CAMAGÜEY.- Cuando se conoce a Cándido Benítez Álvarez se concluye rápido una verdad: es un hombre que nació para acumular números.
Lo suyo no es el defecto. Lo suyo, más bien, es el exceso de virtudes. Un hombre de 73 años y ya casi 50 de un único amor. Dos hijos que nacieron en dos de las siete casas donde han plantado hogar. Trabajo y sudor y vida en casi la mitad de los municipios de esta provincia. Miles de kilómetros y angustias cuando la casa estuvo en un sitio y la oficina en otro.
Cándido es además de los pocos militantes que quizás haya repetido y repetido y repetido y repetido mérito para ganarse la asistencia a cuatro congresos del Partido. Cuatro. Del primero al cuarto. Y paradójicamente, he ahí uno de los pocos orgullos que se le descubre.
De su primera vez, además de la satisfacción tremenda del estreno, recuerda “como si hubiera sido esta mañana” la humildad con que Lucio Lara, representante del movimiento para la liberación de Angola, pidió al Partido la colaboración para el sostenimiento de la revolución en su país.
Otra memoria entrañable es la de la vergüenza y la transparencia de Fidel. “En esa cita asumió públicamente la responsabilidad de todas las fallas que se habían cometido en la conducción de la economía. Los tropiezos casi siempre han estado en quienes desde la base deben velar por esa gestión”, asegura.
Por tal motivo, Cándido entiende vital la discusión sobre la política de cuadros en el este Congreso. “A veces no se promueven los compañeros con los méritos y las capacidades adecuadas. En una política de cuadros bien delineada y cumplida está la garantía de la continuidad de nuestra Revolución”, sostiene.
Con la lozanía con que sembró caña a jolongo en Sibanicú habla hoy de los retos que enfrentamos como país. “Este será un Congreso de gran importancia; en el actual contexto coinciden tres desafíos que a diario nos ponen a prueba: la pandemia de la COVID-19, la política de ordenamiento monetario y las dificultades en la producción de alimentos. Todo ello en medio de un arreciado bloqueo económico”.
Y Cándido habla y no hay quien le pierda la atención. Cuatro congresos del Partido y toda una vida dirigiendo y cumpliendo le han ganado esa maña. Por ello, si Cándido sigue “con plena confianza en la Revolución y en su paso”, quién puede dudar que aquí siempre amanece y se vive y se vence.
El cuarto cónclave partidista en octubre de 1991 en Santiago de Cuba, lo define como el de la ciencia y la técnica. “En esos días, sobre todo, supimos de la búsqueda incesante de Fidel para asegurar nuestra independencia científica y técnica. Su confianza, su seguridad y su voluntad siempre movió mundos y con ese impulso enfrentamos los difíciles momentos que se avecinaban”.
“El ejemplo crea virtudes”, cuenta que leía cada día en un viejo garaje de la sede del Partido. “Creo firmemente en esa sentencia del Comandante; siempre apliqué el ejemplo como arma de combate. Nunca pude pedir a otros lo que yo no era capaz de hacer”, dice el hombre jefe al tiempo que rememora aquellos tiempos de fango y caña en los potreros de Sibanicú. Ese fango y esa caña que tanto renombre les valió hasta entre los cienfuegueros que hasta allí fueron a aprender de sus métodos en la zafra.
En casa, sentado en un sillón de la sala, y delante de dos desconocidos a Cándido puede distinguírsele mejor su faceta de subordinado. Él es un hombre que al borde de las bodas de oro aún llama así, suavecito: Ven acá, Eneida, mi amor.
Y ella rehúye de algún protagonismo: “No, pipo, no”. Aunque ella sepa de sobra y él asegure frente a dos desconocidos que su familia significa su bastión. “No se puede hablar de ninguna obra si no cuentas con el apoyo y el amor de los tuyos”.
Ese “único” con que adjetivamos el sustantivo amor al inicio resulta tal vez la única escasez en su aval de números. Pero como la vida está hecha de mucho más que cuentas, así como el amor, Eneida deviene su mérito de entre todos los méritos. Él bien lo sabe; ella corresponde.
En algún punto de la conversación se le escucha a Cándido lo que podemos traducir como una confesión. Los nacimientos de Talhita y Adonis coincidieron con tareas que no pudo delegar. Y ella fuerte, entendió.
Indagamos por algún recelo y ella, tranquila, niega con la cabeza, aunque se le entiende más clara la respuesta de la mirada y de su despedida: “A todas partes lo he seguido”.