Aunque pudo escapar ileso y morir tranquilamente en Miami Beach, en 1939 – ¿dónde si no?-, el 12 de agosto de 1933 el tirano de Cuba, Gerardo Machado, vio truncados sus sueños de perpetuarse en el poder, acabar con los comunistas y defender a ultranza al imperialismo, cuando una marea revolucionaria popular lo derrocó, dirigida en lo fundamental por los sindicatos y las fuerzas de izquierda que tanto odió.

Por los días previos a su caída, cuentan que las cosas se habían ido tan fuera de control respecto a la ferocidad de la represión y la tozudez del dictador, que el propio gobierno de Estados Unidos, del que era acólito y fiel subordinado, había tenido a bien sugerirle que abandonara el poder mediante una apañada mediación de última hora. Pero Machado, ni modo. Estaba en desenfreno.

Desde su entrada al poder con la aureola de haber sido general del Ejército Libertador, cuyo honor no representaba ya por entonces, le prometió a EE.UU. que durante su mandato ninguna huelga duraría más de 24 horas. Y aunque maquilló su propuesta con la consigna de trabajar por el agua, los caminos y las escuelas, pronto se distinguió por sus métodos represivos contra los movimientos  obreros, estudiantiles, la pujante intelectualidad que se fortalecía, y contra el feminismo.

Así, perseguía a todo aquel que se oponía a su gobierno o reclamaba un derecho. La tortura, los vejámenes y los asesinatos eran parte de la cotidianidad en su mandato. Por desgracia se hicieron famosos los llamados planes de machete que usaba para disolver las manifestaciones. Sus enemigos principales, declarados por él mismo, eran los líderes sindicales y los comunistas.

En ese contexto no es de extrañar la ilegalización del Partido Comunista de Cuba fundado por Carlos Baliño y Julio Antonio Mella el 16 de agosto de 1925, la clausura de la Universidad Popular José Martí y de los gremios sindicales.

No es un secreto para los cubanos que Machado planificó y envió sicarios a Ciudad de México para que asesinaran al líder comunista y estudiantil Julio Antonio Mella, que vivía allí exiliado, un crimen perpetrado el 10 de enero de 1929.

El horrendo suceso disparó aún más sus métodos violentos y el clima de terror en la Isla. Otros asesinatos connotados fueron el de Armando André, periodista, que había revelado un escandaloso negocio realizado por Machado, los de los trabajadores canarios, falsamente acusados de un abuso contra un ciudadano pudiente y el cierre de la Universidad de La Habana, que heredera del legado de Mella se mantenía como faro de acciones revolucionarias.

La clase obrera lamentó la pérdida de Alfredo López, lanzado al mar con una barra de plomo estrangulando su cuello, entre otros horrores cometidos con líderes obreros.

Con el auspicio de la Central Nacional Obrera de Cuba, el 23 de julio de 1933 los trabajadores de ómnibus de La Habana hicieron un paro al que se sumaron otros sectores. Fue como la campanada que marcó el inicio de lo que terminó también llamándose Revolución del 33.

Es de destacar el abnegado y heroico aporte ofrecido por un dirigente como el poeta Rubén Martínez Villena, quien desde la militancia comunista, fuertemente imbricada a la causa del proletariado, dirigía desde su lecho de enfermo terminal de tuberculosis la gran movilización de paro nacional, a la que también contribuían otros destacados dirigentes como Lázaro Peña.

Ya el primero de agosto el ejército reprimió brutalmente a la población de Santa Clara, sublevada contra el gobierno, y ocupó militarmente la ciudad. Rápidamente se unieron a la huelga los ferroviarios, barberos, estibadores de los muelles, periodistas y linotipistas. Los medios de comunicación dejaron de funcionar.

Al día siguiente parte del ejército se sublevó. Los militares rebeldes se hicieron del control del Estado Mayor del Ejército en el Castillo de La Punta y del Regimiento de Artillería en La Cabaña. Ante el levantamiento, Machado huyó del Palacio Presidencial y se refugió en el Cuartel Militar Columbia. Allí recibió un ultimátum del ejército.

Ayudado sin dudas por sus protectores y amigotes de siempre logró evadir la justicia que sin dudas merecía un personaje tan tristemente célebre, quien fuera calificado certeramente por Rubén Martínez Villena como “Asno con garras”, a propósito de la brutalidad y el desprecio con que se refiriera a Mella y los comunistas durante la huelga de hambre del joven dirigente en prisión.

Aparte de su trayectoria criminal y de la ausencia de libertades cívicas y políticas inadmisibles, Machado en lo social construyó un gobierno que representó fielmente los intereses de la oligarquía burguesa nacional y abrió más los espacios a la penetración del capital estadounidense, lo cual agudizó la crisis económica que se veía venir desde gobiernos anteriores.

Cierto es que hizo construir la Carretera Central y el fastuoso Capitolio de La Habana, hoy valorado como monumento arquitectónico y cultural notable.

Pero la nación se llenó de deudas, hizo florecer los latifundios, constriñendo la producción azucarera; el desempleo, el hambre y la pobreza extrema formaban parte de la vida cotidiana de los trabajadores de pueblos y ciudades y del campesinado, objetos además de desalojos, arbitrariedades y graves injusticias.

Desgraciadamente tampoco esta llamada Revolución, tan radicalizada y combativa, pudo cumplir los objetivos finales. La oligarquía y la reacción, con sus fuertes aliados, se emplearon a fondo para abortar el proyecto. Pero fue un eslabón más de la única Revolución Cubana, con sus lecciones y su carga de esperanzas. El camino de luchas siguió trazado.

