CAMAGÜEY.- Japón y Cuba coinciden en su insularidad y la singular resistencia creativa de sus culturas. Es probable que ahora mismo exista un espacio “cubanizado” en alguna ciudad japonesa, en cambio la presencia nipona por más de 120 años en Cuba ha sido mucho más cotidiana de lo que pudiera creerse. En Camagüey, a su huella en las familias de inmigrantes se suma desde la década de 1950 que el Patronato del Museo Ignacio Agramonte —a través de fieles colaboradores por vía diplomática— obtiene una katana y un kakemono que han sido el asombro de varias generaciones de visitantes. Años después se añaden a las colecciones piezas de numismática, postales, abanicos, floreros, adornos y conjuntos de vasijas del estilo Japón ocupado como las teteras y las tazas de té.
Documento que cuenta del origen y las características de la katana.
¿Y fuera del museo? Su atrayente cultura nunca dejó de impactar. Era común en los hogares tener un biombo, las niñas anhelaban los cofrecitos laqueados de la abuela, aprendíamos a hacer origami en la escuela y se recordaba cada año a las víctimas de Hiroshima y Nagasaki, narrando la historia de las grullas de papel.
Muchos de nosotros vimos innumerables documentales y seriales nipones por televisión, viajamos en los cómodos ómnibus Hino y asistimos a cada estreno del ciego samurái Zatoichi en un abarrotado cine Avellaneda. Y sí, muchos cubanos prendados de un kimono de seda se apasionaron al té y al sushi, asistieron deslumbrados al cine de culto de directores japoneses y mostraban con orgullo haber logrado un hermoso bonsái.
Entonces llegó la era de los muñequitos japoneses y la invasión del anime primero silenciosa desde aquel popular Voltus V, se convierte en una corriente que ha sobrepasado a niños y jóvenes con un movimiento variopinto de seguidores cuya lectura del manga y apreciación del anime los puso en contacto con la historia y la filosofía japonesa. Con sólidas asociaciones independientes por toda Cuba, aprenden el arte de los ukiyo-e, se atreven a incursionar en la poética del haiku y logran premios en concursos internacionales de manga.
En Camagüey aparece el grupo MangaQ’ba, sostenido por la iniciativa de jóvenes cuyo éxito ha estado en una excelente dosis de seriedad y desenfado de sus actividades y peñas. Por más de diez años se reúnen para recordar a las víctimas de Hiroshima y Nagasaki, recoger el último capítulo de One Piece o comentar las últimas novedades de la vida japonesa. Disfrutan celebrar un Cosplay para disfrazarse de su personaje preferido, cantar, jugar o adquirir un suvenir. Cada año suma nuevos adeptos como yo, orgullosos de ser otaku.
Entonces Japón vuelve a ser noticia en el Museo Ignacio Agramonte y desde sus habituales espacios de muestras y conferencias, se permite ser invadido por estos jóvenes del MangaQ’ba para propiciar exposiciones, encuentros con otras provincias y talleres que divulgan las tradiciones de la etiqueta, el idioma, la caligrafía, los arreglos florales, el arte, costumbres y modas del Japón tradicional y actual.
Montaje de los ukiyoe traídos por una descendiente de japoneses.
El Museo se hace cómplice del Festival del Hanami y une sus colecciones en exposiciones con las piezas traídas por los muchachos, que luego se van al Parque japonés, y aunque no pueden ver cerezos en flor, bajo otro árbol florecido en contacto con la naturaleza, hacen artes marciales, conversan de manga y anime, comen con hashi y sueñan un día visitar al fascinante y ya “cercano” Japón, comprendiendo el espíritu intuitivo del japonés al apreciar la sencillez de las cosas hermosas y efímeras de la vida, como esos ojos rasgados que un joven otaku descubre en el rostro de la chica kawaii que le aceptó conversar un rato mientras tomaban té en el último maid café. Bienvenido entonces Japón a nuestras vidas, los hogares y los museos cubanos.
*Especialista del Museo Provincial Ignacio Agramonte.