CAMAGÜEY.- Cuando hice el reportaje de la primaria Marta Abreu hace dos años, andaba con el fotógrafo buscando variar locaciones. No queríamos que todas las imágenes tuvieran el mismo fondo, y en esos juegos de ángulos también intentábamos mostrar distintos rostros de la escuela.

Al llegar el turno de Blanca, ella caminó con decisión hasta la esquina del patio que está justo a la entrada. Se sentó en el piso, entre los dos niños de bronce que juegan a las bolas, esa escultura preciosa de Martha Jiménez. Así la fotografiamos: con su sonrisa, como si ella misma fuese parte de esa escena que celebra la infancia.

La foto cobra para mí un nuevo significado. Ahora Blanca es la guía de mi hija en quinto grado. Desde el principio del curso, me hizo un diagnóstico: Alma, dijo, era demasiado tímida, tan callada que parecía no estar en el aula. Incluso, cuando algún bellaco la molestaba, ella ni chistaba. “Eso va a cambiar”, aseguró con esa mezcla de firmeza y cariño que parece su marca.

Y así fue. Mi hija no es la misma que entró en septiembre. Sin dejar de ser una buena alumna, ahora participa, se defiende y, como decimos en broma en casa, ya está sacando las uñas.

Ella está feliz, enamorada de sus tres maestras. Adora a la de humanidades, aprecia mucho a la de ciencias, pero hay un brillo especial en su mirada al hablar de Blanca, y no es difícil entender por qué.

Cuando la entrevisté, me sorprendió el entusiasmo contagioso y la pasión por el magisterio. Recordó con alegría su formación en Santiago de Cuba, donde aprendió que ser educadora no solo es una profesión, sino una forma de conectar profundamente con los demás.

Me conmovió especialmente una anécdota de sus días como practicante en un círculo infantil. Un niño le dijo: “Yo quisiera que fuera mi mamá. Usted con su uniforme se sienta en el piso y juega con nosotros. A mi mamá no le gusta ensuciarse”.

En el aula de mi hija, todos los niños saben los dos nombres y los dos apellidos de su guía: Blanca Esther Zayas Hernández. Y si les pedimos la dirección particular, también nos la recitan de memoria. Saben más.

Ella les da una asignatura de manualidades que suele pasar desapercibida y también puede alarmar, pues, imagínese usted cómo saltamos en las casas cuando toca preparar un plato tradicional cubano, un jugo de frutas naturales o una ensalada.

Es quien organiza paseos, juegos y momentos que hacen que los niños aprendan mientras disfrutan. Es la que les enseña que la escuela no solo es para acumular conocimientos, sino también para experimentar, para crecer y para ser felices.

Blanca no es maestra a tiempo completo por casualidad. Es hija de Quintín, un gran sanjuanero camagüeyano que conocí en mis años de estudiante, un líder comunitario y guardián de las tradiciones populares. En ella, esa herencia vibra con fuerza. Desde la música y el baile, lleva a los niños a amar su cultura y a descubrir valores que los acompañarán siempre. Por ella, la “Marta Abreu” tiene su conga.

Como hoy es Día del Educador, aunque ya los niños y los docentes están en sus hogares hasta el año nuevo, aprovecho para celebrar a Blanca. Celebro a todos los maestros que me han acompañado y a los que ahora lo hacen con mi hija. Celebro la paciencia, la entrega y la magia de convertir un salón de clases en un espacio de transformación. Gracias, Blanca, por ser faro y guía, por tus años de servicio y por hacer que Alma sea más Alma.