CAMAGÜEY.- El escritor Jaime López, que es mi amigo, me envía una postal del cielo azul de Cuba, tomada en la playa Santa Lucía de Camagüey. No sé si ya habrá terminado el libro donde ha prometido contar las vivencias con Daniel, su sobrino autista.
Cada 2 de abril, el mundo se llena de luces azules, publicaciones en redes y discursos sobre la concienciación del autismo. Pero la verdadera conciencia no se queda en un símbolo o en una fecha marcada en el calendario. Es una construcción constante, un aprendizaje que transforma nuestra manera de ver y de sentir. Lo sé porque lo he escrito una y otra vez. Desde crónicas hasta reportajes multimedia con fotos hermosas de Leandro Pérez, siempre con la intención de acercarme más a la realidad de quienes viven el autismo desde adentro.
En la ciudad donde vivo hay una escuela dedicada exclusivamente a niños con autismo, una de las pocas del país con esa misión, gracias al impulso de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey. La he visitado, he hablado con los maestros, con los padres, con los propios niños. También he seguido la obra de mi amigo, un escritor que, inspirado por su sobrino autista, le ha dedicado un libro y prepara otro con sus vivencias. Y hace poco, junto a mi hija, leímos Un emperador en el Caribe, de Evelin Queipo, donde varios personajes habitan el espectro autista con una naturalidad que conmueve y educa.
Pero mi primer encuentro con la crudeza del desconocimiento fue en Internet. Encontré el testimonio de una madre desesperada, que en su agotamiento y frustración le pegó a su hijo, lo odió por no comprenderlo y hasta consideró las crueles sugerencias de encerrarlo a oscuras o darle duchas frías en pleno invierno para corregir lo que muchos llamaban malacrianzas. No fue hasta que le dijeron que su hijo era autista que pudo ver su error y aprender.
El desconocimiento es cruel. El rechazo también. Pero el autismo no es una tragedia, es una manera distinta de percibir el mundo. Mi primo, por ejemplo, es autista. Gana medallas, cocina delicioso y una noche me prestó su cuarto y su cama con la generosidad más pura que he conocido.
Cuando hablamos de autismo, hablamos de un trastorno neurológico. No significa que el cerebro funcione mal, sino que funciona diferente. Es como si el sistema nervioso trabajara bien, pero por separado, como una orquesta en la que cada instrumento suena con perfección, pero sin un director que unifique la melodía. Y es ahí donde entramos nosotros, no como jueces, sino como intérpretes y compañeros de esa sinfonía.
Concienciar no es solo conocer el término. Es reconocer, entender, aceptar y, sobre todo, acompañar. Porque la inclusión no es un acto de caridad, es un derecho y un compromiso con un mundo más justo para todos.