 

Aunque pudo escapar ileso y morir tranquilamente en Miami Beach, en 1939 – ¿dónde si no?-, el 12 de agosto de 1933 el tirano de Cuba, Gerardo Machado, vio truncados sus sueños de perpetuarse en el poder, acabar con los comunistas y defender a ultranza al imperialismo, cuando una marea revolucionaria popular lo derrocó, dirigida en lo fundamental por los sindicatos y las fuerzas de izquierda que tanto odió.

Por los días previos a su caída, cuentan que las cosas se habían ido tan fuera de control respecto a la ferocidad de la represión y la tozudez del dictador, que el propio gobierno de Estados Unidos, del que era acólito y fiel subordinado, había tenido a bien sugerirle que abandonara el poder mediante una apañada mediación de última hora. Pero Machado, ni modo. Estaba en desenfreno.

Desde su entrada al poder con la aureola de haber sido general del Ejército Libertador, cuyo honor no representaba ya por entonces, le prometió a EE.UU. que durante su mandato ninguna huelga duraría más de 24 horas. Y aunque maquilló su propuesta con la consigna de trabajar por el agua, los caminos y las escuelas, pronto se distinguió por sus métodos represivos contra los movimientos  obreros, estudiantiles, la pujante intelectualidad que se fortalecía, y contra el feminismo.

Así, perseguía a todo aquel que se oponía a su gobierno o reclamaba un derecho. La tortura, los vejámenes y los asesinatos eran parte de la cotidianidad en su mandato. Por desgracia se hicieron famosos los llamados planes de machete que usaba para disolver las manifestaciones. Sus enemigos principales, declarados por él mismo, eran los líderes sindicales y los comunistas.

En ese contexto no es de extrañar la ilegalización del Partido Comunista de Cuba fundado por Carlos Baliño y Julio Antonio Mella el 16 de agosto de 1925, la clausura de la Universidad Popular José Martí y de los gremios sindicales.

No es un secreto para los cubanos que Machado planificó y envió sicarios a Ciudad de México para que asesinaran al líder comunista y estudiantil Julio Antonio Mella, que vivía allí exiliado, un crimen perpetrado el 10 de enero de 1929.

El horrendo suceso disparó aún más sus métodos violentos y el clima de terror en la Isla. Otros asesinatos connotados fueron el de Armando André, periodista, que había revelado un escandaloso negocio realizado por Machado, los de los trabajadores canarios, falsamente acusados de un abuso contra un ciudadano pudiente y el cierre de la Universidad de La Habana, que heredera del legado de Mella se mantenía como faro de acciones revolucionarias.

La clase obrera lamentó la pérdida de Alfredo López, lanzado al mar con una barra de plomo estrangulando su cuello, entre otros horrores cometidos con líderes obreros.

Con el auspicio de la Central Nacional Obrera de Cuba, el 23 de julio de 1933 los trabajadores de ómnibus de La Habana hicieron un paro al que se sumaron otros sectores. Fue como la campanada que marcó el inicio de lo que terminó también llamándose Revolución del 33.

Es de destacar el abnegado y heroico aporte ofrecido por un dirigente como el poeta Rubén Martínez Villena, quien desde la militancia comunista, fuertemente imbricada a la causa del proletariado, dirigía desde su lecho de enfermo terminal de tuberculosis la gran movilización de paro nacional, a la que también contribuían otros destacados dirigentes como Lázaro Peña.

Ya el primero de agosto el ejército reprimió brutalmente a la población de Santa Clara, sublevada contra el gobierno, y ocupó militarmente la ciudad. Rápidamente se unieron a la huelga los ferroviarios, barberos, estibadores de los muelles, periodistas y linotipistas. Los medios de comunicación dejaron de funcionar.

Al día siguiente parte del ejército se sublevó. Los militares rebeldes se hicieron del control del Estado Mayor del Ejército en el Castillo de La Punta y del Regimiento de Artillería en La Cabaña. Ante el levantamiento, Machado huyó del Palacio Presidencial y se refugió en el Cuartel Militar Columbia. Allí recibió un ultimátum del ejército.

Ayudado sin dudas por sus protectores y amigotes de siempre logró evadir la justicia que sin dudas merecía un personaje tan tristemente célebre, quien fuera calificado certeramente por Rubén Martínez Villena como “Asno con garras”, a propósito de la brutalidad y el desprecio con que se refiriera a Mella y los comunistas durante la huelga de hambre del joven dirigente en prisión.

Aparte de su trayectoria criminal y de la ausencia de libertades cívicas y políticas inadmisibles, Machado en lo social construyó un gobierno que representó fielmente los intereses de la oligarquía burguesa nacional y abrió más los espacios a la penetración del capital estadounidense, lo cual agudizó la crisis económica que se veía venir desde gobiernos anteriores.

Cierto es que hizo construir la Carretera Central y el fastuoso Capitolio de La Habana, hoy valorado como monumento arquitectónico y cultural notable.

Pero la nación se llenó de deudas, hizo florecer los latifundios, constriñendo la producción azucarera; el desempleo, el hambre y la pobreza extrema formaban parte de la vida cotidiana de los trabajadores de pueblos y ciudades y del campesinado, objetos además de desalojos, arbitrariedades y graves injusticias.

Desgraciadamente tampoco esta llamada Revolución, tan radicalizada y combativa, pudo cumplir los objetivos finales. La oligarquía y la reacción, con sus fuertes aliados, se emplearon a fondo para abortar el proyecto. Pero fue un eslabón más de la única Revolución Cubana, con sus lecciones y su carga de esperanzas. El camino de luchas siguió trazado.