CAMAGÜEY.- ¿Qué tan lejos puede llegar alguien sin tener “las condiciones ideales”? Viengsay Valdés no nació con el cuerpo perfecto para el ballet. Tenía entradas anchas por la alopecia causada por los halones de pelo en la gimnasia, pies que no abrían naturalmente hacia afuera, y músculos desalineados por tanto pedalear en bicicleta —una solución para el transporte que terminó jugándole en contra. Le dijeron que tenía manos de pianista, y quizás por eso adora el violín y el piano. Pero lo suyo era la danza.

Durante su formación, enfrentó una de las épocas más duras de Cuba. Comía lo que podía —a veces, demasiado huevo— y una intoxicación fue parte de la historia. Se preparó incluso para estudiar Biología, en caso de que la danza no funcionara. Pero insistió. Con zapatillas modificadas por ella misma, pasó de la talla 3 a la 5. Se entrenaba sin grasas ni carbohidratos, sin saber que eso la estaba debilitando. Pero insistió.

No tenía “el pie ideal”, ni “las extensiones soñadas”. Pero tenía algo más raro: una voluntad terca, de las que transforman cuerpos y destinos.

Hoy dirige el Ballet Nacional de Cuba. Y su historia —tan llena de fragilidad como de fuerza— está contada con belleza en el libro De acero y nube, escrito por Carlos Tablada. Un libro que reconstruye su trayectoria con una mirada profunda y conmovedora.

Esta semana, Viengsay Valdés ha sido reconocida con el Premio Nacional de Danza 2025, y es un momento perfecto para acercarse a su historia. Más que una biografía, es el retrato de una mujer que ha hecho del ballet su destino, desafiando las adversidades con carácter y gracia.

En marzo pasado, durante su visita a Camagüey, ella fue recibida con la presentación de la biografía De acero y nube, escrita por el sociólogo Carlos Tablada, en un emotivo encuentro donde compartió anécdotas personales y desafíos superados. El libro, disponible en librerías, es una lectura imprescindible para quienes deseen comprender no solo la evolución de una gran bailarina, sino también el tejido de circunstancias históricas, éticas y personales que configuran su legado. Su lectura resulta especialmente valiosa ahora que el país celebra su trayectoria con el más alto galardón de la danza nacional.

Publicado por la Editorial Letras Cubanas en 2014, es un aporte notable dentro del género biográfico, pues resuelve con maestría una problemática recurrente en la historiografía: el equilibrio entre el individuo y su contexto. Desde una perspectiva epistemológica, Tablada logra construir un relato donde la figura de Viengsay Valdés no se aísla como un ente excepcional, sino que se inserta de manera orgánica en los procesos históricos, políticos y culturales que la rodean.

La obra se aleja del esquematismo habitual de muchas biografías para acercarse a la narrativa literaria, dotando a los acontecimientos de profundidad dramática y a los personajes de una modelación compleja. A través de documentación rigurosa, contrastes y testimonios, el autor construye una historia de vida que armoniza los grandes acontecimientos con la subjetividad de su protagonista. Esta aproximación no solo contextualiza la trayectoria de Valdés, sino que también ofrece una visión crítica y profunda de los procesos históricos que la han influenciado.

Desde el punto de vista de su estructura, el libro consta de tres partes, cada una de ellas acompañada por una galería de imágenes que complementa visualmente el relato. Además, incluye una relación detallada del repertorio de Viengsay Valdés desde 1994 hasta 2013, los personajes que ha interpretado a lo largo de su carrera, así como los premios y distinciones que ha recibido. Con sus 302 páginas, es una obra completa que permite adentrarse en la trayectoria de la bailarina desde diferentes perspectivas.

Cabe destacar que su impacto alcanza incluso a las nuevas generaciones: conozco al menos a una niña lectora que quedó fascinada con la historia de Viengsay y sigue admirándola porque también estudia ballet.

La biografía, como género, ha sido ampliamente cultivada en América Latina, marcando la producción literaria de los siglos XIX y XX. En este sentido, De acero y nube se inscribe en la tradición de aquellas obras que buscan comprender la interacción entre el sujeto y su tiempo. Siguiendo los tres vectores que Michel Foucault identificó para determinar el peso de lo individual en la Historia, el libro examina la resiliencia del individuo ante su entorno (individualidad externa), la tensión entre vida privada y vida pública, y el trabajo del individuo sobre sí mismo como construcción de su propio destino. Así, la figura de Viengsay Valdés se presenta como un ser moldeado por su contexto, pero también como una voluntad activa que ha sabido transformar su destino.

