“ Estoy estos días con mis muertos en la cabeza”. Fue la respuesta, irreflexiva, a la pregunta que susurraba mi esposa mientras me alcanzaba una tacita de café hasta el portal de la casa. Por la mañana, en la redacción del Telecentro surgió el tema del engorroso encargo que algunas personas asumen de vestir y ayudar a preparar a una persona fallecida. Son compromisos contraídos con la familia, aun cuando no existan lazos consanguíneos.