CAMAGÜEY.- Cuando en marzo de 2020 se confirmaban los primeros casos de COVID-19 en el país, el personal de Salud camagüeyano, ya en la primera línea, se colocaba guantes y mascarillas para combatir la novedosa enfermedad.

A más de un año de duro trabajo, el agotamiento físico es mayor, las tareas, más complejas y en gran cantidad de frentes, por lo que el apoyo de otros sectores y de los jóvenes se torna imprescindible.

Aunque la labor más reconocida del alumnado de la Universidad de Ciencias Médicas Carlos J. Finlay (UCM) sea en las pesquisas, quienes a diario tocan nuestras puertas para preguntar y preocuparse no son los únicos estudiantes de esa rama que se desvelan por cuidarnos tras el rebrote de la COVID-19 en la provincia.

De igual forma resulta vital en el control de la epidemia la presencia de otros grupos en centros de aislamiento, laboratorios y departamentos de estadística.

Elizabeth Cruz Aróstegui es una de esas jóvenes imprescindibles. Ella se incluye en los 20 estudiantes cubanos de 5to. año de Bioanálisis Clínico que apoyan el estudio de las muestras de PCR en el Laboratorio de Biología Molecular camagüeyano. Las dos extranjeras que completan la matrícula colaboran en el laboratorio clínico del hospital universitario Manuel Ascunce Domenech.

“En enero escogieron a diez de nosotros para incorporar-nos al recién estrenado centro. Cuando llegamos tuvimos un tiempo de preparación y entrenamiento a cargo de los profesionales principales, y luego nos integraron a los equipos de guardia para realizar sus mismas funciones. No fue difícil empezar si hablamos del trabajo, pero sí muy impactante, porque te enfrentas directamente al virus”, comentó Elizabeth.

De acuerdo con el Dr. Pablo R. Betancourt Álvarez, vicerrector académico de la UCM, los muchachos rotan por todos los departamentos para conocer de forma general los procesos y familiarizarse con cada uno de los procederes y las técnicas.

“Aunque por las prácticas realizadas durante sus estudios dominan ciertos aspectos, el reto era enfrentarse a mayor tecnología y más presión debido a la connotación de la tarea”.

Jessica Marina Sifontes, otra de las estudiantes que forma parte del colectivo, confirma. “Los turnos son de 24 horas y descansamos 72. El día que nos toca, trabajamos a todas horas, porque sabemos que debemos agilizar el proceso. En las noches hacemos el mismo proceder. Cuando amanece elaboramos un parte detallado de todo lo que hicimos, la cantidad de muestras analizadas, cuántas fueron negativas, cuántas positivas o cuáles hay que repetir”.

En ese sentido, comenta su compañera Lisbeth Lara Rodríguez: “Este trabajo necesita de mucha concentración. Debemos enfocarnos en lo que hacemos en cada área porque un error que se cometa, por ejemplo, en la recepción de las muestras, repercute en todos los departamentos y en el resultado final”.

Es precisamente por la seriedad que muestran en cada turno que la dirección de la institución, agradece la decisión de ubicarlos allí, y reconoce que son de los primeros en llegar y casi ni descansan. Además, aprovechan la experiencia de los profesionales y los consultan ante cualquier duda.

Al desempeño de estos jóvenes se le suman las horas dedicadas por los muchachos de las carreras tecnológicas, en específico de sistema de información, al procesa-miento estadístico epidemiológico del territorio, y la labor de otros de Medicina, Estomatología y Enfermería en los centros de aislamiento ubicados en la propia Universidad.