CAMAGÜEY.- María Emilia es cabeza de familia. En el ‘85 ganó su primer título. Más tarde vinieron otros dos: Andrei y Adrián. Siguió cosechando éxitos y títulos. A Andrei y Adrián les dio por seguirle los pasos y la vocación. También se hicieron médicos consagrados. Quien a la par de Andrés se ha desvelado por los hijos; quien a la par de Andrés ha sudado gordo por las necesidades de los cuatro; quien a la par de Andrés ha perseguido con delirio sus sueños profesionales; quien a la par de (con) Andrés ha sido feliz y generosa, es, junto a él, cabeza de familia.
Por eso Andrés ya esperaba la noticia con que María Emilia se apareció a mediados de marzo. Desde entonces vino la separación. Desde entonces él amanece en un cuarto de la casa y ella en otro. Ya hizo un mes. Pero ella pronostica que sea por más tiempo.
Tampoco a mediados de marzo, María Emilia Navarro Huertas, la eminente pediatra, dudó. No es mujer de dudas.
“Me informaron que necesitaban que fuera al hospital Amalia Simoni a ver a los niños ingresados como sospechosos de COVID-19. Dije que sí. Ese mismo día asumí la tarea”, cuenta hoy desde el aislamiento.
María Emilia se desempeña en la sala de enfermedades respiratorias de la “Colonia”“Mi familia estuvo de acuerdo. Pensé en ayudar en todo lo que pudiera. Cuando salimos de misión también dejamos atrás todo y lo hacemos con gusto y compromiso. Qué no haría entonces por mi gente, mis coterráneos”.
Ella hubiera podido escudarse en su 2do. Grado en Pediatría, en su Maestría en Atención Integral al niño, en su rango de Profesora Auxiliar. Pero no. Lo de predicar con el ejemplo es lección que aplica por necesidad. Aún con SARS-Cov-2 y toda la docencia de este país en pausa, María Emilia sigue enseñando y acumulando orgullos.
“¡Ufff!, mucha emoción, me enorgullece ver a esos jóvenes formados por nosotros como Giselle o Ernestico, con tanta entrega y profesionalidad. No vacilaron cuando se les solicitó su apoyo”.
Siguiéndole el rastro a ese bicho que nos anda “salvando”, en el chat de al lado le escribo a Giselle: “hoy entrevisté a María Emilia y me habló con tremendo cariño de ti”. “Jjjj, esa es mi profe querida. Estuvo en mi examen; yo la admiro muchísimo”. Sí, ni Giselle ni Ernesto, ni tantos más, fueron formados para el “no”.
De este mes convulso en un hospital ajeno, en una sala ajena y con la mayoría de sus pacientes de una provincia ajena, María Emilia se queda con el “material” sagrado que allí acumuló para su doctorado por venir.
“La tarea resulta compleja. Independientemente de que la profesión precisa de estudio constante y estamos acostumbrados, esta enfermedad exige mucho más por ser tan novedosa. Hemos tenido que documentarnos para estar al tanto de los cambios y aportes y experiencias con el virus, pues su comportamiento ha sido diferente a los precedentes. Sin embargo, con los niños es gratificante trabajar. Siempre están alegres y transmiten mucha energía positiva”, asegura.
No obstante, lo más complejo de la escuela que pasó María Emilia en el “Amalia” fue lograr que la pinareña Britney olvidara que estaba solita a 700 km de casa y comiera; que Ian, el pequeñito de Venezuela, Ciego de Ávila, dejara de velarla desde la cama ocho para acomodarse el nasobuco cuando la veía venir.
En otras “clases” Andrei y Adrián han seguido secundando a mamá. Ni el coronavirus ha trastocado sus guardias médicas ni la consagración a la Imagenología y la Cirugía Pediátrica, las especialidades que estudian. También papá Andrés sigue en su insomnio prolongado. A cargo de las comunicaciones en el Consejo de Defensa Provincial que activó la COVID-19 la hora de salida de casa está bien programada; a la de llegada no hay alarma que logre “cogerle el paso”.
Y en esa familia “desequilibrada” van creciendo Ander y Andrew, los dos nietos que María Emilia ha des-cuidado. Quizás Ander a sus siete ya entienda que abuela es una tremenda mujer, íntegra y sabionda y que por eso debe irse a curar a otros niños. Pero el pequeñín Andrew tiene un rollo en su cabecita. A los cinco meses difícilmente comprenda por qué los brazos suaves de abuela desaparecieron, por qué debe sentir su arrullo dulce a través de un juguete que no se la muestra.
“Por teléfono le canto y le hablo para que me recuerde”, cuenta María Emilia. Loca ella por creer que Andrew podría olvidarla. Locos también de grandes Ander y Andrew, locos de amor por la abuela que les tocó. Demencia congénita esa la de los Navarro Rodríguez.
Porque hay que ser muy loco para seguir dando la cara. Hay que ser muy loco para ponerse la soga al cuello. Al borde de los 59, entre las edades preferidas por el virus para tensar fuerte la cuerda, María Emilia asegura: “No me han consultado, pero, ¡claro que estoy dispuesta a regresar! Ya luego resultará más fácil. Nosotros los profesionales fruto de la Revolución tendremos una deuda eterna de gratitud; además, nuestra formación incluye principios y valores que no se ven en profesionales de otros lugares. Por eso estoy segura de que nunca dudaremos en apoyar a nuestro pueblo y a cualquier otro, eso lo demostramos a diario aquí y en el resto del mundo”.
Ya sabemos que es maestra brillante; algún día ella lo aprendió primero. Además, a quien tiene en su aval las misiones en África y Venezuela, los años viviendo husos horarios distintos al de los suyos, los cientos de niños que hizo reír y vivir, hay que creerle.
Hay que ser muy loco, también, para elegir ese cachumbambé de emociones que impone el coronavirus en “su” sala del “Amalia”, la dedicada a los niños mayores de 18 meses sospechosos de la enfermedad. “Hemos tenido momentos tristes. Cuando llegan positivos los resultados de los estudios y se les comunica, los mayorcitos se asustan mucho al igual que sus madres o familiar que los acompañan”. Entonces el silencio sobrecoge y los ojos se marchitan, “incluidos los nuestros, los que los asistimos”.
En Las Palmas leyó Los policíacos involuntarios, el título que Ignacio Ramonet le sugiriera cuando la feria del libro aquí; también El símbolo perdido, de Dan Brown; y sigue con Del amor y otros demonios. Tal vez el texto de Gabriel García Márquez lo termine en casa. Tal vez la elección de esta obra en su “biblioteca virtual” no sea artimaña azarosa de un virus que ronda. A ese demonio le vencemos con amor. Y ya quedó claro: venciendo y amando María Emilia es maestra. Y cabeza de familia.