CAMAGÜEY.- Pocos pudieron prepararse para el impacto mundial de la COVID-19 y nadie calculó lo mucho que transformaría la vida del planeta. El mundo del deporte todavía sangra por la herida que obligó a suspender hasta los Juegos Olímpicos de Tokio, aunque el regreso de los principales eventos de fútbol, baloncesto o béisbol, marcan el camino de la cicatrización.
Mucho hemos escrito sobre los cambios en las dinámicas de nuestros atletas desde que el país cerró fronteras, detuvo eventos y entrenamientos y apostó por el aislamiento social, pero varios deportistas y entrenadores camagüeyanos quedaron atrapados por la pandemia en el extranjero.
“Fuera de base” estaba el entrenador de pitcheo Alexander Infante cuando se vio en el epicentro europeo de la enfermedad. “En Italia todo ocurrió muy rápido, en unas semanas resultó el país más afectado. En la ciudad de Verona, donde resido, se diseminó muy rápido y los entrenamientos de invierno se detuvieron. Estuvimos recluidos durante tres meses, pero enseguida buscamos alternativas para continuar la preparación técnica y física de los jugadores por videoconferencias”.
Desde Camagüey no paraban de llamarlo para saber su estado de salud, pero la disciplina fue su única estrategia. Y luego, cuando empezaron a aparecer casos acá, él pidió que no salieran innecesariamente, pues le preocupaba la indiferencia que muchos mostraban en las redes sociales.
“El pasado 18 de mayo regresamos al terreno con planes de alistamiento modificados por la cercanía del inicio de los campeonatos. Ahora estoy trabajando con las categorías inferiores y el equipo Dinos de Serie B y estamos viendo el fruto de la labor táctico formativa realizada en la cuarentena.
“Aquí se han tomado medidas que nos hacen sentir extraños, mas son necesarias. Cuando voy al box a hablar con el lanzador acudo con nasobuco y conversamos a más de un metro de distancia; igual cuando nos dirigimos a los árbitros. No se puede escupir en el terreno o mascar semillas o tabaco, los asientos en el banco o el bullpen están separados, hay que llegar uniformados al estadio y solo se pueden bañar en el club house los integrantes del equipo visitador; se le toma la temperatura a todo el personal antes de comenzar cada partido y se registra el resultado”.
De no ser por el rigor y la conciencia colectiva, Verona no estuviera aplanando una curva de contagios que superó 240 000 y ha dejado más de 35 000 muertes.