Foto: De la autoraCAMAGÜEY.- Han pasado los años pero Armando Menéndez Riverón aún conserva algo más que su buena memoria sobre los recuerdos de la niñez. Viejos escritos y documentos son testigos de su historia como niño alfabetizador en el año 1961.
Su prematura afición por la lectura resultó precisamente uno de los motivos que lo llevaron a querer alfabetizar: “En la casa había un grupo de libros, entre ellos Las mil y una noche, Don Quijote de la Mancha y La Cabaña del Tío Tom. Todos esos títulos mi madre y una tía materna nos los leía a mi hermana y a mí. Así fui conociendo y enamorándome de la lectura hasta leerlos varias veces”, recuerda.
Estudió en el colegio de los Salesianos Don Bosco, escuela de curas, durante 7 años. Justo en el 7mo grado, aún sin cumplir los 12 años de edad, solicitó incluirse en la campaña que se desarrollaba en todo el país: “Tomé la decisión al inicio del año 1961, al calor de la convocatoria de Fidel a los estudiantes para ir a enseñar a los campos y erradicar el analfabetismo”, comenta. Entonces su madre, orgullosa incitó a la hermana dos años mayor, Mercedes, a inscribirse también.
A ella la llamaron en mayo, y marchó a Varadero junto a muchos otros jóvenes que iban a recibir el entrenamiento necesario. Allí incluso tuvo un breve encuentro con el Comandante en Jefe Fidel, en el Hotel Internacional. Mientras, por iniciativa de los padres salesianos, Armando y sus compañeros recibieron una sencilla preparación con el fin de proporcionarles los conocimientos básicos de la enseñanza de la escritura y la lectura.
En espera del llamado surge la idea de confeccionar un diario totalmente a mano, al cual denominó Patria, en homenaje al periódico fundado por el Apóstol en 1892. En este el joven figuraba como director, jefe de redacción y jefe de información, y contó con seis números de hasta ocho páginas en total. Las hojas rayadas de libretas y el papel cartucho de la bodega plasmaron informaciones que tomaba del periódico El Mundo así como sus propios escritos relacionados con la Revolución y la campaña de alfabetización.
Finalmente, un 5 de julio, convocaron a los futuros alfabetizadores del municipio de Guanabacoa, que partieron en guagua desde el Parque de la República. Con una jaba con sus pertenencias por equipaje, el humilde muchacho se preparó en Varadero junto a sus compañeros y unos días después se encontraba en Antilla, poblado de Holguín. Al presentarse en la oficina municipal de alfabetización pidió ir para Tacajó Viejo, donde se encontraba su hermana. Sin embargo, allí no era necesaria su ayuda por lo que fue trasladado a Negritos, un caserío en plena área rural a siete kilómetros de la cabecera municipal.
Foto: Cortesía del entrevistado.
Lo acogieron Marcelina Cruz y Eleuterio Leyva, quienes lo hicieron sentir como en su propio hogar: “Recuerdo que leía hasta muy tarde y a partir de que se ocultaba el sol me alumbraba con una chismosa. En la mañana me levantaba a jugar en el batey con los muchachos, algunos de mi edad y otros mayores. Sobre las 10:30 merendaba un plato de harina y al mediodía me venían a buscar en un caballo para alfabetizar, así transcurrían mis días en el poblado de los Negritos”.
En el batey vivían cuatro muchachos brigadistas. Habían ido también a Varadero a prepararse y después regresaron a su pueblo. El enfermero de la localidad era el responsable de la campaña alfabetizadora y contaba a los muchachos su historia de ayuda a los revolucionarios de la zona así como las torturas recibidas a manos de los sicarios de Batista. Por otra parte, la maestra tenía que viajar todos los días hasta llegar al pueblo. “Ella me recibía las cartas de mi familia, aunque no fueron muchas. En realidad mi madre dedicaba más tiempo a escribirle a mi hermana", rememora Armando.
Foto: Cortesía del entrevistado.
Cumplió con la tarea de alfabetizar durante poco más de cinco meses y en el transcurso de ese tiempo llevó un diario que no solo recogía las actividades del día, sino también algunas poesías. En una de ellas escribió:
Nuestro grito es Patria o Muerte
fuera el yanqui explotador
marcharemos siempre adelante
Cuba es ensueño, lucha y amor.
“Al regreso nos montaron en un tren cañero durante cuatro noches y tres días, no fue hasta llegar a La Habana, donde volví a ver a mi hermana. Viajamos juntos en una guagua hasta Guanabacoa donde llegamos a la Dirección de Educación y apenas nos liberaron fuimos corriendo a la casa, locos por llegar y encontrar a la familia”.
A pesar del poco tiempo que compartió en la labor de alfabetizar, muchas experiencias y los buenos recuerdos perduran en su memoria. Regresó de visita en sus primeras vacaciones como estudiante becado y en una segunda ocasión, 53 años después. El tiempo no ha podido borrar esas páginas en su vida. Seguramente mucho menos a su “familia de Oriente”, a quienes el todavía niño Armando llevó no solo el abecedario, sino también la pasión por leer.