Yo quiero estar contigo en la irrigación colectiva de los buenos deseos en esa fecha del catorce de febrero, Día del Amor y la Amistad.
Recuerdo la ocasión en que te escribí una crónica donde mencionaba entre las preferencias personales el beso diferente al despertar. ¿Te diste cuenta en este cincuenta amanecer?
Por las razones de una vida intensa que vivimos estos largos años, no pudimos estar siempre lo suficientemente cerca para reactivar los votos de amor, pero aun allende los mares apelamos a la imaginación, sin tristezas, para recordar este día especial.
En las buenas y en las malas, no puedes negar tu paciencia con mi carácter extrovertido, las sutiles maniobras de concordancia, y el optimismo hasta la médula que te arrastró por ejemplo a la aventura de un viaje con mochila y dos pequeños agregados hacia el oriente de la Isla. Todo nos salió bien.
¿No se te ocurriría volver a emprender estos viajes cortos y largos? Claro que ahora son morrales para diez y otros bienvenidos personajes adicionales. No le tenemos temor a la osadía, además, por esos amigos de nuestra familia nos apodan “los muchos”.
¿Sabes lo que más aprecio de ti? La facilidad con la que tiras por la borda mis simulacros de comportamiento huraño, con o sin motivo, y la desarmonía.
Hace unos años te ratifiqué que yo también tengo mi táctica aprehendida en las lecturas de un “amigo” común, Benedetti, el uruguayo:
…mirarte
aprender como sos
quererte como sos
mi táctica es hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible…