CAMAGÜEY.- Si a mi entrevistado de hoy lo trato de usted, como muchos defienden en el Periodismo, no sería creíble ni para mí. Rafael Torres Betancourt es un amigo de muchos años. Conocido como Filo, heredó el carisma de su padre y su decencia, genética acrecentada por la parte materna, una clasificación muy mía, pero con la que estoy segura coincidirán sus familiares y amigos, que no son pocos.

Hace un mes se convirtió en noticia y no para bien: se contagió con el virus del SARS-CoV-2, que mantiene en vilo al mundo hace más de un año.

A la noticia se sucedieron las llamadas telefónicas de aviso. La preocupación trascendió la geografía cubana y dondequiera que había alguien de nuestra época de juventud, las preguntas: ¿cómo está?, ¿qué dicen los médicos?

De regreso en casa después de la angustia, me dispuse a conversar con él sobre sus experiencias. Confiesa que se cuidaba mucho y quizá por eso veía el contagio como algo lejano o imposible; sin embargo, dijo: “A raíz de una cola con bastante aglomeración de personas, comencé a presentar fiebre, y aclaro, no por la cola porque hacía otras, pero con distanciamiento social”.

¿Acudiste enseguida al médico?

—No, a los dos días más o menos. Todos en casa pensamos más bien en un dengue y eso fue un error, por lo que conmino a las personas a que se den cuenta de lo útil de asistir rápido al médico.

“Nunca pensé que me tocaría padecer de la COVID-19, esa es la realidad. No tenía una percepción del riesgo adecuada y este coronavirus está dondequiera y no nos damos cuenta de eso. La vida lo está demostrando y esa palabra de orden que tanto oímos, los protocolos a cumplir, cuando se obvian por la confianza, ahí se aprovecha el virus.

“Por eso hago labor proselitista. Me siento en el portal y cuando veo a alguien con el nasobuco mal puesto se lo hago saber.

“A mí me da hasta vergüenza y pena con el Dr. Francisco Durán todas las mañanas en lo mismo, es muy didáctico, debe haber estudiado pedagogía. Tengo nietos, la hembra de 10 años, un varón de 17 y otro de nueve, y no me canso de aconsejarlos a todos”.

Después de la amarga experiencia, ¿dedicas tus pensamientos a algunas personas?

—Tengo que ordenar los sucesos. Yo no sabía de mi gravedad porque en el centro de aislamiento del “Fajardo” adonde llegué el 19 de febrero, hasta el día 21 que se supo el resultado confirmatorio del PCR, estuve sin comer, no tenía apetito. Estaba bien atendido, pero un doctor joven, Rafael Trujillo, me remitió al hospital Amalia Simoni. Los muchachos de la ambulancia eran incondicionales, se portaron muy bien.

“Llegué al hospital y sentía falta de aire. Me llevaron para la sala y el día 22 empezaron con los antibióticos, no me faltaron nunca, de la generación que fuera. Me hicieron un abordaje cerca del cuello y le dije al médico que jamás vería una película de piratas. ¡Ah!, y sin comer porque perdí un poco el olfato y el gusto, hasta que la enfermera Moraima me dijo: ‘Rafael, mastique, apriete y trague, no esté esperando a recuperar el olfato y el gusto, tiene que comer’.

“Recuerdo a un acompañante de una abuelita que se ocupaba de todo y de todos. Su abuela era positiva y él no. Fui testigo de una humanidad tan grande en esos 30 días que no eres capaz de imaginarte. Ese joven, de quien no supe el nombre, se desprendió del miedo y demostró amor a su familia, esos sentimientos eran los más abundantes, así lo viví.

“Pienso en muchas personas. Le agradezco tanto a esos médicos, al personal de enfermería, a todos los de la Salud en general. Imagínate, en terapia intensiva del hospital Amalia Simoni, una señora de Altagracia que se llama Dunia y era la de limpieza se preocupaba por mí y me parecía que estaba en el Coliseo de Roma cuando levantaba su dedo pulgar y me decía: ‘Qué tal?’.

