CAMAGÜEY.- Duele tener que cumplir una promesa cuando menos feliz es el momento para saldarla. Duele leer sus cartas ahora (léase papelitos de libreta con mensajitos de disculpas, de realce del cariño, de las promesas de estar “para lo que sea”; lo típico de la adolescencia preuniversitaria, o al menos de la mía) y recordarnos tan felices, tan ingenuas, tan unidas. Ella se haría la doctora más talentosa que puedan imaginar; radiante siempre fue. Yo me haría periodista. Soñábamos. Y cumplimos, hasta ahí. Ella se iría de misión, también para retribuirle tanto esfuerzo a sus padres; pero no olvidaría mi pacotilla. Mi presumidera tendría espacio en su equipaje, me lo juró un día. Yo la “haría famosa” con una entrevista y “sonaría” más su encumbre. Soñábamos a la altura de los 16; quizás 17 años.
Pasó una década. Ella se me hizo doctora. Priorizó retribuir a los suyos con ella misma. De entre las carencias eligió que su responsabilidad de hija única no sumara una más. Priorizó el título de sus “amores”. Sudó, durmió menos y ganó más cuadros y orgullos para la pared de Yamila. Se hizo especialista en terapia intensiva. Mi pacotilla no ha llegado; pero sí su desvelo cuando mis “trámites” en su hospital le han sacudido todas sus pistas.
Y hoy yo la vuelvo más famosa cuando hasta insiste en lo contrario. “Te lo pido, Yasse. No escribas sobre mí. Me conformo con que se cuiden todos los que quiero”. Yo le doy la vuelta al asunto y persisto con lo útil que es mi trabajo para formar conciencias y disminuir el suyo. Pero nada. No llegamos a un “acuerdo”. No obstante, he aquí algunas respuestas que me sabía, y otras que ya eran “material” valioso en mi messenger. Confío pues, en que pueda seducirla, convencerla con estas líneas y que en mi expediente no medie demanda por desoír la voluntad de un entrevistado.
Días atrás, cuando los partes eran más discretos, y el miedo en Cuba tenía más de fábula paranoica que de cuento ajustado, me escribió: “Cuídense mucho; cuida a la niña”. Y desde entonces comencé a sondarla con la posibilidad de cumplirle mi promesa. Ella es la Dra. Misleidy Labrada Sedeño, y milita en el Hospital Amalia Simoni, centro reservado en la contingencia actual para casos sospechosos y confirmados. Ya sabemos que en un elevado porcentaje la duda se vuelve certeza.
La niña que escribía mensajes tipo: “Hasta mañana. Las quiero mucho. Sueñen con el amor de sus vidas. Les dejé agua para que se laven los dientes. Por favor no hagan escándalo. Un beso y un abrazo”, ahora me habla de angustia, de compromiso. Ella aprovechaba el tiempo y le bastaban dos horas para aprenderse los contenidos. Y subía las escaleras hacia los dormitorios. Siempre fue una niña aplicadísima, y dormilona, y amiga tremenda. Sí, la vida suele ser simple a los 16; quizás 17.
“Yo estoy súper estresada. Me preocupan todos los que quiero; ni siquiera pienso en mí. En casa ya he dicho que un día puedo salir y no regresar en buen tiempo. Tengo que prepararlos”, marca mi chat con fecha del 24 de marzo. Hasta ese día Cuba solo acumulaba 48 confirmados y Camagüey permanecía en un solo dígito; y ella aún no estaba aislada en su propia casa.
Para esa fecha ya habían atendido en su hospital al primer paciente camagüeyano diagnosticado con COVID- 19. Los protocolos de las preparaciones ya iban asumiendo forma en la realidad; y la familia del “Amalia” se hacía más valerosa.
“Todos los trabajadores del hospital están comprometidos, haciendo lo que les toca. No solo médicos y enfermeros; todos. Es lo que elegimos”, aclaraba mi curiosidad. Creía ella.
En otra ocasión la volví a abordar; ya yo le tenía fe a este texto antes del susto de ahora. Desde que en septiembre de 2016 inició su especialidad en ese hospital sabía de sus ganas por echar allí raíces. Pero constancia es constancia.
“Al terminar una residencia deseamos quedarnos en el hospital donde nos formamos. Más que un centro de trabajo se vuelve nuestro hogar; compartimos por mucho tiempo con los profesores y compañeros. En la mayoría de los casos los especialistas son reubicados en otros centros; yo tuve la dicha de que me dejaran en ‘Amalia’”. Ella cree que es dicha (y que nunca le falte), pero yo lo veo como mérito.
Y al terminar de leer este párrafo muchos coincidirán más con ella que conmigo. Muchos creerán que el transporte malo del domingo pasado significaba obra de la dicha de la que habla. Eran las diez de la mañana y no había podido salir de Minas, donde vive, para asumir la guardia de su programación. Ya los superiores le habían dado luz verde para que desistiera. Pero ella es obstinada; y en esa característica va mucho mérito. Luz verde no le dio ella a la tía que viajaba de Nuevitas a Camaguey; le puso la roja en algún punto de Minas y debió recogerla. Llegó a su guardia, llegó a su hospital.
De sala les llegó un paciente con empeoramiento del cuadro clínico. El test rápido había dado negativo; más tarde conocen que se trataba de otra confirmación al SARS-CoV-2.
“No tuve contacto directo con la paciente; yo solo supervisaba a los residentes. Según Epidemiología no hay riesgo, pero la sospecha la tengo”. La sospecha también la tengo yo, y el miedo. No logro calcular el que siente su abuelita, ahora esperando que pasen los días y los temores en casa de otra hija para regresar y seguir malcriando a su nieta. Menos imagino el de sus padres, no por ellos, no por clasificar con sus 54 y 55 años en el grupo de edad que acumula más del el 11 % de los casos, sino por su hijita, la única.
La gripe de ahora; la gripe que salió luego de ese día, quizás sea solo eso, gripe. Pero hasta que no pase el tiempo establecido seguirá en su cuarto, seguirá con todo lo suyo separado y las “medidas extremas”; le seguirá doliendo ver la zozobra de sus padres y no poder calmarlos ni con una palabra. “Yo ni les hablo”, asegura, y coincidimos.
El día en que Yamila y Rafael la concibieron su destino también quedó escrito. Lo suyo siempre ha sido la vocación para sanar y la militancia esmerada en todo lo que lleve sello de bueno y noble; la consagración a sus elecciones, y la fidelidad a sí misma y a los suyos. Nació en noviembre 27. Pido para que en esa fecha pueda ir hasta su abrazo; ya sé que ella estará recordando, como pocos, a los ocho estudiantes de medicina que le son bandera. Pero tocará, además, celebrarle la vida.
Duele sentir el peligro acechando en los que una quiere. Pero alivia mucho revalidar el acierto de esa distribución del cariño; alivia saberla dispuesta y salvando. Porque ella me hace entender: “terapia es vida”.
“Por qué elegí terapia. Esa es una pregunta a la que siempre doy la misma respuesta: porque la amo. Resulta una especialidad muy abarcadora, debemos tener una formación bien amplia en casi todas las especialidades porque nos toca enfrentar cualquier enfermedad de cualquier especialidad que presente una evolución clínica a la gravedad.
“Muchos piensen que lo nuestro consiste en trabajar con el paciente que se va a morir, y cierto que atendemos al paciente que todos dan por muerto, pero muchas veces se lo arrebatamos a la muerte y con nuestras propias manos hacemos que un corazón vuelva a latir. Es una especialidad de situaciones extremas; en momentos en que muchos pierden la calma nosotros actuamos con serenidad, seguros.
“La terapia intensiva es más que muerte, es vida, es esperanza y confianza. Somos los que nunca nos rendimos, los que mientras un monitor marca vida o incluso cuando no, estamos luchando. No puedo explicar mi sentimiento cuando estoy reanimando a un paciente y de momento veo al monitor marca nuevamente ritmo. Quizás ninguno de mis colegas pueda expresar con palabras esa sensación.
“A veces las personas creen que nos volvemos insensibles, porque igualmente nos toca el papel más difícil: informar a un familiar que no pudimos conseguirlo. Sin embargo, con cada paciente que se nos va de las manos vienen noches de autoevaluación; lloramos, nos deprimimos, mas esos sentimientos no nos pueden vencer, toca seguir. Si tuviera que elegir de nuevo no dudaría en ser intensivista de nuevo”.
Quien escribe así, quien así siente, es irremediablemente buena persona, mejor profesional. A esta respuesta que le arrebato yo a ella no puedo aplicarle la discriminación periodística. Pero ella es mejor en lo suyo, y hasta en lo mío, concluyo. Y termino este texto en paz.