CAMAGÜEY.- Son muy pocos los espacios en la Historia de Cuba que Francisco Luna Marrero no ha examinado o cuestionado durante más de cuatro décadas en el ejercicio de su profesión. “Martí se me adelantó por un día”, dice entre risas este prestigioso historiador, nacido el 29 de enero de 1949 en Camagüey, la tierra donde comenzó a forjar la vocación de investigar y educar sobre los hechos patrios.

“Viví durante mucho tiempo en la calle Lugareño, en el seno de una familia de origen humilde, aunque tenía amigos del barrio que ni podían ir a la escuela porque no tenían zapatos”, cuenta y confiesa cómo su casa era “un hogar de personas revolucionarias: mi hermano y mi padre pertenecían a las milicias y mi madre fue fundadora de los CDR”.

Laten en su memoria los olores de las calles, los colores de un amanecer en el Camagüey legendario, las primeras enseñanzas y regaños de la estricta maestra de la academia Ramón de Quesada y las impresiones del centro de veteranos, situado cerca de su hogar.

“Veía a personas muy mayores con ropas raídas, pero llenos de medallas alegóricas a un pasado glorioso. Uno de ellos era Sabatela, un mulato alto y flaco muy amigo mío. Él me contaba historias de sus andanzas de cuando las gestas independentistas. En una de mis correrías me fugué un día de casa y fue él quien me encontró. Desde joven aprendí que había un sentido de orgullo en los camagüeyanos por su tierra. El andar por las diferentes arterias de la ciudad, siempre ha significado caminar entre la historia”.

Con el Triunfo de la Revolución, se sucedieron cambios que brindaron una segunda oportunidad al cubano de trabajar unidos para construir un país próspero. Con tal sentido fue convoca la Campaña de Alfabetización, que movilizó a 121 000 alfabetizadores populares, 35 000 maestros, 15 000 obreros y 100 000 estudiantes de la brigada Conrado Benítez. Uno de esos brigadistas era el niño Luna, quien se había marchado a alfabetizar junto a algunos compañeros de aula.

“Estaba en 6to grado cuando me fui a Varadero a recibir la cartilla, el manual, el farol chino, el uniforme y las indicaciones necesarias para transmitir los conocimientos. A mí me ubicaron en un barrio, llamado San Miguel de Nuevitas que está en el camino que iba a Santa Lucía, y de ese lugar me envían a una unidad militar de la finca La Caridad. Allí eduqué a antiguos miembros del Ejército Rebelde y milicianos de gran prestigio. Fue un honor para mí enseñar a esos héroes de la Patria”.

Antes de concluir el ‘61, entre los meses de octubre y noviembre, aprendieron a leer y a escribir unas 73 976 personas en la región. Luna recuerda con nitidez las imágenes en el multitudinario acto, en La Habana, donde Fidel declaró a Cuba como territorio libre de analfabetismo. Luego de participar en aquella gesta que hizo más libre a su pueblo, Francisco quiso ser piloto. Lo rechazaron por su condición de pies planos. Su próximo objetivo sería esperar al inicio del próximo curso para terminar la secundaria básica.

“Mientras, me ubicaron por un tiempo en el reparto capitalino, Contry Club. Por ahí casi siempre veíamos pasar a Fidel en su carro. Era algo común. Un día salí a buscar el pan y cuando andaba por 190 y 19, reconocí el automóvil que se me acercaba. Le hice un saludo y para mi sorpresa se detuvo ante mí. Al bajarse la ventanilla trasera se asomó un rostro cubierto con una barba de tonalidades rojizas y una mano, como las pintadas por Guayasamín, estrechó la mía. Me preguntó como estaba y por mis estudios. Fue impresionante ver al líder que materializó las ideas de Martí”.

Luego de cumplir una misión relacionada con la recogida y transporte de café, en las montañas de Santiago de Cuba y Guantánamo, fue seleccionado para aprender la especialidad de técnico navegante en la ciudad de Leningrado, antigua Unión Soviética. “Visité la catedral de Kazan, el Museo del Ateísmo y la religión, el Hermitage, donde aprecié cuadros de Rembrandt, las armas del Medioevo, joyas de la olfebrería… y me topaba en cualquier arteria de la Venecia del Norte a la historia viva, a quienes unos años atrás habían protagonizado la heroica resistencia contra el III Reich”.