“Cuando la enfermera Daymara me llevó hacia la sala de terapia intensiva hizo algo a lo que no le di importancia entonces; me dio cuatro palmadas en el hombro y al verla el 5 de marzo en la sala de terapia intermedia me dijo: ‘Rafael, usted es un milagro’. Aquellos toques eran como una despedida.

“Tengo mis memorias de los hospitales Amalia Simoni y Manuel Ascunce, de la sala de terapia intensiva no. El 24 de febrero, día memorable para Cuba, entré a esa sala. La Dra. Lourdes Yera era como la Diosa, pero había otra que le dicen Jessi, que es residente y cumplía 28 años. Abelito, el Dr. Abel y el enfermero Héctor, a quien lo llamo Hectico, me lo dijeron y me preguntaron si podía dedicarle algo por la fecha, entonces yo ‘jodido’ y todo le dije: “No te llamas Amalia Simoni, ni Dulce María Loynaz, ni Mariana Grajales, pero eres única y quiero regalarte una canción de Adrián Berazaín, uno de mis preferidos”, y le dediqué uno de los temas de la película Fábula. A ella le gustó, escribió algo para la red social Facebook y me lo leyó”.

Sabíamos el parte diario, ¿conocías tú cuán grave estabas?

—Estaba grave, no llegué a crítico porque no caí en un letargo, mantuve la lucidez. Otra doctora, Deymís Espinosa, quiso que yo le explicara acerca de mis creencias religiosas y después me di cuenta que era para mantenerme despierto. Tienen muchas maneras de conducirse, siempre magistralmente para saber todo de ti sin tantas alarmas. Luego vino la Dra. Lourdes, amiga de la Dra. Olimpia Pérez Rangel, a quien conocí en 1971 sin imaginar que había sido un regalo de Dios. Ella para mí fue otro soporte importante y Lourdes la mantenía al tanto de todo.

¿Alguna experiencia buena de todo esto?

—Viví una familiaridad inmensa, hace mucho no me decían Rafa. Recuerdo a Gisselle, Belkys, Dunia, Aymara, Abelito, Jessi, Lourdes, médicos, enfermeras, auxiliar de limpieza. Ellos se pasan 15 días unidos y crean una hermandad inmensa, como una cofradía. Imagínate que cuando Abelito se paró frente a mí y me anunció que el PCR me había dado negativo no le di la importancia que merecía, mientras ellos estaban como si tuvieran delante el mejor de los cakes. Darme cuenta de eso me emocionó y lloré mucho. No sé si todo lo que ellos hacen resulta normal, pero como lo sentí tan cerca, para mí fue especial, y cuando me regresaron a la sala de cuidados intermedios, los de intensiva me visitaban a diario y se preocupaban por mí, una deferencia muy linda.

“Soy una victoria del potencial médico cubano y reitero, sin teque, porque mira que hay carencias materiales y ellos se sobreponen de una manera increíble. En terapia intensiva estuve desde el 24 de febrero hasta el 3 de marzo y me lo hacían todo, porque fíjate, los seriales televisivos relacionados con la medicina son muy bonitos, pero no salen cosas reales, como que te bañan, te asean luego de hacer tus necesidades, todo con amor.

¿Estabas solo en un cubículo?

—Sí, en el cinco, cama cinco, luego me trasladaron para la dos. Yo preguntaba y me decían que estaba mejorando, me mudaban con cama y cámara de oxígeno, con todo el aparataje, era un todo incluido. Estuve 20 horas así, sin dormir y sin ingerir alimentos. Cuando me la quitaron me colocaron boca abajo cinco horas, quería descansar, me sentía muy extenuado, pero valió la pena. Te miden la gasometría arterial, los médicos tienen unos dedos prodigiosos, con el tacto te buscan la arteria y te sacan la sangre de manera perpendicular y esa sangre, que es diferente a la de la vena te dice qué oxígeno tienes; eso me lo hacían varias veces al día en los brazos o en la ingle; lo sé porque lo preguntaba todo y me lo explicaban con dulzura. Decían que era un paciente muy cooperativo y correcto… y ellos eran los de todas las virtudes.

