CAMAGÜEY.- Mis contactos de WhatsApp son tan diversos como sus estados: hay memeros, intelectuales, personas que publican cuanta comida consumen y cuanta música escuchan, vendedores, quienes promocionan sus negocios… Pero nunca pasan de moda las “postalitas” motivacionales, las frases que supuestamente te deben levantar el ánimo y ayudarte a sentirte mejor; algunas, jocosas; otras, más profundas.
Pero ¡alertas, filósofos y filósofas! En muchas de esas postales, incluso en las que supuestamente promueven el empoderamiento femenino, dividen a las mujeres en bandos: flaquitas o gorditas, de limones o aguacates, jóvenes o maduras… Hablan de la preferencia por uno de los grupos en detrimento del otro. Y sí, son compartidos por mujeres, pero basados en criterios masculinos.
A las mujeres nos enseñaron a ser rivales, nos contaron que debíamos competir y juzgarnos entre nosotras para acceder a determinados espacios. Nos aconsejaron que no confiáramos en otra mujer, que las jefas son peores que los jefes y que a las amigas no se les cuenta todo. Evidentemente, nos hicieron el cuento de la buena pipa… y nos lo creímos.
Si mi madre no me hubiera tranquilizado el día que caí con la regla por primera vez y no me hubiera explicado cada detalle del asunto, quizás todavía llorara en el baño, por la depresión. Si mis amigas no me hubieran puesto el hombro para llorar en los momentos duros, o no me hubieran dicho las palabras oportunas y positivas, cuando las necesitaba, tal vez coincidiera con la creencia popular. O si mi abuela no me hubiera inspirado a ser buena, si las mujeres que me preceden no me habitaran tanto, pudiera compartir esas postalitas de: “las mujeres hablan mal de otras”.
Pero creo en la sororidad, como bandera de cambio y la primera fórmula contra la violencia de género; porque si entre nosotras nos apoyamos y respetamos, tenemos más posibilidades de luchar por transformaciones.
Sororidad se refiere a la solidaridad entre mujeres y supone un salto del feminismo más teórico a una consigna que convoca a las mujeres a unirse y apoyarse frente a la sociedad patriarcal. La palabra, derivada de “soror” (hermana), posee antecente en sisterhood, vocablo acuñado en Estados Unidos, durante los años 70.
Mitos machistas como “entre marido y mujer, nadie se debe meter”, no solo han naturalizado la violencia de género, sino que nos han mantenido separadas en procesos de este tipo. Buscar apoyo femenino, sobre todo en aquellas que hayan pasado por experiencias similares, puede hacer más fácil el camino, al salir del ciclo violento.
La empatía es el primer paso hacia la sororidad, aunque también debe comprenderse que “ponerse en los zapatos de la otra” nunca será lo mismo que vivir y ser la otra. Por eso, juzgar a otra mujer puede significar revictimizarla.
La diversidad de cuerpos, personalidades y mujeres no es asunto de bandos, ni de competencia. Lo bonito y lo feo, lo interesante y lo aburrido es otra de las historias más vendidas. Las mujeres pueden tener limones, aguacates, o incluso, no tenerlos; pueden pintarse las uñas, añadir relieves y perlas, o simplemente, tenerlas llenas de fango por el trabajo en el campo; pueden usar tacones o tenis, o andar descalzas, que todas somos mujeres y merecemos respeto y amor. Lo que nos define va más allá de los modelos y esquemas constituidos a lo largo de la historia.
En las redes sociales, en entornos laborales, en espacios políticos, cuidemos nuestras expresiones hacia otras mujeres, sobre todo si se encuentran en circunstancias difíciles. Está bien decirle a otra mujer una palabra de aliento; está bien tomarle la mano y confiar; la maldad y la bondad no son asuntos de géneros. Ya sabemos lo complicado que es ser mujer en un mundo hecho para hombres, construyamos juntas un lugar más equitativo para vivir.