De vuelta en Cuba, las andanzas de Luna no se detuvieron: pasó un curso militar en Guanacabibes, luego estudió en el Pre del Casino y al terminar decidió que era hora de formar una familia. “A finales de los ‘60 me seleccionaron como cuadro del Partido y atendí la esfera educacional en Camagüey. Durante esa fecha estuve al frente del proceso organizativo del Destacamento Pedagógico, y en la captación de los profesores”.

Durante la misión en Angola, preparó políticamente a los soldados que combatirían en ese país, y más tarde comenzó a estudiar Historia en el Pedagógico. “Al concluir mi carrera fui el secretario docente de esa institución y tuve que combinar los estudios de mi profesión con esa actividad. Me gradué en el ‘84 y como deseaba investigar sobre Camagüey integré la Academia de Ciencias.

En la sección de Historia del Partido Provincial, donde laboré como especialista, hice un inventario de investigaciones históricas de la Universidad y de sitios históricos de la región. Con un mapa, fui municipio por municipio, y preparé un informe con la ayuda de los habitantes más añejos y los campesinos de esas zonas”.

La Revista Clavellinas, dirigida por él y en la que publicó diversos trabajos, fue otra de las grandes empresas para ponderar los acontecimientos gloriosos de la tierra de Agramonte: “Era una época sin computadoras y la confeccionábamos en máquina de escribir. Con la colaboración de Elda Centro, Gustavo Sed y otros historiadores pudimos divulgar las investigaciones sobre sucesos relativos a la provincia y que tuvieron un impacto en el país.

De esa manera, sin perder el impulso, creamos también Camagüey y su historia, fuimos la única provincia que conformó una historia local, por iniciativa propia”. Cuenta Francisco cómo fue seleccionado para dirigir la Oficina del Historiador, una responsabilidad que conllevó “enormes esfuerzos porque tuvimos que crear condiciones desde cero.

Nosotros poseemos una riqueza histórica enorme: los diferentes combates en los montes de las guerras de independencia, los caneyes de los indios, las cuevas de Sierra de Cubitas, por solo mencionar algunas. Necesitaba arqueólogos de ciudad y rurales. Cuando la sede radicaba en San Juan de Dios hubo que realizar una gran restauración y el dedicarle mucho tiempo a los asuntos organizativos, me restó tiempo para mis pesquisas”.

Comenta Luna que la fundación de la escuela de oficios Francisco Sánchez Betancourt resultó otro momento significativo “porque esa sería la academia encargada de formar el personal especializado en el cuidado del Casco Histórico. Durante el traslado de “la Oficina”, al inmueble situado en la Plaza de El Carmen, igual se dedicaron esfuerzos a su remozamiento estructural. Por aquellas fechas realicé la ruta invasora, a pie, de Camilo y Che, y la de Maceo, la cubrí a caballo”.

Este versado de los sucesos patrios hace una pausa, enciende un cigarro y su rostro queda envuelto entre las volutas de humo. Toma un segundo aire y habla sobre el futuro: “La historia debe nutrirse constantemente. Es un proceso que nunca está acabada con una verdad porque siempre aparece un documento, un testimonio o evidencias que la actualizan.

Debemos despojarnos de la idea de que nuestros héroes son santos. Hay que desacralizarlos. En ocasiones asumimos posturas que nos alejan del marxismo y aproximan a la santificación de nuestros líderes. Se debe rendir culto a la verdad, aunque no nos guste. Me he encontrado hechos que no hubiera querido que fueran así, pero así sucedieron”.

Afirma el profesor que “si no conocemos la acontecimientos de nuestro país, es imposible articular las ideas revolucionarias internacionales del marxismo con intereses nacionales. Los pensamientos universales debemos insertarlos en la lucha social, a lo que aspiramos, al bien de común de toda una sociedad”.

Luna, quien recientemente recibió el Premio Provincial de Historia Elda Cento Gómez, por su excelso trabajo y consagración como historiador, refiere que: “vivimos en una época donde se tergiversan los hechos para manchar, por ejemplo, a la Revolución de Octubre o a los símbolos del socialismo. Por eso, encuentras en una película de los Xmen que los norteamericanos son los salvadores de la Crisis de Octubre, y aunque sea una ficción, hay personas que lo toman como una verdad”. Sentencia que la historia no se puede alterar, porque cuando se enseña bien se presta un servicio esencial a la población.