Supe que no te querías ir del “Amalia Simoni”…

—En terapia intermedia estuve los días 4, 5 y 6 de marzo, ya negativo. Y es cierto, no quería irme a otro hospital, uno no calcula la envergadura de las cosas, negativo no debía seguir allí. El día 7 me llevaron para el “Manuel Ascunce” en una ambulancia, junto con una señora de 88 años.

“Al día siguiente conocí a Alexis Torrens, licenciado en Enfermería, acompañado de su equipo: Sonia, María del Carmen y Jorge, todos enfermeros ‘Cinco Estrellas’, y Torrens, un ‘Ocho Estrellas’, una persona preocupada que llegaba antes de las siete de la mañana, cumplía su horario, pero si se complicaba, ahí seguía, siempre con una manera inmejorable de conducirse, se ocupaba de todos los enfermos con el mismo amor. Había seis camas, muy buen confort, y los medicamentos que requería en cada momento.

“Allí recuerdo al Dr. Yanier Díaz, un médico muy joven, y al Dr. Yoanis Socarrás, el jefe de Medicina Interna del hospital; Julia y Marilyn, las auxiliares de limpieza, las pantristas, Rosa la guardarropas, todas me ayudaban, esta última vive en el Callejón del Ganado, por Montecarlo, y a las seis de la mañana ya estaba en su puesto, a pesar del problema del transporte agudizado por la pandemia, y Eduardo, el custodio, que vive lejísimo, por Santa Teresa, y va y viene en su bicicleta”.

Ya en casa, ¿qué piensas?

—Lo primero es que tengo en mi corazón a todas estas personas a quienes no conocía hasta hace poco más de un mes. Te confieso que estoy psicológicamente afectado, soy hiperquinético y no ha sido, ni es fácil. Aprendí a conocer en carne propia la humanidad del personal de la Salud cubano.

¿Un aparte para tu familia?, ¿hubo contagiados?

—No hubo contagiados. A mi familia toda mi gratitud, fue incondicional. Mis hijos (Lissette y Raúl), mi esposa Ruth Hernández Díaz, y un ángel de la guarda, el amigo Albertico (Alberto Hernández), se ha portado como un hermano.

¿Y para tus amigos?

—No sabía que era tan querido. Mis amigos Yoya, Wilfredito Riverón, Alfredito Santana, Chuchín, Mañiño, Papo… son muchos. Los vecinos se portaron con mi esposa de una manera maravillosa, ella estuvo aislada hasta que supo era negativa y la casa se quedó sola.

“Tengo una amiga de la que no sabía hace más de 40 años, Carmen Lafranqui que está en Japón, y no cesó de preocuparse, solo un ejemplo de tantos y tantos, y claro, la ventaja de la tecnología actual. La vida me ha demostrado que en la época del preuniversitario teníamos una cofradía que se mantiene, es muy bonito y pude comprobarlo en este mes tan difícil de mi vida”.

¿Has aprendido a darle importancia a cuestiones que antes te eran indiferentes?

—Para que tengas una idea, el 4 de marzo cuando me pasaron para la sala de intermedia en el “Amalia Simoni”, donde había ventanas de cristal, pude ver el sol y un árbol, del que quizá nunca me habría percatado. En esa ocasión sentí un aliento de vida con solo ver ese árbol y ese sol, del que muchas veces nos quejamos por el intenso calor y ahora disfruto más. Me acordé de Héctor Zumbado y el Hombre que enlató el Sol, algo que yo hubiera querido hacer.

“Quisiera reiterar mi agradecimiento eterno a tantos y tantos y que se cuiden, que tengan percepción del riesgo y parafraseando palabras de César Portillo de la Luz, uno debe vivir más preocupado por qué hacer mientras vive y cuidarse, pensar que cuando uno no esté quede el recuerdo a quienes te suceden por todo lo que hiciste por ellos”.

Quienes conocemos a Filo Torres sabemos de su bondad y sensibilidad, pueden imaginar cuántas veces detuvimos la entrevista para que se repusiera de sus emociones, pero como es optimista, jovial y jaranero todo quedará en su inmenso corazón, como él mismo afirma, siempre mirando hacia el futuro y con el deseo de que sea mayor el tiempo por vivir que el ya vivido.