CAMAGÜEY.- El Festival Internacional Timbalaye es un boleto de viaje. Los organizadores con un pequeño grupo de extranjeros recorren zonas de Cuba para sorprender y sorprenderse en torno al cultivo de la rumba. Quieren hacer visible a los ojos del mundo lo que durante siglos se dio natural y fuera de la gran escena.
La delegación internacional del Timbalaye rindió homenaje a José Antonio Aponte, en la tarja ubicada en el Parque Agramonte que recuerda su liderazgo en el movimiento antiesclavista y separatista a inicios del siglo XIX en Cuba.
“Camagüey es un lugar insigne para nosotros, para el Timbalaye”, dijo el presidente Iván Mora en la sede del Ballet Folklórico, donde recibió una cerámica de regalo para Miguel Barnet. Fue modelada por el niño Leidier Sastre, del proyecto Fantasibarro, y quemada en el horno de madera de la casa de cultura de Batalla de Las Guásimas, en Vertientes, por el instructor de arte Iván Castillo.
Allí, el director de la compañía, Reinaldo Echemendía ofreció una conferencia de con demostraciones prácticas acerca de los tambores batá en la historia y las memorias de la rumba en Camagüey.
“El tambor batá genera un acontecimiento musical único en la historia de América, es para mí el instrumento de percusión más importante que llegó de África. Tesoro de esclavos, que hoy disfrutamos por ese nexo de comunicación que no se hizo en un laboratorio sino en procesos culturales”, afirmó Echemendía.
En el auditorio estaba la mexicana Patricia González, psicoanalista social: “He observado que a través de la rumba y del folclor en general hay todo un espíritu de sobrevivencia, de enfrentar todo lo adverso a través del baile que da alegría y da una sensación de espiritualidad y de unidad comunitaria. Es muy importante cómo la rumba compacta los grupos sociales, pero sobre todo es una reunión de alegría y de formas emocionales de sobreponerse a todo lo adverso”.
A esa relación de la rumba con la autoafirmación de la identidad insistió Irma Castillo, fundadora del Timbalaye, promotor internacional de la cultura cubana y con pleno enfoque al Objetivo Patrimonio Legado Africano (OPLA): “Cuando pasamos por cada ciudad, cada barrio o cada municipio es un arsenal de conocimientos que están ahí vivos. Camagüey es una sede fundamental. Por la conferencia entendemos el porqué de esa ricura de Camagüey cuando hace su rumba, que está como una fuente viva, los camagüeyanos se nutren y luego transmiten a través de sus agrupaciones como Rumbatá. Estamos agradecidos”.
Este año, la organización territorial del Timbalaye recayó en el Centro Provincial de Casas de Cultura y en la Dirección Municipal de Cultura de Camagüey. Extendieron a dos días, 29 y 30 de agosto, el programa siempre intenso de esa escala u oportunidad para ser mirados y admirados. Lamentablemente la delegación internacional apenas pudo constatar la variedad por los horarios de su travesía.
En cambio, más allá del hecho de quedarse vestido y calzado para los invitados foráneos, convendría un examen del resultado por los camagüeyanos que no llegaron a los espacios, tanto público espontáneo y general, como personas del ámbito de las instituciones culturales, los proyectos comunitarios y del panorama de las artes que representan las raíces y lo popular como estampa.
Fue una pena que dos grupos rumberos con la categoría nacional del movimiento de artistas aficionados tuvieran tan pocos bailadores en su espacio en el Casino Campestre. Me refiero a Rumberos de la Alameda, con más de 35 años de fundado en el municipio de Carlos Manuel de Céspedes, y a Rumbalaroye, con una década en Florida.
La rumba sí tiene público y sus hacedores cumplen la palabra aunque sea al resistero del sol, como pasó con el concierto de Rumbatá, programado a las 5:00 p.m. en el Parque del Gallo. “La rumba es del pueblo y a ella nos debemos”, afirmó el director Wilmer Ferrán. Fiesta grande durante casi dos horas, con las mejores energías y sorpresas en la ruta de la agrupación y de la rumba camagüeyana, con siembra y cosecha para rato, con turistas y también sin ellos.