copiaba a ella que hacía alquimia cada vez que se paraba frente a una olla para sorprendernos. Nunca copie alguna de las instrucciones, era más fácil escribirle o llamarla, solo tengo claro el ingrediente principal con que empezaba cada elaboración: “goticas de amor”.

Para nosotras, los días buenos y los días malos se enderezaban con un abrazo, aquellos nidos de gato, en el que fácilmente nos fundíamos, por eso en muchas de nuestras fotos somos un amasijo de brazos, de pelo, de sonrisas. En todo momento supimos ser y estar para la otra, y eso es ahora mismo un bálsamo para mí.

Yurislenia resultó aguda y profunda, sensible y justa fue en cada letra que firmó. Revisar juntas un reportaje nos tomaba horas para llegar a la palabra exacta, al pie de foto correcto, al recálculo de cada cifra, acompañada de los últimos acontecimientos familiares y la broma de turno.

Al terminar, en cada ocasión, la misma frase “no nos demoramos tanto ni cuando escribimos aquella información de lucha”, un recuerdo del primer año de la carrera, la única vez que escribimos sobre deporte y la vez que más nos costó redactar 20 líneas.

Años después, sus trabajos son mis textos muestra para las clases, como aquel sobre la pérdida de la cosecha de mango, que comentaron en toda Cuba, o el del precio del arroz, que llegó para sorprender a quienes no habían ido a la tierra.

Ella sí, ella se enfangó, junto con Leo, nuestro fotógrafo, en cada monte de Camagüey y se ganó el respeto de sus guajiros y de los directivos, hasta el de quien alguna vez fue sacudido por su palabra impresa. Jamás escribió para complacer ni para aupar egos porque comprendió, como pocos, que su rol era allanar, desde la palabra, el camino de la comida al plato, sabía que hacer Periodismo no solo es oír sino sentir a la gente en carne propia.

Su entrega le valió los premios que nunca ostentó, todo lo contrario. A los actos íbamos juntas a romper protocolos, incluso en el salón Guillén de la Plaza de la Revolución, y desde una esquina éramos cabecillas de los aplausos y los chiflidos para los otros, de los pasillitos de baile y del chucho criollo en medio de un guion dilatado.

De estos meses terribles me quedo con su sonrisa y con la galería de abrazos en mi celular. La peor noticia nos la dio con un plan de enfrentamiento y una tarea clara para cada uno, ella fue nuestra roca y nuestra fuerza, porque sí, Yuya fue valiente, como han dicho otros, pero fue sobre todo amor, ese amor descomunal conque nos marcó, y con el que fundó y creó, con el que nos sostuvo en la peor de las batallas.

Estas cuartillas no aquilatan a mi muchacha feliz, despistada para las letras de las canciones, madrugadora, que me llevó de la mano hasta Martí en el Turquino, como antes me había acompañado por primera vez hasta el monumento al Che, capaz de tener la cartera llena de envoltorios propios o ajenos para no ensuciar el piso, apasionada, y de principios claros.

“Mi churri” está ahora en el mar y en la estrella que sus/mis/nuestras niñas nombraron en su honor. Sé que no es casualidad, es la forma de seguir abrazándome desde esos espacios infinitos y hermosos, como ella. Hasta allí llegaran las convocatorias y órdenes del día para las asambleas de patriotas, las conversaciones interminables a deshoras, los regaños y las risas. Por mi parte, concluiré las actas con la despedida de siempre: te quiero, con la certeza de que me sé su respuesta.