Al igual que en los escritos biográficos sobre figuras como los hizo José Martí, Tablada demuestra un interés particular por la dimensión ética del ser humano. Su relato no solo retrata una carrera brillante, sino que también invita a la reflexión sobre el carácter, la disciplina y la determinación como motores de la historia personal y colectiva. De este modo, De acero y nube se convierte en una biografía que no solo documenta, sino que también interpela y enriquece la comprensión del lector sobre la relación entre individuo y sociedad.

La destacada bailarina cubana Viengsay Valdés ha sido objeto de una biografía escrita por el reconocido sociólogo Carlos Tablada, autor de El pensamiento económico del Che (1987), obra por la que recibió el Premio Extraordinario Casa de las Américas. Cuando mereció ese Premio Extraordinario sobre un hombre inmenso como Ernesto Guevara, no sospechaba que prácticamente empezaba a estudiar ballet la niña que se convertiría en la protagonista de otra obra extraordinaria de Tablada.

Tablada conoció a Valdés en 2001, en un período en el que ella esculpía su cuerpo bajo la guía del fisioterapeuta Miguel Capote. Fue precisamente en casa de este médico donde el escritor le propuso la idea de documentar su experiencia artística en un libro.

Según el historiador Miguel Cabrera, Viengsay Valdés alcanzó una gran fama y popularidad en su tierra natal, al punto de que incluso aquellos que nunca la han visto bailar la reconocen como la heredera de una tradición de excelencia instaurada por la legendaria Alicia Alonso. Además, Valdés tuvo la oportunidad de conocer en persona a otras grandes figuras del ballet cubano que han dejado una huella imborrable en la historia de la danza.

A juicio de Cabrera, Valdés ha desempeñado un papel fundamental en la preservación de ciertas características de la escuela cubana de ballet que parecían estar en peligro de desaparecer con el relevo generacional de finales del siglo XX. Entre estas, destacan los fouettés ejecutados sin desplazamiento –como los realizaba Alicia Alonso– y los prolongados equilibrios, signos distintivos de la técnica cubana. En su valoración, el historiador también incluyó a su inseparable fisioterapeuta, Miguel Capote, como una figura clave en su desarrollo artístico.

La biografía de Viengsay Valdés refleja su ejemplo para las nuevas generaciones de bailarinas. Su ingreso al Ballet Nacional de Cuba en 1994 coincidió con la crisis del llamado Período Especial, en el que la escasez de recursos afectaba incluso la práctica del ballet. Sin zapatillas adecuadas, se vio obligada a utilizar calzado improvisado por los talleres locales. En la escuela, enfrentó problemas de alimentación, sufrió una intoxicación y lidió con las dificultades del transporte. Sin embargo, estas adversidades no impidieron que se convirtiera en una de las figuras más relevantes del ballet cubano.

Desde la publicación del libro hace más de una década, la vida de Viengsay Valdés ha seguido marcada por momentos extraordinarios, como la maternidad y su nombramiento en 2020 como directora general del Ballet Nacional de Cuba, asumiendo el liderazgo de la institución que una vez encabezó Alicia Alonso. No está claro si el sociólogo Carlos Tablada sigue documentando su trayectoria, pero sin duda su legado continúa enriqueciéndose con cada paso que da sobre el escenario y fuera de él.

El ballet clásico es una disciplina que constantemente desafía las leyes naturales del cuerpo humano. Los bailarines entrenan para hacer que lo imposible parezca natural: desafían la gravedad con saltos que parecen suspenderse en el aire, desafían el equilibrio con giros infinitos y desafían la resistencia física con rutinas extenuantes que combinan fuerza y gracia.

En el caso de Viengsay Valdés, su dominio del equilibrio y los fouettés sin desplazamiento son ejemplos claros de este desafío. Mantenerse sobre una punta de pie mientras el cuerpo gira a gran velocidad sin perder el eje requiere un control muscular y una conciencia corporal extraordinarios. Y más allá de la técnica, está la capacidad de hacer que todo parezca fácil, como si el esfuerzo no existiera.

Pero hay algo aún más desafiante: la longevidad en el ballet. El cuerpo del bailarín clásico enfrenta un desgaste extremo, y la edad suele ser un factor limitante. Viengsay, con 30 años de carrera, sigue desafiando esa barrera, algo que solo los más grandes han logrado.