CAMAGÜEY.- El día antes de la gran pelea vi por primera vez aquella mirada, era fija, con los párpados casi cerrados y un brío de determinación. Miraba cómo uno de sus compañeros le robaba la oportunidad del ajusticiamiento, pero la suerte quiso que finalmente el gran campeón y él vivieran su momento.
Hace cuatro años que el camagüeyano Kevin Brown cargaba la cruz de estar a la retaguardia de un gran boxeador, el titular olímpico y mundial Roniel Iglesias. Muchos han sido los combates y los entrenamientos en los que el nuevitero se ha esforzado por demostrar que puede derrotar al pinareño y ocupar su lugar como la primera figura de los 69 kilogramos en Cuba, sin embargo, entre la calidad de su rival, las injusticias arbitrales y su falta de concentración, habían limitado a una las ocasiones en que su brazo se alzó en señal de victoria.
Pero esta vez no podía ser igual, estaba otra vez ante su público, con el preolímpico a la vuelta de tres meses y con la preparación a tope. Justo para la mitad del cartel final del 58 Torneo Nacional de Boxeo Playa Girón se dispuso la pelea del año.
Al salir del túnel la grada se prendió como nafta, pero su rostro no lo sintió, traía la misma mirada del lobo alfa que busca a su objetivo entre la vegetación. Así se mantuvo mientras subía al cuadrilátero y aun cuando sus entrenadores y el árbitro le hablaron.
Sonó la campana y después de dos amagues, Iglesias trató de impactar con un par de golpes, pero cuando iba a soltar el segundo su adversario ya le había marcado un trío de dos rectos y un gancho. Par de veces le repitió la dosis de centelleantes contrataques antes de que terminara el primer asalto, y cuando el árbitro los separó, Roniel sintió que la expresión de Kevin no era una simple maniobra de intimidación, sino la revelación de que ese día los roles de cazador y presa se habían invertido.
El monarca sintió que estaba herido y salió tras su retador con su mejores armas: swines y ganchos cortos en ráfagas de tres y cuatro. Brown era un blanco en movimiento que picaba con agujones rectos. El round intermedio fue la pugna más pareja, un pulso entre dos motores con la misma fuerza.
En la esquina del de Camagüey le gritaban que siguiera así, mientras su público le pedía que acelerara, pero “no escuché a nadie, tenía todo planeado desde mucho antes”, nos confesó segundos después.
Al comenzar los últimos tres minutos el alfa salió tras su botín; amenazó con pegar por la derecha y sorprendió con dos puñetazos de izquierda; el campeón reaccionó con un swing, pero él bajó la cabeza y le dejó el uppercut en el pecho. En algún momento se abrió una herida sobre la ceja del local, que solo sintió cuando el árbitro indicó que le limpiaran la sangre. Iglesias vio su corona más expuesta que nunca y trató de precipitar las acciones, pero cada vez quedaba más indefenso ante los rápidos puños de Kevin, que ya había escrito eso en el guion.
Solo cuando la campana decretó el final del combate se rompió el vínculo visual que hacía diez minutos quemaba la cara de Roniel. El alfa sonrió mirando al público, a los jueces y a sus mentores. Su cabeza no paraba, se flexionaba continuamente de arriba a abajo en señal positiva mientras le quitaban los guantes.
Llegó al centro del ring, saludó con respeto a su oponente y le dio la mano derecha al árbitro con gesto que decía: esta es la que tienes que levantar. Y así sucedió.
“Yo entrené para esta pelea. Nunca menosprecio a los otros rivales, pero mi lucha era contra él. Mi táctica fue ser agresivo en el inicio para obligarlo a buscarme luego”, confesó en la zona de prensa el nuevo rey de los welters en Cuba.
“Él también se preparó para enfrentarme porque sabía que yo venía fuerte y hoy dio lo mejor, pero yo ya estaba enfocado en lo que tenía que hacer. Esto nadie me lo iba a quitar”, sentenció, y trajo de vuelta esa mirada.