CAMAGÜEY.- Dejé de ver hace tantos años a Pedro Cristiá Cardoso que ahora de primera vista lo miré como a un desconocido en la foto sobre un horno de carbón. ¿Cuántos sacos tienen allí?, le pregunté. Ochocientos, me dijo sin vacilar mientras subía ágil con un rastrillo por la maltrecha escalera hacia lo alto del cono ardiente para ir cubriendo escapes de humo y fuego.
Miércoles, 18 de agosto de 1964
Versalles, capital principal y única ranchería de la isla de cayo Romano, como el fin del mundo. Siete familias, cinco botes y una patana atracada en la punta del largo muelle de jata para trasladar el carbón y la madera remolcada entre los canalizos hasta la tierra firme al otro lado de la bahía de La Gloria.
Cristiá, jefe de una brigada de carboneros de la Empresa de Aprovechamiento Forestal, nada conversador pero duro con el hacha y de memoria limpia, me dijo que su mundo era y seria siempre el cayo. Ni recordaba desde cuándo había llegado a Versalles y que ya de “zangaletón” le conocía cada rinconera de las tierras y los fangales del mangle en la isla.
Un día, mientras le entrevistaba, me llevó al Alto del Ají, un lometón silencioso que sobresale en el monte oscuro y cargado de jejenes como puñados de cenizas. Por allí había un cementerio medio sumergido en la siguanea y los cascos de un edificio colonial ya en desplome. “De cuando los franceses estaban, me dijo. No sé mucho de esto, pero lo sé”.
Me cuenta entonces la mitad de la historia que imagina y la media leyenda que conoce. Aparte de matar mosquitos y hacer carbón no hay mucho mas que hacer, por eso hay tanto cuento por los playazos. Cuando la gente asegura ver fantasmas los ve. Dice Cristiá que alguna vez le dijeron que en un vapor llamado Villaverde llegaron un día a Nuevitas directo desde París, por los finales del siglo XIX, tres comerciantes directivos de la Sociedad Salinera Cayo Romano S.A con un capital de tres millones de pesos, uno de ellos era Carlos Lagartineri llegado para financiar la industria de la sal, el otro, Mauricio Colón con el propósito de invertir en la dispersa ganadería de la isla, el tercero, Antonio Massique, era el administrador de la empresa.
Los trabajos avanzaron. Hubo siembra de cocos extensas áreas se dedicaron al cultivo del henequén y la sansibería, ambas plantas con destino a fibras y fabricación de sacos y cuerdas.
En el periódico de la época, El Pueblo, hallé la nota publicada el 9 de diciembre de 1891 batiendo palmas porque se abrían las posibilidades económicas de Nuevitas con esta nueva inversión en Romano, la pesca de esponjas en Cayo Cruz, la inauguración del ingenio azucarero Lugareño y una colonia militar a instalar en Punta Piedra.
Pedro me adelantó haber visto viejos papeles de aquella época guardados por sus padres o sus abuelos con estos datos y que por hacer algo los leyó tanto que aquellos nombres no los olvidó desde entonces. Los franceses trajeron familias, espejos y lámparas. Y hay recuerdos de bailes finos a violín y acordeón en la casona. Después llegó la guerra, el tiempo y el olvido de lo natural para ser esta media leyenda. Por eso y desde entonces las noticias de los franceses, las salinas y el henequén se perdieron de lo que pudo ser verdad.
“Desde mi primer tiempo, que ya es mucho, la casa de los franceses se ha respetado, razona Cristiá, por eso se dice que algunos deben estar enterrados en el cementerio viejo, tan viejo que nadie sabe desde cuándo. Ahora, que la mayoría de aquellas personas, nombres y mujeres, están enterradas allí, ponle el cuño. Hay mucha soledad y soplo frio. Si puedo evitar pasar por allí, no paso”.
Con el tiempo Pedro el carbonero cogió por un lado y yo por el otro. Al cabo de mi viaje de ida alguna vez regresé a Romano, pero ya no había ni soledad ni caminos perdidos, ni carbón, aunque si tanto jejenes, mangle y pantanos como antes, además de una estación de investigación científica de Flora y Fauna.
Así fue que recordé a Pedro Cristiá cuando revisando aquel Adelante de 1964 di con el reportaje Carboneros de Romano; una sola historia y sacrificio. ¿Que habrá sido de él y quien le guarda ahora sus medias historias y medias leyendas mientras lo veo en la foto con el hacha al hombro alejándose por los montes oscuros de la costa?