CAMAGÜEY.- Un denominador común caracterizó su vida: el humanismo… esa fuerza movió cada una de sus acciones. La virtud de sentir, como suyo, el dolor ajeno, la de tender el brazo solidario en cualquier confín del mundo; la de ser inquisitivo y transformarse en el paladín que se nutría de las opiniones del pueblo, reveladora secretos e inquietudes, buscar el justo medio, ni tolerante ni implacable. Y siempre, ejemplo.
Hecho de una arcilla especial, simbólica de equilibrio y armonía, fortificada para pulsar cuanto pudiera amenazar la especie humana, y para proponer cómo salvarla, cómo edificarle un mundo mejor, de paz, libre de conflictos, de desigualdades y de amenazas… así era Fidel; así sigue siendo desde el ejemplo que inspira luchas y sueños, a una humanidad cada vez más agredida por las guerras imperiales y las injusticias.
Camagüey siempre abrió sus brazos para tenerlo entre los suyos, entre nosotros. La primera vez sucedió en una fecha tan lejana como agosto de 1947, en Cayo Confites, al norte de la provincia. Allí permaneció durante varias semanas, como integrante de la expedición que tuvo la marcada intención de derrocar la dictadura del presidente dominicano, Leonidas Trujillo. En ese escenario marino cumplió 21 años.
Seis años más tarde, el 25 de julio de 1953, volvió a Camagüey, esta vez de tránsito hacia el Moncada.
La historia recoge que este fue uno de los territorios de Cuba más visitados por Fidel después del triunfo de la Revolución en enero de 1959. En dos oportunidades --en 1977 y 1989-- estuvo aquí para conmemorar el Día de la Rebeldía Nacional.
La segunda vez, aquella tarde amenazada por la lluvia, habló de la posible desintegración de la Unión Soviética y de la desaparición del campo socialista de Europa, algo hasta entonces impensable para la mayoría de nosotros, pero frente a esa probabilidad dejó claro para todos dos conceptos: la certeza de que el pueblo cubano sabría resistir y avanzar, y uno de extraordinaria vigencia en estos tiempos, “el Socialismo es la ciencia del ejemplo”.
Todos los cubanos, sin excepción, por sencilla que sea nuestra labor, estamos obligados a cumplir con esa máxima, y mucho más aquellos que hemos elegido o se han designado para conducir cualquier proceso. Hay que honrar a Fidel, siendo ejemplo, y no solo los 13 de agosto, sino todos los días del año, toda la vida.