CAMAGÜEY.- Llevar miles de estudiantes a las escuelas, ahora que se anda con el susto en la garganta, obliga a no pocos detalles, aunque hay otras a las cuales, por cierta lógica, deben inculcárseles el sentido de la protección.
Recurro al vilipendiado término de percepción de riesgo. Quizás por ser conocido, y aun así, no deja de existir riesgo en las conductas de jóvenes, y de otros no tanto, asomados al abismo cada vez que, en las colectividades, se desentienden de asumir ahora como parte de su rostro la necesaria mascarilla.
Más de cinco meses los centros estudiantiles del país cerraron sus aulas. El curso quedó trunco, y el obligado impasse exigió recurrir a alternativas para que los estudiantes no perdieran sus raíces con los libros. Se logró en varias provincias sortear con algún éxito la embestida del SARS-CoV-2, y ello habilitó el camino para intentar concluir el año lectivo 2019-2020.
Pero no es solo cuestión de buenos deseos. Detrás hay una cadena de voluntades y esfuerzos visibles e invisibles por mantener las necesarias condiciones sanitarias que impidan cualquier inesperada agresión viral, más cuando es una enfermedad altamente contagiosa, que puede enmascararse y convertirse, se sabe, en una plaga verdaderamente letal.
Y es que ahora también se acuña otra palabra recurrente: asintomático. La pecualiaridad del nuevo coronavirus de instalarse en el organismo humano, sin mostrar su alta agresividad, ese poder de enmascararse, le hace más traicionero y, por ende, peligrosísimo.
Ahora sobresale la impostergable necesidad de insistir con los estudiantes que emplear el nasobuco no es un capricho, ni una moda ocasional, pues llegó para bien y nadie sabe exactamente cuándo será su partida. Por el momento, es algo que contribuye a no estar de blanco fácil, cuasi indefensos.
En estos días de apertura educacional, preocupa el hecho de que los estudiantes abandonen los recintos sin protección alguna. Y se sabe que puede demorar entre ellos el hábito de usar ese artículo como único asidero para lidiar frente a la COVID-19.
En las distintas enseñanzas los colectivos de dirección, todos, familia incluida, no deben admitir que los jóvenes lleguen o salgan de los centros sin su correspondiente protección. ¿Difícil? Es cierto. Pero poco a poco, día a día, hora a hora, llega un instante que se logra el objetivo.
Hay que sensibilizar conciencias, respecto a que cualquier descuido les puede afectar la vida, y con ello, también arriesgar y arrastrar consigo a la familia... a los amigos.
Depende el éxito de este arriesgado paso de cientos de actores. El país confía en la cultura adquirida, y el sistema de Educación, en medio de un escenario financiero interno muy limitado, apuesta por la sobriedad, y el sentido común de todos los factores sociales.
El país lo afirmó: a la más mínima señal de peligro, no se dudará en volver a suspender las actividades docentes. El factor humano es lo primordial, ese concepto no ha sufrido cambio alguno, aunque en las manos de TODOS está el hacer factible la conclusión de un curso atascado por un enemigo insivisible, pero capaz de apagar vidas a miles de personas en el mundo.
Nuestro Ministerio de Educación (Mined) urge de un apoyo incondicional. Cumplir con exquisitez las medidas higiénicas no es una alternativa, sino una obligación, si queremos que la conclusión del curso llegue a feliz término, y sin lamentar tristes episodios, más cuando el venidero tiene el 2 de noviembre como fecha de arrancada.
Una de nuestras joyas más preciadas es la Educación, y aparejada transita la Salud, ambas, ahora indisolublemente ligadas, por el contexto actual, que proporcionan argumentos para no violar los protocolos exigidos.
Camagüey está en fase tres, y algunos hasta se dan el lujo de abandonar en casa sus mascarillas, como si el virus se hubiese marchado, como si las exigencias de su empleo fuera el interés personal de alguien encaprichado en su uso, pues sabemos cuán molesta resulta al paso de las horas, pero afin de cuentas es una barrera médica contra el incurable nuevo coronavirus.
Las vacunas andan en camino. Todavía no queda claro sin son terapéuticas o preventivas, pero puede estar seguro que, al menos ahora, la disponible es una: protección.
Entonces demos salud a la educación, y educación a la salud.
No es un mero juego de palabras, lo que está en juego es algo único e incomparable: la vida humana.