El primero de mayo de 1961, en la todavía Plaza Cívica José Martí, entre otros temas medulares el líder de la Revolución, Fidel Castro Ruz, anunció la nacionalización de las escuelas privadas, una de las medidas indispensables para llevar a cabo con todas las de la ley la Reforma Integral de la Enseñanza, prometida en febrero de 1959.

Ningún escenario ni momento serían mejores que ese para que el pueblo conociera tan trascendente nueva, al término de un multitudinario desfile que duró más de 14 horas, con la participación infaltable de los trabajadores y de tablas gimnásticas que avizoraban el rumbo integral de la futura educación cubana.

Cuba vivía jornadas intensas, luminosas y cruciales, a pocos días de la irrefutable victoria frente a la agresión mercenaria de Playa Girón, perpetrada por Estados Unidos, potencia que mantenía sus proyectos hostiles y comenzaba a entretejer un entorno continental amenazante para la Revolución.

De modo que a poco más de un mes del anuncio, el seis de junio de ese mismo año, el país conoció de la aprobación de la Ley de Nacionalización de la Enseñanza, la plataforma jurídica necesaria para instrumentar el adiós a la excluyente gestión privada y borrar la depauperación de la menguada y casi miserable instrucción pública, apenas sin fondos estatales.

Nada más consecuente en una nación que había decidido tomar el destino del socialismo, de modo que el programa justiciero cubano se profundizaba y radicalizaba con la implantación de leyes revolucionarias y la realización de múltiples programas en beneficio del pueblo, encaminados además a la recuperación de bienes y toda la riqueza nacional, mayoritariamente en manos foráneas desde la república entreguista.

Desde 1959, en cumplimiento del Programa del Moncada habían comenzado a plantarse hitos importantes como garantizar el retorno a las aulas de unos 10 mil profesores desempleados, y la creación del Contingente de maestros voluntarios que llevarían la ilustración a remotos lugares rurales del país.

Ya estaba a punto, comenzando con fuerza, la indetenible Campaña Nacional de Alfabetización que libraría a los cubanos del flagelo del analfabetismo, a fines de ese propio año. Una hazaña.

Ello posibilitó la creación de las brigadas de maestros de vanguardia Frank País, desplegadas por las antiguas provincias de Oriente, Las Villas y Pinar del Río.

Más de 700 mil analfabetos adultos y unos 600 mil niños en primera infancia carecían de escuelas en el territorio nacional, como terrible herencia del sistema anterior, derrotado tras poco más de dos años de lucha armada encabezada por Fidel Castro.

En medio de la complejidad del momento, Fidel no perdió de vista la necesidad de emprender cuanto antes la necesaria reforma general de la enseñanza, concebida por él, para desatar los diques que aún impedían avanzar a raudales las corrientes de los conocimientos para todo el pueblo y sobre todo para la niñez y la juventud.

El perseguía el pleno desarrollo humano. Además de demandar programas específicos y respaldo jurídico, tal empeño necesitaba un esfuerzo gigantesco en insumos materiales y participación popular.

Contra ello no solo conspiraban los enemigos con sus constantes agresiones y sabotajes, sino también la falta de experiencia y hasta los prejuicios inherentes a una sociedad patriarcal y tradicionalista que aún respetaba costumbres caducas y limitantes de sectores de su población, como las mujeres.

“La Revolución es un cambio profundo, no una tomadura de pelo, no es un engañabobos…”, afirmó el joven líder en el discurso memorable”.

Volviendo a la significativa Ley de Nacionalización de la Enseñanza no solo contenía el imprescindible marco jurídico que sancionaba el definitivo fin de la educación privada y de los viejos métodos de enseñanza. Contenía cinco artículos definitorios de los basamentos que en lo adelante regirían en beneficio de todo el pueblo cubano.

En ella se declaraba pública la función de la enseñanza y gratuita su prestación, y establecía la responsabilidad del Estado para ejercer dicha función a través de los organismos creados al efecto, con arreglo a las disposiciones legales vigentes.

El artículo dos contemplaba la nacionalización y la adjudicación a favor del Estado cubano de todos los centros de enseñanza. Igualmente se refería a las directrices y deberes del Ministerio de Educación, con las facultades que en lo adelante tendría.

Las disposiciones, leyes y acciones revolucionarias que, una vez dadas a conocer, concitaban el respaldo y la participación de miles de cubanos, entre ellos los más jóvenes, fueron abriendo cada día más puertas de los centros escolares, sin discriminación racial ni económica, a los humildes y desfavorecidos del país.

Fidel enarbolaba tales principios desde siempre, pues creía que solo una verdadera formación cultural, científico-técnica, de avances en los deportes, de atención especializada a los limitados físicos, una formación con valores altruistas y solidarios basada en la combinación del estudio con el trabajo, haría a los humanos felices, plenos y dignos.

La nacionalización de las escuelas privadas trajo un esfuerzo adicional grande por brindarles a todos los jóvenes y a todos los infantes de Cuba los medios necesarios para poder estudiar en las mejores condiciones posibles, los planes de becas, construcciones de escuelas, en fin un esfuerzo verdaderamente colosal.

Aún inmerso hoy en un proceso de mejora constante y de perfeccionamiento, el actual sistema de enseñanza general cubana es un referente de incuestionable prestigio en la región y en el mundo. Las bases del trabajo épico que después desencadenaron los cubanos se sentaron en los tiempos iniciales con sucesos como los narrados ahora.