CAMAGÜEY.- Si te pasa por delante como una tromba, sin percatarse de tu presencia, te enojas. Si irrumpe en la conversación y, sin más, corta el diálogo con una pregunta, le pones mala cara. Si prefiere sostener la pata del perro del vecino, antes que extenderte una mano, también frunces el ceño. Y al desterrar el saludo quedas con los bolsillos vacíos, sin monedas de cambio para comunicarte. “La gente sería distinta si los modales fueran al estilo japonés”, reflexionas.

Llama la atención el ver a la mayoría de los deportistas de ese país en acción. Un ejemplo: el Campeonato Mundial de Atletismo celebrado en Catar. Cada vez que un nipón saltaba la pértiga, lanzaba la jabalina o el martillo, realizaba luego una reverencia al público. Cuesta imaginar, desde la mirada occidental, el sentido de una inclinación ante tanta gente desconocida, en un mundo donde existen tantas fronteras para los gestos amables y gratitudes que pueden variar hacia otra persona.

Una simple genuflexión muestra respeto y se le conoce como Ojigien la tierra del sol naciente. Suele ser una práctica distante, algo fría y muy ceremoniosa. Las famosas series de esa nación y de Corea del Sur, conocidas como Doramas, dan fe de ello. Sin embargo, sus raíces ancestrales pretenden evitar el contagio de enfermedades a través del contacto y de energías negativas. Esas corrientes invisibles que carcomen de manera silenciosa e ignoramos por desvivirnos, en mayor medida, en lo que podemos palpar.

Se estrechan las manos una y otra vez, pero hasta qué punto “hablan” de sinceridad. Hasta qué medida los segundos en que ambas se miran, o dos rostros se besan, lo hacen sin hipocresía, con limpieza. No existe un medidor. Pero cuando doblas tu cuerpo 45 grados, sin observar a quien tienes delante y entregas el saludo como se hace con una ofrenda especial, como si no existiera ni un pasado, ni un presente, ni un futuro, solo el hoy, das un fragmento de tu espíritu.

Las discusiones y los malos entendidos dejan una estela de amargura en los corazones. La gente se separa como dos planetas que comienzan a gravitar en órbitas diferentes. A veces porque el ego no les permite superar las barreras del perdón; a veces porque es considerado debilidad, en un contexto donde la rudeza se mastica; a veces, simplemente, porque no sabemos hacerlo.

El Karate-Do, arte marcial cultivador del cuerpo y del alma, no deja de tener un lado más explosivo: los combates. Mas, después que eligen un ganador y termina la competencia, los dos deben efectuar una reverencia en señal de respeto mutuo. Las diferencias quedan atrás. Solo queda en escena el esfuerzo y las buenas voluntades entre los contendientes. En ocasiones, los de este lado del planeta encontramos la vida como un campo de batalla eterno, sin tregua para nadie. Y convertimos la palabra en el instrumento perfecto para golpear, e incluso herir de muerte.

¿Continúas indignado porque no te habla y, como dicen por ahí, te ha cortado el agua y la luz?, pues no pierdas el tiempo y saluda al modo japonés. Quiebra las orgullosas maneras de manifestarte. Inclina el tronco despacio, hacia adelante, sin levantar la cabeza. Probablemente no entenderán lo que ocurre, pero no temas, les regalas paz.