CAMAGÜEY.- Celebrar la vida y la obra de Nazario Salazar es acercarse a una poética de lo esencial. En sus manos, el arte miniaturista ha trascendido el gesto estético para convertirse en camino de enseñanza, servicio y creación, siguiendo la huella martiana que nos recuerda que “enseñar es crecer” y que toda verdadera obra se funda en infinito amor.
El Proyecto Colibrí, fundado y guiado por Nazario desde hace más de tres lustros, se ha erigido en espacio de encuentro, diálogo y siembra. Como el ave que lo nombra —símbolo de fragilidad y de fuerza, mensajero de esperanza en la cosmovisión latinoamericana y caribeña—, Colibrí ha sabido posarse en la sensibilidad de artistas, intelectuales, niños y comunidades, llevando consigo la savia martiana hecha raíz, luz y vuelo.
En lo pequeño, Nazario ha descubierto lo grande: la capacidad de un trazo mínimo para contener la inmensidad del espíritu; de una obra diminuta para tocar la grandeza del alma; de un proyecto humilde en escala para irradiar hondura y universalidad. Su visión ha hecho de la miniatura un espejo del país y su cultura, un gesto de gratitud y servicio que honra al Apóstol con cada nueva creación.
En este presente complejo que vive Cuba, la apertura de Más de tres lustros, honrando al héroe se convierte en un gesto de resistencia espiritual. Es una exposición colateral del 34 Salón de Artes Visuales Fidelio Ponce de León abierta al público en la Galería Julián Morales, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en Camagüey.
Nazario recorre la galería rodeado de un centenar de obras mínimas que, en su pequeñez aparente, contienen vastedades: emociones, ideas, recuerdos, enseñanzas. Cada pieza es un destello, un guiño que dialoga con Martí y, desde Martí, con lo más profundo de nuestra identidad.
El reto es enorme: ¿cómo dar forma visible a una idea? ¿cómo atrapar en una imagen plástica lo que muchas veces escapa, lo inasible de la palabra martiana, lo infinito de su pensamiento? Y sin embargo, ahí está el milagro de Colibrí: artistas de distintas generaciones, guiados por Nazario, encuentran salidas creativas, soluciones que son más que técnicas —son un ejercicio espiritual.
Porque Colibrí no es solo un proyecto de arte; es un entrenamiento del alma. Sus miembros se acercan a Martí como quien bebe de un manantial: leen, escuchan, buscan, y en ese gesto encuentran la semilla de una obra que no es simple representación, sino encarnación. Al convertir el verbo en imagen, lo abstracto en color y forma, ejercitan la sensibilidad, afinan la mirada, se acercan a esa grandeza invisible que Martí nos legó como promesa y deber.
En cada miniatura expuesta late ese proceso: la paciencia de quien se detiene en lo pequeño, la humildad de reconocer que la inmensidad cabe en un fragmento, la certeza de que en lo más mínimo puede habitar lo universal. Así, Nazario y su Colibrí nos invitan a mirar más allá de las dificultades, a encontrar en la cultura, en la belleza y en la palabra del Maestro, la fuerza íntima que sostiene al espíritu.
Y si miramos con atención, lo que Colibrí nos dice de Nazario es aún más revelador. En cada obra, en cada niño que escribe a Martí, en cada artista que acepta el desafío de traducir una idea en imagen, se transparenta la huella del maestro que ha sabido guiar sin imponer, inspirar sin deslumbrar, y acompañar sin dejar de crear.
Lo que Colibrí nos muestra de Nazario es, ante todo, coherencia: la vida y la obra como un mismo gesto. La decencia convertida en método de enseñanza; la bondad transformada en criterio estético; el arraigo a Camagüey y a Cuba vuelto savia que alimenta a quienes lo rodean. En sus 85 años no encontramos solo la cronología de una existencia, sino la prueba de que se puede vivir en fidelidad a una pasión y a un deber: hacer del arte un servicio, y de la cultura, un acto de amor.
Nazario ha sembrado en la colectividad lo que él mismo practica: paciencia, disciplina, sensibilidad, una fe profunda en la palabra martiana y en la capacidad de los seres humanos de crecer con ella. Así, Colibrí no es únicamente un proyecto suyo, sino un retrato extendido de su espíritu; no es solo un grupo de artistas, sino la prolongación de su visión y de su manera de estar en el mundo.
Al cumplir 85 años, Nazario nos recuerda que la belleza no se mide en lo grandilocuente, sino en la constancia de lo pequeño. Que la grandeza de una vida se reconoce en la coherencia de cada paso, en la bondad que se esparce, en la huella que se deja en otros. Y que el mejor homenaje a Martí no es citarlo, sino vivirlo, como lo hace él, cada día.
Nazario, colibrí de carne y alma, ha hecho de su existencia un vuelo persistente: breve en la forma, infinito en el sentido. Sus 85 años no son una cifra, son una floración, un testimonio de que se puede llegar a la plenitud con la sencillez intacta y la entrega multiplicada en muchos.
Hoy, al honrar a Martí a través de Colibrí, honramos también a Nazario: su coherencia, su bondad, su ejemplo. Que este vuelo siga, que la semilla siga dando flores, y que la patria encuentre en hombres como él la prueba viva de que lo pequeño puede ser inmenso, y de que la esperanza, aunque parezca frágil, puede sostenernos siempre.