CAMAGÜEY.- Mi primer libro, donado de un Día de Reyes hace ya muchos años fue El Conde de Montecristo. De inicio no me percaté de lo trascendental de aquel regalo. Después no por casualidad tuve la oportunidad de recorrer las murallas de la fortaleza prisión del castillo de If en la pequeña isla de la bahía de Marsella, donde conocí a Edmundo Dantes y su historia con Mercedes que nunca he olvidado a pesar del tiempo y los avatares.

Otra vez visité los restos del castillo de Rochafrida en Casilla-La Mancha para seguir río arriba por el Guadiana hasta asombrarme ante los molinos de viento contra los que rompió lanzas Don Quijote. Del otro lado del incontinente y más allá de Borneo, mientras esperaba una escampada de las interminables lluvias de verano en las selvas, conocí de cerca a más de uno de los secuaces del Tigre de Las Malasia, que dicho sea de paso allí se le tiene como un héroe nacional.

Sin ir tan lejos, el piloto Antoine de Saint Exupéry me dejó impactado con aquella extraña leyenda que se inventó del niño principito mientras reparaba su avión en alguna parte de nuestro planeta. Tampoco les he contado de aquella angustia marina en la que me vi envuelto pensando en que mientras los maderos del bote en que viajaba estuvieran sujetos por las clavijas, seguiría a bordo sufriendo los males que haya que padecer, porque cuando las olas deshicieran la balsa tendría que nadar. Tal como lo viví lo escribió Homero en alguna página de La Odisea y cuando ya me recuperaba de aquel naufragio, Emily Bronte hizo que su sirvienta me relatara un lío familiar ocurrido en la hacienda Cumbres Borrascosas, suceso que le fue bien conocido porque había trabajado allí.

Estos relatos podrían durar hasta lo infinito porque sin pasaporte, máquina del tiempo o nave espacial he podido convivir y vivir en los más importantes episodios de la historia, recorrer la geografía mundial y vérmelas de tú a tú con fabulosos personajes reales productos de la fantasía del autor, gracias a esa afición por la lectura que inició con el Conde de Montecristi y consolidó mi presencia en la biblioteca, laboratorio de todas estas realidades y fantasías que asimilamos como vividas.

La lectura de libros, cualquiera de sus temas, representa no solo placer y sabiduría. Es piedra angular de la civilización y de la formación de la persona en sus relaciones con sí misma, su familia y la sociedad sin fronteras.

Foto: Yoel Benítez Fonseca /AdelanteFoto: Yoel Benítez Fonseca /Adelante

Benemérito quien dijo en un arranque de luz que una biblioteca no es un conjunto de libros leídos, sino una compañía, un refugio y un proyecto de vida. Con estas memorias, Adelante celebra a la Biblioteca Provincial Julio Antonio Mella en su aniversario 60, y no solo por lo que a ella debe la cultura camagüeyana; bien sabemos que allí el periodismo ha depositado en buenas manos sus memorias forjadas día a día por mucho más de un siglo.

No recuerdo desde cuándo comencé a frecuentar la Biblioteca. Debió ser para la época bohemia de nuestra profesión, vida medida en horas trasnochadas y búsqueda de brasas que nos permitieran encender el periodismo que necesitábamos a partir de 1960.

Fue por esa etapa en que desde la redacción descubrimos allí las fabulosas colecciones de periódicos y libros de todos los géneros y también la presencia de una pléyade de jovencitas bibliotecarias que desde entonces, y aún, comparten con nosotros esta historia que parecerá leyenda a quienes no las conocieron.

Corría aquel tiempo, (¿te acuerdas, Cheni?), en que el periodismo se estudiaba en la calle o en la biblioteca. No había opción. Y allí estaban ellas como hormigas buscándonos cuanto creían que podríamos necesitar.

Alguna vez tendremos que convocar para el recuento a aquellas de entonces. A las bibliotecarias tenaces, pacientes, capaces, incansables y enamoradas de la vida y de la profesión que comenzaban a conocer y nos enseñaron a admirar.

A veces me deslumbra algún reflejo de nostalgias cuando subo la gran escalera solitaria que me lleva al espacio donde por años me he refugiado. He tenido la sensación de hallar, silenciosa tras su mesa a mi humilde amiga Nilandia; a la hermosa Versia llegando a mi encuentro desde el almacén de los Fondos Raros y Valiosos, a la irrepetible Cheni que me educó en la búsqueda de ficheros y catálogos… Sé que están en alguna parte en espera del silencioso abrazo capaz de revivir toda esta historia que hoy nos parece fugaz.

Les quiero como siempre mis inolvidables amigas. Aprovecho este aniversario del mundo que ustedes sostuvieron y legaron a otros, para mi eterno agradecimiento por haberme permitido conocerlas y por colaborar con mi profesión. Las quiero y las mantengo presentes como el primer día mis queridas Noemí, Blanquita, Zoa, Carmen, Magdalena, Martha y tantas y tantos que forjaron con su presencia esta Biblioteca Provincial que es hoy hermoso patrimonio cultural del país y fuego inextinguible en el quehacer de los periodistas de entonces y de hoy.