CAMAGÜEY.-  Katherine no está para cuentos. Ella prefiere que le hablen claro y sin curvas. Sus códigos son llanos. Al año y tanto suele comprenderse y apreciarse la vida desde la precisión para las comidas, los juegos, el equilibrio emocional, los arrullos de mamá.

Katherine aún no se concentra con fábula alguna. Pero quizás su vida del último mes pueda entenderla mejor si le leyeran El flautista de Hamelín…

“Érase una vez un precioso pueblo llamado Hamelín. En él se respiraba aire puro todo el año puesto que estaba situado en un valle, en plena naturaleza. Las casas salpicaban el paisaje rodeadas de altas montañas y muy cerca pasaba un río en el que sus habitantes solían pescar y bañarse cuando hacía buen tiempo. Siempre habían alimentos de sobra para todos, ya que las familias criaban ganado y plantaban cereales para hacer panes y pasteles todo el año. Se puede decir que Hamelín era un pueblo donde la gente era feliz”.

Así comienza una de las muchas adaptaciones que circulan del clásico texto de los Hermanos Grimm. Y más de una similitud Katherine debe hallar con su vida real.

Ella vive en un pueblo, Sibanicú; y precioso es el lugar donde se nace, donde se aprende a amar. El aire puro y el río son otras equivalencias en la versión de su vida. Las familias de su pueblo también crían ganado; son de las mayores productoras en una provincia que es la mayor productora de un país, todo el año. Se puede decir que Sibanicú es un pueblo donde la gente era feliz.

Hasta un día. Hasta el día en que una invasión amenazó con la tranquilidad de Sibanicú, de una provincia, de un país. Fue un roedor otro, un virus, quien le encerró en una cueva a su mamá. Quien se le ha llevado lejos y por mucho que la llama y busca no aparece; quien la despierta en las madrugadas extrañándola más.

El 22 de abril mami se fue “encantada” tras la melodía del deber. No hubo flauta; pero sí mucha magia en esa decisión. Y desde entonces Leibis se la pasa de una cueva a otra, sin golosinas ni juegos. Del Caonao a la sala de Terapia en el “Amalia”, y viceversa; y desde el martes 5 de mayo en villa Las Palmas, donde cumple el aislamiento.

A unos meses de su graduación como especialista en Terapia Intensiva, a sus 26, Leibis no pensó en que faltan exámenes por vencer, ni se escudó en la niña pequeña que no llega ni a los dos. Accedió a irse adonde ese juego que la aleja de su Katherine. El título de la maternidad simplifica el asombro ante la vida. En nombre de un hijo se asumen, también, todos los riesgos.

Sin tremendismos Leibis explica que desde el inicio dio la disposición. Como quien se baja de un camión, recoge a Katherine, y monta el salón de juego en la sala de la casa. Lo establecido en las normas del deber y el querer no admite sobresaltos, tampoco sospechas. Si hacía falta se iría al Militar. Pero el llamado fue el pasado 22 para asistir en su hospital, el Amalia Simoni, de esta ciudad. Melva, su mamá; Gustavo, su papá; y Keny, su esposo, se quedarían escudándola, como siempre.

Y entonces ella estuvo más tranquila. “Temía cuando viajaba a diario, pues sentía que ponía en peligro a mi familia”. La zona roja no intimida cuando se ha ido tanto de Sibanicú a Camagüey, y de vuelta; cuando se ha parido a una hija; cuando se ha viajado-trabajado hasta los siete meses de embarazo y a los cinco de posparto se ha decidido retomar una especialidad tan agónica como vital.

Leibis cuenta el juego de los últimos días como quien repasa en voz alta la materia próxima a examinar. Sin puntos ni comas; en ráfaga. “Fueron cinco guardias, en el ciclo establecido de 24 horas y 48 de descanso. Estuve en el área de ventilados (en los cuidados de Terapia, los pacientes se clasifican en ventilados y no ventilados); todos inestables. Debíamos estar pendientes: no orinaban, tenían abundantes secreciones respiratorias, y la alarma pesaba más por la sospecha de padecer la COVID - 19; fueron cinco noches sin pegar los ojos. No sé si es la adrenalina o qué. Pero una vez dentro piensas más en la vida de los que están ahí que en la propia”. Sin pausas suelta todo lo que sabe, y creo que vence.

Como Melva, otra mamá estrella que un decidió la licencia sin sueldo para cuidar a la nieta, a la hija. Cuando Katherine anduvo sola y se hizo fuerte, entonces, solo entonces Melva volvió a andar sola y regresó a sus informaciones y a su oficina en la UBPC Sibanicú, también más fuerte.

Esa fortaleza pareciera que es el juego que más disfrutan los Peña González. “Los grupos de trabajo están conformados. Cuando cumpla el tiempo de aislamiento aquí y luego en la casa, regresaré. Debo trabajar”, cuenta con esa manía de responder en ráfagas.

Una debilidad se le descubre. Hay una rutina sagrada que le paraliza cada nervio: “Ella exige su rato de juego en las tardes. En el piso debo tenderme con ella y dar la papa y dormir a todos sus muñecos”.

“Un día (…) Todos corrieron presos del pánico a cerrar las puertas de sus graneros…”

...sigue El flautista… Katherine no entiende la ausencia. A veces la escucha; a veces la llora desesperada, como en el cuento. Pero nada. Hasta un día, ya próximo, que podrá escribirse así, como el último párrafo de esta versión de El flautista …que circula en Internet:

“Era tanta la felicidad…”

Entonces, se habrá ido la plaga definitivamente, y mami estará, definitivamente, otra vez. Entonces, el saco de monedas de oro será para ambas, para las tres, por liberar de la pesadilla a un pueblo entero. No solo a Hamelín. No solo a Sibanicú.