1. Estoy en la camilla de preparto. Piernas arriba, pujando con cada contracción. A mi izquierda, a unos metros, un team médico me mira. Yo los veo borrosos. Los espejuelos se quedaron fuera. Es de madrugada, seguramente tienen sueño, o están aburridos, o acostumbrados de ver tantas veces la misma película. Pero me miran. Ya saben que no vine a perder el tiempo, que tengo ganas de parir ya. Llevo 18 días amaneciendo en el Hospital con estas ganas. Y de las ganas saco fuerzas para seguir pujando con cada contracción, a pesar de las veintipico de horas sin dormir. De las ganas saco aire. Porque no me acordé de cambiar la mascarilla de tela por aquella desechable que guardaba para este instante. Pero pasará mucho tiempo para que repare en ello. Mi hermana entra disfrazada de quirófano y ni siquiera a ella la reconozco hasta que se para a mi lado y me da la mano un momento. Una doctora se acerca: “mamá, tu bebé tiene que nacer ya”, me dice, y me revisa, y me ve pujar, y me pregunta si es mi primera vez, “¿y la última?”, bromea, lista para la respuesta de siempre. Y yo la sorprendo: “no, ¿por qué?”.
2. No dejas de llorar. Llevas unas veinte horas con esos gritos a intervalos. De dolor. Solo en mis brazos, en mi pecho, te calmas a ratos. Y luego lloras de nuevo. El antibiótico no ha hecho efecto todavía y con tu dolor y tus gritos yo estoy viviendo el tormento más grande de estos cuatro meses de aMar. Para colmo, Papá no está aquí dentro para hacerse el fuerte y contagiarnos calma, y consolarnos. Está conectado al teléfono y tampoco ha dormido nada esta madrugada, por acompañarnos. Yo no he comido hace un montón de horas, ni he ido al baño una sola vez; creo que no he tomado agua. Pasará tiempo hasta que repare en eso; me lo dirá la mamá de otro bebé enfermo. Ahora no tengo hambre ni sed, y mi vejiga no reclama nada. Yo quisiera llorar también, pero Papá no está ya y no puedo invertir energías en llorar.
No sé por qué, entre tantos, me asaltan esos dos recuerdos. Quizás porque nunca he sido más fuerte que cuando me has necesitado, cuando has dependido de las fuerzas de mamá. Lo contado es lo que vuelve, en imágenes, recurrentemente, esos momentos clímax, de dolor y cansancio, y también de fuerza. Pero con los recuerdos, me vuelve la certeza: al final, las dos veces, vencimos juntas.