CAMAGÜEY.- El estrés es un estado de tensión que se ha convertido en la enfermedad del siglo XXI, pues raramente alguien pueda escapar de sus consecuencias. Significa una fuente de patología con efectos a corto, mediano y largo plazos. Este estado es una respuesta del organismo humano ante situaciones importantes que poseen el carácter de amenaza, desafío o sobrecarga, y que se denominan estresores o agentes estresantes.
Ahora, la alarma mundial de la COVID-19 influye de manera significativa en las personas, dado el número considerable de contagios y fallecidos, situación de la que Cuba no está exenta. Ello provoca afectaciones en lo orgánico, económico, psicológico y social que redunda en la estabilidad emocional de las personas.
Un individuo estresado se siente tenso, se le acelera el pulso, sube la tensión arterial y algunas sustancias del organismo sufren alteraciones… Cada quien lo experimenta de manera diferente: unos se enfadan y se desquitan con los demás; otros presentan trastornos alimentarios o abusan de sustancias tóxicas ilegales.
Se perciben manifestaciones físicas tales como sensación de ahogo, rigidez muscular, pupilas dilatadas, tensión arterial alta, cefalea, aceleración del pulso, respiración más profunda, músculos tensos, y existe el riesgo de un trastorno de ansiedad.
Cuando el sistema nervioso siente una tensión continua y se mantiene relativamente activo, el estrés impacta en el comportamiento hormonal y provoca que se agoten las reservas del cuerpo, causando sensaciones de cansancio o aburrimiento, al tiempo que se debilita el sistema inmunológico y la persona queda más vulnerable. En quienes padecen de una enfermedad crónica, los síntomas de la misma se acrecientan sistemáticamente.
La COVID-19 pone a prueba a toda la población: a quien ve duplicada su carga de trabajo ante la ausencia de compañeros especialmente protegidos; a quien corresponde salir a por productos esenciales; a quien está al cuidado de menores que ansían sus rutinas; a quien no encuentra respaldo en los suyos y suma al teletrabajo todas las tareas domésticas; a quien está en constante riesgo de infectarse, por su misión social...
Está demostrado que las emociones tristes afectan la salud, mientras que las positivas la protegen. El estrés puede dañar el cerebro a nivel molecular y extenderlo a través de las hormonas al resto del cuerpo.
ALGUNAS RECOMENDACIONES PARA REDUCIR EL ESTRÉS
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Cada amanecer dígase: Un día más de vida, uno menos de coronavirus.
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No haga cálculos de tiempo de cuánto va a durar la situación, no se sabe. Amarre la mente al presente. Piense que todo pasa, todo se supera, nada es para siempre.
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Cambie su estilos de vida. Dedique más tiempo para leer, escuchar música, ver televisión, realizar ejercicios físicos.
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Reorganice sus rutinas familiares, haga acuerdos de convivencia.
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Evite la infoxicación, o sea, la sobrecarga de noticias sobre el estresor (en este caso, la enfermedad). Dosifique la información, déjela para horarios específicos y busque en fuentes fiables.
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Mantenga sus relaciones vivas, activas y participativas, solo que de formas “no presenciales”. Aproveche redes sociales, correos electrónicos, páginas web, teléfonos… todo lo que nos conecte y permita intercambios.
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No haga comentarios apocalípticos, mucho menos frente a niños y ancianos.
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Dé y pida ayuda
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Asuma la situación como un momento transitorio.
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Acepte los altos y bajos emocionales. Tendrá días más optimistas y otros de inevitables bajones.
*Profesor auxiliar y consultante del policlínico José Martí Pérez
Fuentes: El autor y consejos a través de la prensa de la Doctora en Ciencias Psicológicas Patricia Arés y del Doctor en Ciencias Psicológicas Manuel Calviño.