CAMAGÜEY.- Rostros fatigados tras espesos nasobucos, preocupaciones familiares eclipsadas por el deber y esperanzas en superar la pandemia, son emociones del colectivo de mujeres del hospital militar Octavio de la Concepción y de la Pedraja, quienes cada día luchan contra la COVID-19.
Como tantas agramontinas demuestran que aún en los peores momentos, la Revolución encuentra en la mujer la fortaleza para seguir adelante.

El compromiso de Zoe

Entre los lugares a los que llamar hogar, la terapia intensiva resulta de los menos frecuentes, pero para la doctora Zoe Roca Núñez esa barrera entre la vida y la muerte es simplemente la casa.

Como líder del grupo de esa sala, comenta que esta ha sido una experiencia desafiante desde el punto de vista profesional, porque exige más preparación.

“Un reto. Integré el grupo que atendió al primer paciente grave por coronavirus en Camagüey y aunque hubo un poco de susto en los inicios, nos guía la importante misión de salvar vidas”, comenta.

Ver personas en estado de gravedad por una enfermedad evitable cuenta entre lo más difícil para esta intensivista. “Hay diferencia entre un paciente en una sala abierta, y los graves o críticos. El trabajo es más fuerte y riesgoso, hay mayores probabilidades de contagio, pero estamos ahí, con ellos”.

Las experiencias de Wilma

En veintitrés años de labor como enfermera, Wilma Estrada López nunca imaginó enfrentarse a una pandemia de esta magnitud. No obstante, su profesionalismo y valor humano están a disposición de la batalla sanitaria.

Forjada en el “Militar”, actualmente se desempeña como jefa de segundo piso de la sala de hospitalización en la Zona Roja. Esta labor le ha permitido poner en práctica todos los conocimientos de su amada carrera, aunque ello no evita vivir experiencias dolorosas.

“Siempre surgen situaciones impactantes pero en las últimas rotaciones hemos trabajado con muchos niños. Duele ver a un pequeño en una cama con COVID-19, en especial cuando sus familiares han resultado negativos a la enfermedad”, y la voz le falla.

La afinidad con los pacientes le recuerda constantemente a su familia y el calor del hogar, donde ella constituye pilar. Mas, aunque los extraña demasiado, al llamado del país responde sin pestañear cuantas veces sea necesario.

“Es duro dejar atrás a la familia, y preocupa pensar que en el período de rotación en el hospital surja alguna situación y no pueda estar con ellos, aún así son conscientes de la importancia de mi trabajo”.

La familia de casa es una de las fortalezas de Wilma, también la forjada con sus compañeros a lo largo de los años de trabajo en el “Hospital Militar”.

Con orgullo ve esta enfermera la entrega de sus colegas, lo cual reafirma su convicción de que no hay labor pequeña si se trata de salvar vidas.

Metamorfosis de Rubislaydi

El viernes de la semana pasada comenzó el turno, y el riesgo constante a infectarse de la COVID-19 es una realidad.

Con 11 años de experiencia de trabajo en la institución como especialista de bioanálisis clínico, Rubislaydi experimentó un cambio de 180 grados, cuando el coronavirus obligó a cerrar el laboratorio. Dejar la bata colgada no ha sido tan difícil, pues se describe como alguien adaptable, capaz de ejercer cualquier función.

“Durante seis meses estuve en el área de limpieza del hospital, puesto que no podía estar en el área roja por razones familiares”, explica.

Ahora la situación y su disposición la colocaron en la lavandería, donde comienza el proceso de esterilización del material de bioseguridad.

“Trabajo tres días seguidos y no tenemos horario, debido a que todo debe quedar listo para la próxima jornada”.

Con equipos ajenos a nuevas tecnologías, Rubislaydi y las integrantes del equipo de lavandería entre el sudor y el sacrificio hacen lo posible para que las adversidades no se conviertan en obstáculos para el cumplimiento del deber.

La entrega de Leyanet

Tras la línea roja, en un mar de batas verdes sería difícil reconocer su rostro, sin embargo con el mismo ímpetu del resto de sus colegas, la doctora Leyanet Castillo Abalos no baja la cabeza ante el peligro.

Diez días han pasado desde que comenzara su octava rotación y en el descanso entre turnos comparte sus experiencias sobre la realidad del otro lado de la cinta.

“Muy tensa, porque trabajamos en circunstancias diferentes, con varios medios de protección y cumpliendo todas las medidas para no contagiarnos; algo agotador”, confiesa quien reconoce la importancia del quehacer en equipo.

“Colega deviene una palabra pequeña para expresar los vínculos que aquí se forman, amistades que quedan para siempre, el apoyo en los momentos duros y una de las claves para mantenernos sanos en tantas rotaciones”.

La pandemia le ha mostrado también la fragilidad de la vida. La especialista en medicina interna está segura de que nunca olvidará esta experiencia, que le ha hecho ver el mundo de una forma diferente.

Ellas, que conquistan cada día el miedo, dejan atrás a la familia y se olvidan de su propia mortalidad para salvar a otros, revelan/sintetizan la esencia de una nación de mujeres con espíritus incansables, que frente a las adversidades demuestran que la victoria no es una utopía.