LA ORDEN BANDERA ROJA DEL TRABAJO

El anuncio fue muy singular, sin el más mínimo protocolo, no obstante la envergadura de la condecoración.

Era 1972, yo tenía 21 años y en el periódico Adelante acostumbraba, para enterarme de primera mano de las noticias internacionales, de asomarme varias veces al día al teletipo ─ahora recordado como un armatoste dinosáurico─ para la transmisión de textos vía eléctrica y telefónica, e impresión en un rollo de papel.

Una mañana descubrí, mientras entraba una información de Prensa Latina, que al camagüeyano Nicolás Guillén Batista le habían otorgado la Orden Bandera Roja del Trabajo, de la Unión Soviética.

Sabía que el Poeta Nacional de Cuba estaba con Ernesto Montero Acuña, de Adelante, en el Gran Hotel, en la revisión de la prueba de galera relacionada con una entrevista, entonces aún inédita.

Redacté un mensaje de felicitación para Guillén, y le solicité al director de la publicación que lo firmara en nombre de los trabajadores del centro.

El texto incluía un fragmento de Elegía Camagüeyana, una de sus múltiples evocaciones a la provincia donde nació el poeta.

Fue fácil encontrar al homenajeado: estaba con Montero sentado en una de las sillas del bar, y sobre el mostrador revisaban la prueba, en una operación destinada a corregir posibles erratas tipográficas y a pulir el texto.

Guillén, quien había confesado “He dicho muchas veces, y lo repito, que soy periodista y además poeta“, tras la lectura de la felicitación proyectó una de sus características amplias sonrisas.

Me preguntó acerca de la fuente informativa contentiva de la noticia y conversamos brevemente.

No niego que me sentí orgulloso de haber servido de heraldo para comunicarle la información a uno de los más sobresalientes periodistas cubanos.

LA ESTATUA

Otra anécdota corresponde a un 24 de junio, uno de los días esenciales del San Juan camagüeyano, cuando el poeta-periodista consumió el ajiaco en una cena colectiva en la plazuela Juana del Castillo, integrada por dos ensanchamientos unidos por un acceso estrecho y corto, pero algunos vecinos afirman que son dos plazoletas

En el primer sector del área fue colocada años después una tarja escultórica con el rostro del referido autor.

Él afirmó que si después de su muerte le levantaban alguna estatua, quería que fuera en la plazuela, ubicada en la zona citadina declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Yo estaba en la cobertura del hecho periodístico, pero debí marcharme a redactar y no escuché la solicitud.

Oscar Viñas Ortiz, escritor e investigador de temas de la radio, estaba allí y atestigua haber oído la petición.

Varias veces reporté visitas de Guillén a su entrañable Camagüey, y siempre me fue muy grato informar acerca de esos encuentros, en los cuales el Poeta Nacional de Cuba y periodista recorría áreas hincadas de forma irreversible en su corazón y en su memoria.

 LA UPEC EN LA CASA NATAL DE GUILLÉN

La Delegación Provincial de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) radicó en una etapa en la vivienda natal, un modesto inmueble de la calle Hermanos Agüero.

Actividades de superación profesional y recreativas eran frecuentes allí, casi siempre en el pasillo, y en el patio, escoltado por un aljibe, así como por un tinajón que quizás ya estaba en ese lugar cuando nació Guillén.

A la sede acudían muchos periodistas quienes, en los momentos de recreación, eran animados por lo regular por tres bromistas incorregibles: Paco Varona, Juan Luis Serpa y Pedro Paneque.

Cada vez que Paco asistía a aquellas tertulias le pedíamos recitar un poema el cual aludía, entre otros temas, a una blonda cabellera, y repetíamos en coro, con rima, la palabra final de cada verso.

Para defenderse del choteo, el recitador terminaba su declamación con un disparate para devolvernos la sátira.

El almacén de las libaciones era el tinajón, repleto de cervezas frías, lo cual fue informado al Poeta Nacional de Cuba, quien celebró la iniciativa.

Juan Afón Sánchez le tomó a él, sonriente y con guayabera blanca, una foto junto al ventrudo abuelo de barro.

El salón de reuniones estaba en la habitación natal, contigua a la sala de la casa, vivienda citada por Guillén en la crónica Mis queridas calles camagüeyanas.

Fue una época de la UPEC muy grata, por haber estado en el sitio donde vino al mundo un hombre risueño que escribió páginas inolvidables en la poesía y en el periodismo.

 LA PRIMERA VEZ QUE LO VI PERSONALMENTE

La primera vez que lo vi personalmente fue en Cisneros cerca de General Gómez, donde estaba el local de trabajo de su hermano Francisco, quien era notario.

Caminar por la otrora Villa de Santa María del Puerto del Príncipe era una de sus costumbres cada vez que regresaba a la localidad, en la cual evocaba a “(…) las calles camagüeyanas que formaron mi ámbito juvenil, mi hábitat de niño y adolescente (…)”.

Entonces yo estaba en la adolescencia, y él andaba con una guayabera blanca, y Francisco ─a quien yo conocía─, como siempre, en traje.

Me acompañaban un hermano y un primo, y tuve la oportunidad de ver al Poeta Nacional, cuya imagen había observado en publicaciones periódicas y en la televisión.

EL CHORRITO

Desde mi adolescencia he visitado con frecuencia a El Chorrito, cafetería ubicada en una de las confluencias de Cisneros y Hermanos Agüero, a media cuadra de la vivienda natal del Poeta Nacional de Cuba

En 1974, en la lectura de una edición de la revista Cuba Internacional dedicada a Camagüey, detecté en la crónica Mis Queridas calles camagüeyanas, escrita por Guillén, una referencia a ese establecimiento gastronómico.

Al respecto expresó el autor:

“(…) De mi juventud recuerdo en esta calle, muy al comienzo de ella, un sitio que llegó a ganar grande notoriedad entre los políticos de antes de la Revolución, llamado El Chorrito por el café que se suponía estaba siempre corriendo allí para el despacho público (…)”

Aunque no lo dice, es de suponer que él, por la ubicación céntrica del lugar, también se haya servido de la instalación, con su acceso principal situado en una de las vías más importantes de la localidad.

Al parecer, El Chorrito es la más antigua de las unidades de gastronomía de la capital provincial, pues todo parece indicar que la referencia en Mis queridas calles camagüeyana concierne al período en el cual Guillén residió en la ciudad, de donde se fue en 1926 a vivir en La Habana.

La edificación es presuntamente del siglo XIX o de principios del XX, y ya no tiene la imagen de cuando la conocí, época en la que poseía también un restaurante, y lo que llamaban vidriera, para la venta de postalitas y revistas de muñequitos, entre otros productos.

¡Qué bien sería insertar en la decoración del inmueble referencias a la cita del poeta, y una foto, por ejemplo, de él ante el tinajón de la casa natal!

En dos ocasiones he propuesto la idea a quienes pudieran materializarla o encauzarla, y todo fue infructuoso, pero a la tercera encontré receptividad y el propósito de materializar el proyecto.