CAMAGÜEY.- En Crema, región italiana de Lombardía a 8 128 kilómetros de distancia, poco se hablaba de Cuba cuando Yosmani llegó. Para los de allí este era simplemente un lugar con buenas playas y gente peculiar. En dos meses y medio su modo de vernos cambió.

Allá llevó Cuba 5 526 atenciones médicas, 3 668 procederes de enfermería y 210 altas clínicas. Las logró la brigada Henry Reeve en el país europeo desde el 22 de marzo y hasta el 8 de junio.

Yosmani Pupo Barrio, especialista en Medicina Interna del hospital militar Doctor Octavio de la Concepción y la Pedraja, trabajó duro para sanar a los italianos. Este tunero-camagüeyano aún no cree su labor tan extraordinaria, solo hizo, aclara, lo que le han enseñado aquí: esforzarse al máximo para salvar vidas.

La noticia de su partida lo tomó por sorpresa. “Ya en la casa nos habíamos hecho la idea de las rotaciones planificadas cada 14 días, pero nunca pensamos que mi primera experiencia internacional ocurriría tan pronto. En un solo día preparé mi salida, ni tiempo hubo de ir a Las Tunas a despedirme de mi papá y mis hermanos. Los nervios los tenía a flor de piel pero sabía que lo haría bien”.

De eso estaba segura su esposa Yanexis Nápoles Nápoles, quien a pesar del temor que trae consigo una decisión así, le dio la confianza y el impulso que necesitaba. “Es un excelente doctor, y un mejor ser humano. No fuera él si se negara a ayudar a los demás y menos en la situación actual. Lo vimos como un sacrificio familiar de poco tiempo que traería el bien a miles de personas. No dudamos”.

Tras una estancia de cuatro días en la Unidad Central de Cooperación Médica en La Habana y las capacitaciones en bioseguridad, actualizaciones del virus y publicaciones internacionales de científicos, la brigada de 52 doctores y enfermeros partió a Lombardía.

“Cuando llegamos nos dividieron en dos grupos para el alojamiento, ambos con buenas condiciones. Explicaron cuáles serían los horarios de recogida para el traslado a los centros médicos y nos entregaron algunos abrigos donados por los italianos para protegernos de las temperaturas por debajo de cero en esos momentos.

“Al día siguiente recorrimos el hospital y comprendimos lo complejo de la situación. Por poner un ejemplo, en tiempos normales los cuerpos de guardia cuentan con unas 15 camas para las observaciones; con la pandemia, además, se encontraban acostados en camillas 84 pacientes y ubicados a ambos lados del pasillo.

“En la unidad de cuidados intensivos todos los ingresados estaban ventilados. Había un alto porcentaje de ancianos mayores de 80 años y muchos de ellos eran médicos del mismo hospital, contagiados en su afán de atender a las personas positivas”.

Explica Yosmani que los galenos jubilados se reincorporaron para ayudar, porque varios en activo no quisieron trabajar. “Imagínese la situación del hospital cuando aceptaron, conociendo los riesgos, que los inactivos volvieran a sus puestos. Por eso nadie podía creer que desde Cuba hubiésemos ido a controlar la enfermedad. Por eso nos respetaban más”.

Además del clima, la barrera del idioma les dificultó un poco las cosas al inicio. Comenta el joven de 31 años que en ocasiones querían aportar elementos en las conversaciones y no sabían cómo. Pero como dicen por ahí, “el cubano se cuela por el hueco de una aguja”.

“Primero probamos con el inglés, después, mediante aplicaciones y traductores digitales, empezamos a estudiar italiano y en 15 días dominábamos lo básico para entender al personal y hacerles a los pacientes las preguntas de rutina. Si en los tiempos libres podíamos aprender, por qué no hacerlo”.

Los muchachos de la brigada comenzaban a trabajar en las diferentes salas sobre las 8:00 a.m. y salían a las 4:00 p.m. A pesar de las diferencias entre los sistemas de atención y de algunas decisiones con las que no estaban de acuerdo, nunca cuestionaron los protocolos establecidos. “Fuimos con el propósito de aportar conocimientos para controlar el virus del SARS CoV 2, no de imponer nuestros métodos”.

“No obstante, nos dolía mucho cuando en un salón de reuniones debatían a qué pacientes mandaban a las salas de cuidados paliativos sin ventilación artificial ni antibióticos, y cuáles a terapia. No nos correspondía la decisión, pero en Cuba no estamos acostumbrados a eso. Llevo siete años de graduado y aquí nos enseñaron que por cada paciente se lucha hasta el final. En una terapia intensiva cubana puede estar un viejito ventilado en estado crítico y aun así se trata de salvar. Nos ha pasado también que como médicos sabemos que su mejoría es casi imposible pero nunca les hemos retirado la atención.

“Recién llegados a Crema, entró al hospital una señora de 90 años enferma de COVID-19. Durante días nos empeñamos en sacarla adelante, pero se nos complicaba. Al mes se reunió la comisión para determinar qué hacer. Le habíamos cogido tanto cariño a la abuelita que nos paramos y explicamos al detalle por qué pensábamos que merecía otra oportunidad.

“La comisión nos dio un voto de confianza. En menos de una semana curamos a la señora y salió de alta. El día de su partida lloró de agradecimiento. Y nosotros lloramos de saberla sana. Quizá no todos se dieron cuenta, pero el humanismo resultó de nuestros aportes mayores allá”.

Al personal médico italiano le agradece Pupo Barrio sus enseñanzas. “Logramos formar parte de su grupo de trabajo, logramos que nos vieran como compañeros, como las personas donde podían apoyarse para consultar, para descansar”.

Cuando el pasado 8 de junio el avión de los médicos cubanos aterrizó en La Habana, ya en Crema la situación era otra. En los dos hospitales destinados a la pandemia permanecían ingresados menos de cinco pacientes y la ciudad volvía poco a poco a la normalidad. Después de la despedida en la céntrica Plaza del Duomo y de aplaudirlos cada noche desde los balcones, Cuba dejó de ser vista allá como un lugar con buenas playas y gente peculiar. Ahora para los de Italia, la nuestra es la tierra de aquellos valientes que cruzaron el océano, se alejaron de los suyos 8 128 kilómetros, y los salvaron.