MADRID.- Desde el momento en que llegué a Madrid el año pasado, una curiosidad incesante me impulsaba a conocer un rincón único del transporte urbano de la ciudad: la Estación de Chamberí, pero en aquella ocasión no pude. Hoy finalmente llegamos después de averiguar y reservar, porque solo abre los fines de semana en horarios específicos.

Esta primera visita, marcada por el deseo de comprender cómo se había transformado el metro madrileño, finalmente se concretó en un recorrido que desvela secretos del pasado y ofrece una nueva perspectiva sobre la red de transporte actual.

La mañana comenzó con una mezcla de emoción y expectativa al llegar al Andén 0, como se conoce hoy a la antigua estación de Chamberí. La estación misma invita a un paseo por la historia del metro.

Originalmente inaugurada en 1919 y cerrada en 1966, Chamberí conserva en su interior un trozo vibrante de la historia. Me encontré inmersa en una cápsula del tiempo, donde cada azulejo y cada señal evocaban la elegancia y el diseño de principios del siglo XX.

El joven guía, con su entusiasmo contagioso, hizo que el viaje fuera aún más enriquecedor. Sus relatos sobre los primeros días del metro, las leyendas urbanas de “fantasmas” y la desmitificación de estos mitos agregaron un matiz a la visita.

Ver el andén donde los trenes solían detenerse, sabiendo que aún pasan por allí aunque no se detengan, da una nueva apreciación. El diseño de la estación está impregnado de influencias internacionales. La inspiración de Londres y París no solo se hizo evidente en los elementos estéticos, sino también en la funcionalidad de la estación, que buscaba ofrecer una experiencia moderna para su época.

Desde la tipografía de las señales, que recuerda la icónica señalización del metro de Londres, hasta los detalles ornamentales que evocan el Art Nouveau parisino, Chamberí es un reflejo de la conectividad cultural de principios del siglo XX.

Los azulejos fueron restaurados con esmero. Son una obra maestra del arte decorativo. Diseñados por Enrique Guijo y los Hermanos González. Combinaron arte, funcionalidad y uso innovador de formas geométricas y colores contrastantes. Embellecieron el espacio y ayudaron a definir la identidad visual del metro de Madrid.

En los primeros días, las mujeres trabajaban en las taquillas con una condición restrictiva: no podían casarse. Si contraían matrimonio, se les exigía dejar el trabajo. Esta norma era una práctica común en muchos trabajos de la época.

Mientras exploraba, no pude evitar reflexionar sobre la complejidad y la grandeza del metro de Madrid en su totalidad. La estación de Cuatro Caminos, con sus 28 metros de profundidad, nos recuerda el aporte de la ingeniería.

La necesidad de construir a tales profundidades para sortear otras infraestructuras urbanas hace pensar en el intrincado laberinto subterráneo que sostiene a la ciudad.

Cada estación profunda, como la de Legazpi con sus 30 metros, se convierte en un testimonio de la adaptación y el ingenio necesario para construir una red de transporte que conecta a millones de personas cada día.

El metro de la Comunidad de Madrid se siente como una ciudad dentro de la ciudad, con sus propias reglas y ritmos. La puntualidad es una marca distintiva del sistema, con trenes que llegan y salen con precisión.

Hay reglas de paso como la de mantener el lado izquierdo de las escaleras mecánicas libre para quienes van rápido. Eso facilita el flujo de personas y contribuye a una experiencia de viaje más ordenada y respetuosa. Estos detalles pueden parecer menores, pero son cruciales para el funcionamiento armonioso.

A lo largo de la visita a Chamberí, no pude evitar hacer una comparación con el Museo Ferroviario de Camagüey en Cuba, un lugar que también celebra la historia del transporte, pero de una manera diferente.

Mientras aquí la experiencia se centra en una estación preservada, con su andén cuidadosamente restaurado y una narrativa que explora el pasado del metro, Camagüey ofrece una visión más amplia y dinámica. Allá, el parque de locomotoras, la estación extensa y la rica colección documental permiten una interacción más directa con la historia del ferrocarril.

El museo en Camagüey presenta una experiencia más inmersiva, con la posibilidad de explorar locomotoras antiguas y participar en visitas interactivas. Comparado con la Estación de Chamberí, que se enfoca en preservar un andén y su decoración, el museo de Camagüey proporciona una visión más tangible del funcionamiento y la evolución del ferrocarril.

Aunque Chamberí no exhibe coches antiguos, su valor radica en su capacidad para transportar al visitante a una época pasada a través de la restauración meticulosa y el contexto histórico.

Reconozco la sensación de seguridad que uno experimenta al estar en las profundidades del metro. A pesar de andar a decenas de metros bajo tierra, el ambiente es sorprendentemente seguro y ordenado. Esto puede parecer paradójico: ¿qué hace que la gente se sienta cómoda y segura en las entrañas de la tierra?

La infraestructura está cuidadosamente diseñada para garantizar eso, desde las señalizaciones claras hasta el personal presente en las estaciones.

Otro aspecto encantador ha sido descubrir el metro como vehículo para la cultura. El otro día en la estación de Delicias vi la metroteca, un anaquel empotrado en la pared donde puedes intercambiar libros. Te llevas uno con la condición de dejar otro.

A bordo del tren, si no andas con la mirada fija en la pantalla del móvil, algo también muy común, al levantar la vista puedes leer fragmentos literarios. Por tanto, aunque estamos en movimiento, siempre hay oportunidades para conectarnos con la cultura y la creatividad.

Al final de la excursión, me di cuenta de que Chamberí no solo es un relicario del pasado, sino una pieza fundamental para comprender el metro madrileño de hoy. La mezcla de historia, influencia internacional, ingeniería y cultura en el metro de Madrid proporciona una visión más profunda y apreciativa de la red que tantas vidas toca a diario.

Desde la primera vez que oí hablar de Chamberí hasta el momento en que caminé por su andén histórico, esta visita me ha dejado una impresión duradera. El metro de Madrid es mucho más que una simple red de transporte; es un reflejo de la historia, la cultura y la resiliencia de la ciudad, una ciudad subterránea que sigue creciendo y conectando a las personas en cada viaje.