CAMAGÜEY.- Las fincas, la defensa a ultranza de ciertas posiciones, la falta de ética, el lenguaje de odio, el gatillo disparando a otro de nosotros... son actitudes de moda en las redes sociales digitales. Al menos así lo muestra mi burbuja, y lo más preocupante es que, así de tajante cómo alertó Fidel en el 2005: “Nosotros podemos destruir la Revolución y sería culpa nuestra”.

Así repetimos un error histórico, la falta de unidad. Peligrosamente ponemos en riesgo la obra común: la Revolución, obra en la que nunca hizo, ni hará falta demostrar quién es más revolucionario. Cada vez que hemos caído en bajezas humanas, en egocentrismos y ansias de protagonismo han sido mayor que las ganas de aportar a este proyecto colectivo de país, se ha fracasado.

En 1878 ya la guerra había sido demasiado larga, sin partido que la dirigiera, con una forma de gobierno que la hizo más tediosa. Sin embargo, fue la falta de unidad la principal causa del Pacto del Zanjón, que firmaba una paz que obviaba los objetivos que habían hecho a un puñado de hombres salir a la manigua e irle a machete limpio a un ejército que nos superaba en armas y municiones, pero no en ganas de tener patria. Menos mal que la historia reservaría un lugar para el Maceo que nos salvó el orgullo en Baraguá.   

Unos años después, Martí, que bebió de la historia, crearía un Partido para garantizar la unidad en la guerra. No fue por gusto y tampoco casualidad que Tomás Estrada Palma nos desmoronó el Partido Revolucionario Cubano cuando más falta le hacía a Cuba una organización que la uniera, luego de la intervención norteamericana en la guerra.

La Revolución del 30 también se fue a bolina entre otras causas porque la unidad de las fuerzas revolucionarias no estaba madura. Fidel, el pupilo más aventajado del Apóstol, comprendió desde temprano la necesidad de consolidar la unidad antes de la lucha armada.

Después de 1959, el camino de la unidad ha sido más elocuente, se construyó un consenso en torno a que había que resistir y con el liderazgo de Fidel y la generación histórica no resultó muy difícil, pero hoy ese consenso sigue siendo necesario, nuestra obra tiene que seguir siendo indivisible.

El fuego solo debe llegar del enemigo, de aquí para allá todos debemos apuntar en la misma dirección. Dispararnos entre nosotros mismos ha sido, es y será, el mejor servicio que podemos hacerles a nuestros oponentes. Seguir haciendo Revolución implica continuar construyendo el consenso con todos, desde la diversidad de criterios, desde el respeto a la opinión del otro, e implica también la subordinación de los intereses individuales a los colectivos.   

Hoy necesitamos unirnos como nos enseñó Martí, sin que esa esa unidad sea servidumbre de opinión, porque el debate sano, mientras se haga por los canales que para este existen, también contribuye a mantener la cohesión que nos ha hecho sortear los momentos más difíciles del proceso revolucionario. En las redes sociales digitales, o en el mundo real, sigue siendo vital para un proceso como este la unidad en torno al Partido y la Revolución, porque es el resultado del propio proceso de construcción de la nación. De lo contrario quienes nunca se han unido, y están esperando a que nosotros le hagamos el trabajo, echan una muda de ropa más a la maleta que llevan preparando más de 64 años.

A los cubanos nos gusta discrepar, pero nuestra sabiduría ha sido conocer dónde está la divergencia que no daña, la contradicción que genera el desarrollo y dónde empieza la fractura de la unidad. Hoy es más importante que nunca no desdibujar esa línea. Cuba precisa de todos, de todos aquellos que la amamos y queremos que siga echando para adelante. Esa es la unidad que debemos defender, perderla sería el principio del fin. Seamos todos, a lo Silvio, un tilín mejores y mucho menos egoístas.